Fiesta de prostitutas.

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Regresamos a donde estaban Ilda y Joan mientras los hacíamos bajar apresuradamente el resto de escalones.

Una vez estuvimos camino a la puerta nos despedimos con un movimiento de mano de nuestros demás compañeros de institución y salimos de ahí.

Era una verdadera lástima que Cy y yo viviéramos tan separadas de Ilda, porque sus padres habían ido por ella y de paso llevarían a Joan, quien tenía mucha ventaja porque aparte de vivir cerca, era quien se la comía en cuanto creían que nadie estaba mirando.

Si, eran un poco despistados.

Nosotras tomamos nuestro camino por la elegante y dura alfombra gris para dirigirnos a nuestra gran limosina que contrastaba con nuestros finos atuendos. Pero en cuanto la luz de una lámpara se apagó y dejó la sola y fría calle casi a oscuras, salimos de nuestro sueño y nos apresuramos a llegar a la parada del camión.

—Dollan ¿estás segura que aquí es donde pasa el camión?

—¿Por qué te atreves a hacerme esa pregunta? ¡TÚ fuiste la que me dijo que aquí se tomaba!

—¡NO! Yo te dije que CREÍA que aquí se tomaba y TÚ dijiste que confiabas en mí.

—¡Confiaba en ti!

—¡Pues que gran error el tuyo!

—¡Por Dios, Cyra!

Mi compañera de aventura siguió haciendo berrinche un rato más hasta que nos dimos cuenta que la gente al fin se dignaba a salir de ese chiquero y se aproximaba a la que, ahora estábamos seguras, era la parada del camión.

Entre el gentío se encontraba Joan.

—¿Qué haces aquí, inepto? –Preguntó Cy.

—No eres nadie para llamarme así, porque al final de cuentas tú también estás aquí, tonta maleducada.

Decidí hablar para no dejar contestar a Cyra —¿No te habías ido con Ilda?

—Si... bueno... sus padres dijeron que tenían otras vueltas antes de ir a su casa, así que me dejaron botado de su travesía inventada. Ilda me mandó un mensaje diciendo que cree que van a tener la charla con ella en el carro.

—Creo que ahora si tengo todo el derecho de llamarte inepto, inepto.

Aquellos dos siguieron peleando por un rato distrayéndonos a todos de la totalmente perceptible falta de camiones.

La cantidad de personas codas que no queríamos pagar un taxi para ir a casa en esa esquina era una barbaridad, podría calcular unas 40 o 50, algunas otras habían cruzado la calle para tomar el camión contrario, otros habían tomado direcciones distintas, y los más afortunados ya iban camino a sus hogares gracias a sus padres, amigos o un alma caritativa que quiso llevarlos gratis.

Había pasado ya bastante tiempo, se podría decir que unas varias horas. Había chicas llorando, chicos mentando madres y otros tantos armando una fiesta mucho más divertida que la que habíamos dejado atrás, con alcohol recién comprado y música reproducida desde celulares con bocinas potentes.

Quien no supiera que éramos estudiantes esperando por el camión llamaría esto ''una fiesta de prostitutas''.

De la nada apareció a nuestro lado un hombre bastante ebrio, a quien a los pocos segundos reconocimos como nuestro profesor de inglés.

—Que pasó, que pasó –se burló Joan.

—Señorita Dorlain, me permitiría usar su... aparato de hacer, eh... ¿llamadas?

—Ehm... ¿no? –respondí con bastante mala gana.

—Culera –me llamó Cyra con un golpesito en el brazo mientras reía divertida.

—Señorita, eh... Doallain, una llamada es el equai...equila...equivialte...equivalente a un punto extra –puntualizó levantando el dedo índice.

Mis amigos se burlaban haciendo oraciones que incluían las dos palabras mágicas ''punto extra'' mientras me avergonzaban.

—Lo siento profesor, oferta tentadora, pero aprecio la vida de mi ''aparato para hacer llamadas'' –acentué la última frase haciendo comillas con mis dedos.

—Yo, eh... señorita Doralain, usted no tiene idea... –puso su mano en mi hombro mientras hacía expresiones de que en cualquier momento se echaría a llorar- no tiene idea de lo mucho, mucho, mucho, mucho que necesito de su... su ayuda.

—Es suficiente, he tenido demasiada pérdida de orgullo el día de hoy –dije para nadie en particular, dando un par de pasos hacia atrás haciendo que el borracho docente se tambaleara al frente de mis muy alegres amigos.

Me acerqué a la orilla de la acera y levanté mi brazo para tomar un taxi, ganándome miradas de asombro de varias personas. ''¿Pero como se atreve a gastar su dinero en un taxi?'' me imagino que pensaban.

En cuanto hubo uno enfrente de mi me giré un poco para hacer ademan a mi par de compinches de abandonarlos ahí a su suerte. Me subí rápidamente al auto mientras veía de reojo como se apresuraban a acercarse.

—¿Quiere qué los...
—No, ¡arranque! –lo interrumpí.

—Un poco cruel de su parte dejarlos a media noche.

—Un poco MUY cruel de sus partes dejarme lidiar sola con un ebrio que aun estando sobrio me cae muy mal. –me excusé.

No iba a dejarlos subir después de aquello, y menos sabiendo que no pagarían su parte del costo del trayecto a casa.

—Ha pasado un tiempo desde la última vez, pequeña Dollan, ¿cómo están sus padres? –dijo el conductor ganándose mi mirada de curiosidad.

Esa extraña nocheWhere stories live. Discover now