3- Llegando al colegio... ¡Por la estación mágica de la línea 3!

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Faltaba sólo una noche para ir al colegio. Al fin podría aprender a hacer hechizos complicados como su madre, en vez de el sencillo 'Lumos' que su madre le había enseñado. Además, podría conocer a otros niños magos, el único problema era que no sabía cómo llegaría a la escuela. Nadie había querido decírselo. Ni su madre, ni el señor Montoya, que había estado ahí un par de veces por 'asuntos oficiales' con su madre. Pues resulta que ella no era una simple contadora como siempre le había dicho, ella era una funcionaria del ministerio de magia.
En fin, una noche antes ya tenía todo listo. El baúl estaba en la entrada, su águila- a la que decidió nombrar como «Spartian»- en su jaula y durmiendo, su varita junto a él y su libro guía en sus manos. No era fácil de terminar de leer, tenía muchísimas cosas en él, conceptos nuevos, embrujos, pociones e historia. Estaba leyendo sobre las varitas mágicas de Latinoamérica: «... por lo que, contrario a lo que pasa en las demás comunidades mágicas, en Latinoamérica las varitas son hechas específicamente para cada bebé mágico por la familia Vargas Rodríguez, que tienen un don especial para identificar a estos. Las varitas más comunes son de: pluma de quetzal y cuerno de chupacabras. Ambas poseen un gran poder mágico, se cree que incluso mayor que la fibra de corazón de dragón que tan popularmente se utiliza en el Reino Unido...» Y entonces paró la lectura. Ya era muy noche y el aire estaba helado. Y simplemente se quedó dormido. Soñaba en cómo sería el colegio San Tomás... Fue en ese momento cuando despertó, bueno, realmente lo despertó Spartian. Por algún motivo salió de su jaula y estaba revoloteando sobre él mientras chillaba felizmente.
Saúl se levantó de la cama, y después de arreglarse y cambiarse, fue al comedor. Ahí lo esperaba su madre.
-Bueno, Saúl, es hora-decía con el orgullo en el rostro- llegó la hora.

Y así fue cómo su madre lo tomó del hombro, mirando al pequeño niño de 11 años al que llamaba hijo, y desaparecieron. Un segundo más tarde estaban en la estación Balderas del Metro, arriba del último vagón del Metro. Sí, aquel vagón cuyas teorías rondan por la ciudad. Resulta que los magos necesitaban una forma de viajar sin ser descubiertos, por lo que hechizaron el vagón con alucinaciones, y lanzaron rumores sobre que dicho vagón era donde los homosexuales promiscuos subían a practicar actos indecentes para la vista popular, así la mayor parte de la población muggle mexicana no entraría en ella, y los que sí, serían desmemorizados.

El vagón estaba repleto de otros niños magos, ancianas que se dirigían al callejón Juárez, inclusive, funcionarios que se transportaban al Ministerio. Pero, principalmente por lo primero, es que el vagón iba lleno de baules, jaulas, maletines y uno que otro Alebrije que tan contentos acompañaban a sus amos.
Y es que la madre de Saúl le contó que tenían un alebrije doméstico, pero tuvo que liberarlo después de que abandonó el mundo mágico.

El tren subterráneo avanzaba, y se detenía en cada estación. Saúl iba muy pensativo, a decir verdad, siempre estaba así. Estaba tan metido en sus pensamientos, hasta que una conversación lo distrajo:

-¡Gael! ¡Ya te lo dije un millón de veces, no puedes ir a San Tomás este año!- gritaba una señora de mediana edad con ropa no muy formal, que constaba de un pantalón verdoso y una capa azul marino, al parecer llevaba a varios de sus hijos. Pero el pequeño era el que más problemas le estaba causando- El año entrante podrás, ¡pero ahora no!

El pequeño seguía haciendo un berrinche, mientras que la madre saco de su capa una varita blanca con rayas negras, casi como una cebra. Hizo un suave movimiento y el pequeño quedó incapaz de producir sonido alguno.

-Cuando te calmes, lo revierto- dijo muy seria mientras volvía a guardar la varita en su lugar

Saúl estaba por preguntar qué le había hecho la señora a su hijo, cuando se escucho una bocina mal grabada: -Llegando a... Universidad.
Esa era la última estación, sin embargo nadie de los que iban en el vagón pareció querer bajar. Unos segundos después el tren naranja siguió avanzando y una voz volvió a sonar:

-Llegando a... San Tomás.

Y fue entonces cuando las puertas se abrieron y varios niños, hombres y mujeres bajaron del vagón, que por cierto era del tamaño de un tren entero por dentro. Saúl también bajó junto con su madre, la estación estaba enorme y había un mural ahí, Azteca al parecer. En el centro los niños lo atravesaban corriendo. Desaparecían de ahí, prácticamente como si no hubiera una pared.

-Hijo, es hora, es momento de que vayas. Cruza por ahí, llegarás a...-la madre dudó un momento- Será mejor que lo descubras tú mismo. Suerte.

Y así fue como Saúl tomó sus cosas y caminó hacia el hombre azteca dibujado en la pared. Con miedo, y una excitación que jamás había sentido, lo atravesó.

El mundo mágico en México.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora