Capítulo 3

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Al día siguiente me desperté y no quería ir a trabajar, para mi era raro, me encantaba mi trabajo, mi madre siempre me decía que tenía que buscar un trabajo al que me apeteciese hacer durante al menos cuarenta años de mi vida. Y creía que lo había conseguido.

Perezosamente me levanté de mi cama y me fui a desayunar. Cuando ya estaba terminando mi desayuno mi teléfono móvil empezó a sonar. Miré el identificador de llamadas y apareció el nombre de JANE.

-¿Hola?¿Jane?

-Hola- Se notaba en su voz que estaba cansada y de mal humor.

-¿Qué tal ayer? ¿Saliste?

-No, con el imbécil del señor Adams, ese gran gilipollas, estaba tan enfadada que lo único que quería hacer era quedarme en casa y hacerle vudú a un muñeco con una foto de su cara. No me puedo creer que el otro día casi me fuese a casa con él.

-¿Te quedaste hasta muy tarde trabajando con él?-Mientras hablaba coloqué la taza del desayuno en el fregadero y comencé a lavarla, sin querer dejar la rutina aunque estuviera hablando con Jane.

Me fui a mi habitación, coloqué el teléfono entre mi hombro y la oreja y empecé a sacar la ropa que iba a usar hoy mientras oía la respuesta de mi mejor amiga.

-Por desgracia, el muy imbécil no me dejó salir hasta que él no terminó su trabajo, como si fuera mi culpa que él sea un adicto al trabajo. Si él se quiere quedar hasta las ocho trabajando, vale, no es mi problema. Como hoy me haga quedarme hasta tarde otra vez voy a poner una queja, mi horario termina a las cinco no cuando le salga a él de las narices.

-Jane, relájate. Así solo te vas a meter en problemas, vas a conseguir que te echen y déjame recordarte que como te despidan vas a perder el piso.

El piso era casi sagrado para Jane, era un piso en el centro de la ciudad en el que su madre había vivido desde que llegó a la ciudad, allí se habían conocido sus padres y había crecido ella. Su padre era un militar del ejército de los Estados Unidos que había muerto en Afganistán cuando Jane tenía siete años y su madre le siguió cuando Jane tenía dieciocho, ese piso es lo más cercano que tenía a sus padres y, aunque era algo caro de mantener, Jane no estaba dispuesta a venderlo. Era lo único que le quedaba de ellos.

-Lo se. Tendré que callarme delante de "mi querido jefe"

-Más te vale, te veo luego.

-Si el señor imbécil lo permite.-Dijo enfurruñada, reí y colgué el teléfono y lo tiré encima del edredón para empezar a vestirme.

Cogí rápidamente todas mis cosas, cerré la puerta y me dispuse a bajar los cuatro pisos de escaleras, nunca usaba el ascensor, siempre he tenido la paranoia de que me iba a quedar encerrada.

-Buenos días señor Jones- Saludé a mi vecino de enfrente, siempre había sido un encanto conmigo, era un hombre de unos sesenta y cinco años con un principio de barriga cervecera y una sonrisa amable en todo momento.

-Hola Julie- Dijo con su habitual sonrisa, agachándose para recoger el periódico que estaba en el felpudo, era una de las pocas personas que todavía veía con periódicos en papel.

Al pasar por el tercer piso encontré el descansillo lleno de cajas de mudanza, y detrás de todo el desastre de cajas apareció una chica, era bajita con el pelo pelirrojo rizado a punto de salir en todas las direcciones, era pálida y con los ojos azul intenso mirándome curiosos, como si nunca hubiera visto a alguien bajando las escaleras.

-¡Buenos días! ¿Vives en el edificio? Nosotros nos acabamos de mudar, por ciento me llamo Phoebe -Dijo con una sonrisa alegre, era una persona que desprendía un aura de felicidad y positivismo puro, como si nada de lo que dijeras pudiera deprimirla.

-¡Hola! - Dije animada- Me llamo Julie, vivo en el piso de arriba, perdón pero llevo prisa, espero verte algún día.

Ya en mi coche me puse a meditar la situación de Jane, ella era una persona con una personalidad muy fuerte y autoritaria y eso hacía que se llevase mal con personas controladoras o con una personalidad parecida a la suya. Y por lo poco que había conocido al señor Adams ayer parecía una persona controladora y autoritaria, Jane lo iba a pasar muy mal intentando aguantarle y poner buena cara.

Me paré en un semáforo a una manzana de la oficina y miré nerviosa el reloj, no iba con tanto margen como siempre y no me apetecía llegar tarde.

Aparqué y salí del coche rápidamente, entré en el recibidor y saludé al conserje mientras pasaba. Subí en el ascensor hasta mi planta, un tanto angustiada, no me gustaban los ascensores pero no estaba tan loca como para subir hasta la planta alta del rascacielos en el que trabajaba por las escaleras.

Entro a mi despacho y me encuentro con un hombre, de espaldas. Incluso de espaldas se podía apreciar que tenía un cuerpo de deportista, fuerte y musculado, cubierto por un traje que no hacía más que resaltar la silueta de su espalda. Tenía el pelo rubio, aunque con partes más tirando a castañas, perfectamente peinado hacia atrás. Estaba revisando los documentos que estuve organizando ayer (lo único útil que hice ayer) pero cuando me oyó entrar se dio la vuelta.

En cuanto pude verle la cara me quedé mirando a unos ojos marrones amables, como si me prometiera que más que mi jefe iba a ser mi amigo. Su cara iba acorde con su cuerpo, era guapo, para qué mentir, con rasgos amables y sonrisa amplia que mostraba una hilera de blancos dientes perfectamente colocados.

-Buenos días, soy Shane Samuels, a partir de ahora trabajarás conmigo.

Sonrió, otra vez, me gusta la gente que sonríe. En general soy una persona muy alegre y me gusta la gente que me sonríe.

-Buenos días, yo me llamo Julia Fernández, soy su asistente.

-Perfecto Julia, pongámonos manos a la obra.

Best FriendWhere stories live. Discover now