Prólogo

266 18 67
                                    

—Puja, cariño. –susurró Mark. —Vamos, Amelia, puja.

—No puedo.–sollozó Amelia. Era su primer embarazo y había roto fuente dos meses antes de lo previsto. Dolía. Y dolía mucho. Algo se sentía mal en toda la situación. Lágrimas cayeron por sus mejillas y grito con fuerza.

Mark se inclinó sobre su esposa y beso la mano qué ella le apretaba. La miró a los ojos, doliendole su dolor. Si alguna vez la perdía...

—Vamos, tu puedes, Ángel. No te desanimes.

Amelia cerró sus ojos verdes. Echo la cabeza para atrás y su rostro se contorsiono de dolor. —No puedo, Mark, no-no...–un grito desgarro su garganta. —¡No puedo!

La enfermera al lado del doctor pareció entrar en pánico.—Doctor...

El doctor alzó la vista hacia ella. —Creo que puede hacerlo.

—Dios, Dios, Dios. –gimió Amelia.

—Doctor, pero le duele mucho. –protestó Mark.

El doctor hizo un gesto de 'no importa' a Mark. —Es su primer embarazo, señor. Es algo normal qué le duela tanto. Si lo hace sentir mejor, creo qué veo al pequeño Aaron.

«Creo» no era la mejor palabra para aliviarlo. Sin embargo, Mark suspiró y se resigno. No estaba en derecho a reclamarle nada al doctor. Después de todo, él lo estaba haciendo por apenas unos cuantos dolares. Mark había perdido todo cuando su padre murió y su madrastra lo boto de la casa. Había estado dos años intentando encontrar trabajo, pero a cada lugar que iba, Mark lo veía en sus caras. Lo reconocían. El hijo del Ladrón de Bancos nos va a robar. Marcus Stewart Padre fue el más grande estafador de Virginia del Sur. Y cuando todos piensan qué eres malo, empiezas a creertelo tú mismo. Iba por un muy oscuro camino cuando conoció a Amelia, su Ángel. Con sus impresionantes ojos verdes y cabello rubio intenso, lo cautivo. Sólo basto una mirada y lo había capturado. Se mudo en frente de su casa. Al verla todos los días se enamoraba más y más, hasta que la invito a salir. Se enamoraron. Pero había algo qué Amelia le ocultaba: ella también huía de algo. Vivía humildemente, como Mark. Pero ella si que parecía feliz con eso. Cómo si no importará qué tan pobre fuera, cómo si estuviera satisfecha consigo misma de tan sólo estar viva. Mark la amaba por eso. Y luego el detonante secreto explotó: Amelia era una especie de maga, qué huía de una guerra. Dijo que sus padres murieron y su hermano también había muerto, estaba sola en el mundo. Dijo qué a pesar de ser maga, prefería vivir cómo una chica sin magia, porqué era mejor vivir de ese modo qué no vivir en lo absoluto. Mark le creyó cada palabra, sin exigirle pruebas. Para él tenía sentido. Nada tan maravilloso como su Ángel no podía ser nada más excepto mágico. Al mes siguiente se enteraron qué ella estaba embarazada. Se casaron cuando tuvo cinco meses y medio. Y ahora dos meses después, ella estaba teniendo a su hijo, Aaron.

De repente, Amelia empezó a tomar aire exageramente. Y no de una manera graciosa, sino cómo si se estuviera ahogando.

—A-a, ¡No respiro! No respiro, Mark.–jadeo. Giro sus ojos jade hacia su esposo y sintió miedo. Mucho. —El bebé...

La cosa –Mark no sabia como se llamaba– qué marcaba su pulso empezó a sonar cada vez más rápido. Entro en pánico.

—¿Doctor? –dijo con voz temblorosa.

—¡Saquenlo de aquí! La paciente está sufriendo un ataque de taquicardia. –ordenó el médico, alterado. Dos enfermeras se aproximaron hacia Mark.

Todo el color desapareció de su rostro —¿Q-qué? ¿Taticardia?

—Señor, por favor salga de la sala...–pidió una enfermera. Mark la ignoro y lo tomaron de los brazos. —Señor, tiene que salir, no podemos trabajar con usted aquí.

Los ojos de su ángel pasaron de verde a blanco, virando los ojos. Empezó a emitir sonidos raros desde el fondo de su garganta, como jadeos y gritos mezclados. Amelia se tomó el pecho. Y de repente los pitidos desaparecieron.

—¡Amelia!–gritó Mark. Intentó pasar sobre las enfermeras, pero entonces unos enfermeros gigantes lo empujaron fuera.

—Tiene qué ir a la sala de espera, señor. –dijo uno.

—¡No iré a ningún lado! Quiero estar con mi esposa. –exclamó furioso. Intentaron hacerlo retroceder.

—Entienda, señor...–alzó la voz uno de ellos. —... Que si sigue presionandonos, tendremos que expulsarlo de el hospital. Nos distrae de nuestro trabajo y su esposa es la qué puede sufrir las consecuencias. Su esposa y su hijo.

Mark, con los ojos llenos de lágrimas, apretó la mandíbula. Respiro:—Bien.

Le dispararon a Mark miradas de advertencias antes de entrar de nuevo en la sala de partos. Por la puerta no podía ver a Amelia. Mark golpeó la pared, fallando en contener su furia.

No podía perderla. No podía perder a su Ángel.

Fue a la sala de espera y se sentó, totalmente impotente. Hundió el rostro en las manos. Esto era una tortura. Estuvo varios minutos así. Hubo un ajetreo cuando llevaron a su esposa a la sala de emergencias, pero Mark no pudo ver. No podía ver porque sabía qué esa vez haría qué lo expulsaran del hospital. Cuando aparto las manos y ya los enfermeros y Amelia se habían ido, se sintió desolado.

Lágrimas silenciosas se deslizaron por su rostro. Trago su nudo en la garganta, una jaqueca terrible por llorar le invadía.

Si perdía a Amelia, lo perdía todo.

—¿Por qué lloras, muchacho? –preguntó una voz a su lado. Mark se sobresalto. Una anciana de cabello blanco, lo miraba. ¿De donde había salido?

Mark se quedó callado un momento, no sabiendo muy bien que contestar. Finalmente respondió con voz áspera:—Mi esposa. Se muere. Esta en trabajo de parto.

La anciana sonrió de manera rara. —¿Se llama por casualidad 'Amelia', tu esposa?

Mark se sorprendió.

—Sí.

La sonrisa de la anciana empezó a tornarse de una especie de... ¿Rencor? Se inclinó hacia él, susurrando.

—¿Si te digo qué la conocía me creerias?–Al no obtener respuesta alguna de Mark, prosiguió:— Amelia fue una tonta al creer que como pudo escapar del Enemigo, podía escapar de la Orden del Desorden. No sabe que aquellos que tienen alma son más despiadados qué los qué no.

Los labios de Mark se entreabieron. Las palabras sonaban familiares pero no las sabía de donde por completo. Lo único qué sabía que lo que estaba pasando con Amelia y su hijo, probablemente esa anciana podía estar involucrada.

—¿Quién es usted? –espeto Mark.

—¡Alma! –un grito qué parecía proveniente del aire interrumpió la conversación. —Ya hice lo qué me ordenaste.

Ella se levanto y le acaricio su mejilla a Mark. Nada de eso le daba un buen presentimiento. Le sonrió dulcemente.

—El alma de tu esposa ya abandonó su cuerpo. Nosotros ya la tomamos y la cuidaremos. Sabemos la importancia de un alma. Tu cuida de tu hijo, qué no tiene la culpa de nada de lo que tu esposa hizo.

Mark tomó su muñeca con fuerza, y la miro a sus ojos buscando respuestas; pero un calor ardiente quemó donde sostenía a la mujer llamada Alma. Mark siseo y miro su mano enrojecida y llena de ampollas. Cuando alzó la vista ella no estaba.

A la media hora del suceso, el doctor se acerco a Mark. Su hijo había sobrevivido. Su esposa no.

Mark se había roto. Por completo.

—¿Cuales fueron sus últimas palabras? ¿Dijo algo para mi?– La respuesta lo hizo odiarse a sí mismo. Si Amelia no hubiera tenido al niño, estaría viva y con él. ¿Como podía pedirle eso?

Mark observo al bebé desde la incubadora, con amargura.

Las últimas palabras de Amelia para él habían sido: “Cuida al niño





***
Prometo que la historia va a ser mejor que el prólogo c:

Bye ❤

MAGISTERIUM ~POV DE AARON, FANFIC~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora