Capítulo III

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¡Feliz día San Valentín!

¡Feliz día San Valentín!

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Inminente atracción* 😂

Caminamos por minutos que me parecieron eternos. Y no comprendía como había caminado tanto sin darme cuenta. Maldije el ser tan despistada y es que con facilidad lograba perderme y olvidarme de todo al contacto de mi cámara. Suspiré, ya casi no lograba ver nada, lo cual me causaba varios tropezones. Pero en una de esos me tambaleé con rapidez y creí que me estamparía contra el suelo. Entonces sentí como unas fuertes manos, sus manos, me aferraban y acercaban a su cuerpo con rapidez, evitando que mi trasero tocara al suelo.

—La tengo... —dijo, deslizando su mano por mi cadera. La mera sensación hizo que mi estómago se comprimiera y cosquilleara. Alcé la cabeza y de inmediato su mano se cernió con mayor firmeza en el hueso de mi cadera. Sus ojos bailaron en sus cuencas, que iban desde los míos hasta mi boca levemente abierta. Posó la otra mano a la altura de mi cintura y me empujó un poco más a él—... es muy escurridiza pero eso me gusta —susurró, con su voz demasiado ronca. La mitad de su rostro estaba iluminado y la otra parte se desconocía por la densa sombra. Mordí mi labio inferior, anticipando lo que pronto iba a pasar. Sus pupilas se dilataron, y su aliento estaba haciendo estragos en mi capacidad para pensar con claridad. Poco a poco fui testigo de cómo iba bajando su cabeza, relamiendo sus labios y con el deseo palpable en su mirada. ¡Dios!, deseé besarlo con premura. Y así pasó, sus duros labios hicieron contacto con los míos y todo lo demás no importó. Apresó primero uno y lo devoró, lo succionó y mordió con dulzura. Nunca nadie me había besado de aquella forma: suave y riguroso, tierno y exigente. Era una combinación que me volvió loca. Y justo en ese momento mande de vacaciones a mi conciencia junto a la razón. Me estampó contra un árbol y sus agiles manos viajaron desde mi cadera hasta mi piernas, subían hasta mis brazos y se perdían en mi cuello. Se sentía jodidamente bien. Entonces una conocida voz me regresó la cordura, y como una bola de hierro estrellándose de lleno contra un edificio la realidad barrió conmigo: Mariana.

— ¡Sughey, Daniel! ¿Dónde están? —gritaba mi mejor amiga, mi casi hermana. Me separé de golpe, reconociendo lo que había hecho. Use mis manos para alejarnos y al mismo tiempo recobrar un nivel normal para respirar.

—Esto... nunca pasó. ¿Oíste? —dije severamente. Negué con la cabeza y con grandes zancadas me alejé. Corrí, para tomar eso como excusa del porqué de mi inestable respiración y sonrojo.

—Mar, hola... —dije, apareciendo en su campo de visión. Sonrió con claro alivio. Me apoyé en mis rodillas, pues la corrida y lo reciente... me habían dejado sin aire. Mi amiga me ayudo a recomponerme y en segundos Daniel apareció, igual de agitado que yo. Ignoré su mirada descolocada. Le di la espalda y me aproximé a mi yegua—... ya es noche, debemos regresar —dije. Mar, asintió con la cabeza y me siguió. Se subió y yo intenté lo mismo.

—Déjame ayudarte... —dijo Daniel, acercándose peligrosamente a mí. Negué con la cabeza y con la ayuda de un gran brinco logré subirme. No dejando pasar que ahora me trataba de tú.

Contra el tiempo © [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora