5- El colegio San Tomás

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Nota al lector: En verdad lamentó la larga espera; he estado muy ocupado con deberes, tareas, proyectos y asuntos personales, sin embargo aquí está y si aún les apetece seguiré escribiendo esta historia para ustedes. Ahora sí, ¡que venga el capítulo!

Aturdido. Confuso. Así se sentía Saúl.
Lo siguiente que Saúl vio fue la intensa luz que emanaba de una gran lampara en el techo. Todo era muy confuso. Estaba en una cama muy incómoda, por cierto. Saúl se sentía destrozado y cansado. Le punzaba la cabeza peor que nunca y, para variar, a su lado había un grupo de personas que no eran más que sombras borrosas para sus ojos; aunque ellos claramente no sabían que sus cuchicheos se escuchaban como bullicio en la cama de Saúl. Sí, sus oídos funcionaban bien; su vista y el resto de su cuerpo no. Al menos por unos segundos más.
Unos minutos después, esas sombras se acercaron, unos conjuros salieron de sus varitas y todo comenzó a enfocarse en su visión. Al haber recuperado su vista,entre toda la confusión, Saúl se tomó unos segundos para analizar al grupo de magos que hace unos momentos eran meras sombras borrosas. Al recorrerlos con los ojos de lado a lado tres veces se sorprendió que entre ellos se encontraba su madre. Eran cinco magos. Tres de ellos ancianos y con gafas; una mujer cuya edad le pareció rondar entre los cuarenta y su madre. Todos con un rostro de confusión y nerviosismo.
–Saúl, al fin despertaste –dijo su madre con alivio–. Estaba tan preocupada.
–¿Qu-qué fue lo qué pasó?–preguntó entre titubeos
Los tres hombres miraron a la mujer con nerviosismo, como incitándola a responder al joven muchacho.
–Fue solo un pequeño incidente en las puertas, nada más que un error en el encantamiento. No te preocupes, Saúl, estás bien y estás aquí en el colegio –dijo con una frívola voz la mujer–. Quedaste, así que no te preocupes.
La mujer se percató de la confusión en la que estaba el muchacho, así que agregó:
–Soy la profesora Noemí Vargas, asesora de último año, además yo me encargo de las asignaciones de dormitorios. En un instante regreso por ti para llevarte al tuyo. No tardo.
Seguido de esto, la profesora hizo una ademán dando a entender al resto de hombres que la siguieran y salió de la enfermería.
Antes de irse, su madre se acercó.
–Hijo, si pasa algo extraño o te sientes mal quiero que inmediatamente vayas con Noemí, es una vieja amiga –dijo con suma preocupación y rapidez, sin dejar que su hijo contestara; a la vez que sacaba de su bolsillo una moneda dorada con el escudo mexicano en ella–. Ten esto, no preguntes, solo tráelo siempre contigo. En serio Saúl. Hasta pronto.
Y la madre salió apresurada de la habitación.

Saúl se sentó en la camilla donde estaba. Estaba en una sala muy simple. No le agradaba la enfermería. Era muy extraña y parecía un pueblo fantasma. Antes de poder seguir observando la profesora Noemí entró.
–Muy bien, señor Salas, sígame.
–Em... claro.
Saúl se levantó de la sala y siguió a la mujer de pelo castaño. Salieron de la enfermería solo para recorrer infinidad de pasillos, escaleras y un frío calabozo. Todo para llegar a una puerta gris con unas letras desgastadas que formaban una oración parecida a «Salón de alumnos 1». La profesora Noemí abrió la puerta y con un ademán le invitó a pasar, dejándole en claro a Saúl que esta mujer amaba usar ademanes en lugar de ser directa. El chico ingresó para encontrarse con un sillón desgastado, unas cuantas mesas pequeñas, una alacena vieja, un espejo algo sucio y, para su sorpresa, una televisión moderna.
Cuando Saúl estaba por preguntarle a la profesora qué debía hacer ahora se dio cuenta que esta ya lo había dejado solo.
Habría estado un buen rato pensando sobre qué debía hacer de no ser por un par de chicos que salieron del espejo como si de un hueco en la pared se tratase. Estos chicos no prestaron atención a Saúl y viceversa; al muchacho solo le intrigaba la idea de pasar por ahí. Claro que tenía sus recuerdos mágicos de nuevo, pero estos no eran muchos y la mayoría aparecían intermitentemente. Un efecto secundario del hechizo suponía él. Saúl cruzó el espejo y vio un pequeño cuarto con cuatro camas. Cada cama tenía su buró y maletas a los lados. Así como escucho la voz de una mujer que salía de una estatua de una escultura de Sor Juana Inés de la Cruz; esta voz decía: «Saúl Salas Pérez. 15 años. Selección de casa... asignada: Casa Sor Juana».
Saúl comprendió al instante qué sucedía, se había perdido de la ceremonia de selección. Había leído de ella unos días antes en su guía que consiguió en el callejón Juárez. Recordaba que decía: «... En el colegio San Tomás tenemos tres casas que separan los tres distintos valores o enseñanzas que se inculcan en este recinto, todos divididos en tres etapas de la historia mexicana. Como etapa prehispánica y representando el valor de la cultura y el origen está la casa de Nezahualcóyotl; representando a la etapa de la colonia española, y representando el valor de la relación intercultural, se tiene a la casa de Sor Juana Inés de la Cruz; mientras que representando a la época actual, al futuro y la innovación, se tiene a la casa de Alberto Nava, siendo la única en no ser representada por una figura histórica conocida en la actualidad, sino por el viajero del tiempo Alberto Nava Villarreal, nacido en el año 2150 y amante de esta época. Por eso es que...».

La voz siguió: «Alumnos, es hora de dormir. Han pasado por el largo proceso de selección que bien ha llevado todo el día. Mañana comienzan sus clases, y recuerden: no se estudia para saber más, sino para ignorar menos. Buenas noches».

Muchos alumnos entraron por el espejo, todos hablando entre ellos, pero agotados. Saúl esperaba ver ánimo, conversaciones y risas, conocer y hacer amigos. «Supongo que el proceso de selección en verdad es agotador –supuso–». A continuación fue a dormir. Mañana sería un nuevo día.

Segunda nota al lector:
Espero que les guste. No olviden dejar sus comentarios o sugerencias. Y de nuevo disculpen la excesiva tardanza.

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