Capítulo 4| Copia idéntica

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Quisiera comprender las razones por las cuales el Karma parece ir en mi contra. Casi ser atropellada una vez puede que sea casualidad, ¿pero dos? Sin embargo, los culpables son mis padres. Si no hubiese dejado los lentes en el auto del chico de la cazadora negra hubiese visto antes de cruzar la calle, no tendría que preocuparme por eso si no me hubieran abandonado en el aeropuerto, no tendría que estar en el aeropuerto si no me hubiesen mandado a buscar, si no me hubiesen mandado a buscar estaría comienzo galletas oreos mientras releo Orgullo y Prejuicio abrazada al torso calentito de Miguel Ángel. ¿Así o más claro?

Muerdo mi labio inferior cuando la suburban blanca es frenada a pocos centímetros de mis piernas. Las personas observan con curiosidad la escena que comienza a desarrollarse ante sus ojos. Paso saliva sintiendo mi corazón latir desenfrenado por el susto de casi ser atropellada por segunda vez. Suelto las maletas antes de dejar escapar un suspiro de alivio. Las puertas del conductor y copiloto del vehículo se ven abiertas, de estas descienden un chico a cada lado. Elevo ambas cejas al percatarme de lo idénticos que son.

¿Son una copia? ¿Los repitieron? ¿O me golpeé la cabeza? —susurro para mí misma posando una mano en mi cabeza y, a su vez, enredando mis dedos en mis enmarañados rizos.

Las dos personas idénticas se plantan frente a mí. Al escanearlos reitero mis pensamientos sobre lo parecidos que son. No me pasa por alto su altura ni mucho menos el tono bronceado de su piel, parecido al mío. Incluso su cabello es castaño, solo que unos tonos más claro. Debo entrecerrar un poco los ojos en intentos fallidos por enfocar sus rostros, si bien se nota que son guapos.

—Ten más cuidado la próxima, linda —habla uno de ellos de manera despreocupada, el de camiseta roja.

Abro la boca algo indignada, cruzo los brazos por sobre mi pecho apoyando mi peso en mi otra pierna. Parte de la culpa de casi ser atropellada es mía, pero ellos también tienen forman parte de ella.

—Ustedes no me vieron, fue su culpa.

En otra situación me hubiese quedado callada por vergüenza, pero tenemos demasiados testigos presentes para no correr el riesgo de ser secuestrada.

—No sé cómo no logré ver tal preciosura pasando frente a mí —expresa esta vez el de camiseta azul, tomando uno de mis enmarañados rizos entre sus dedos.

Doy un paso hacia atrás e impongo distancia entre los repetidos y mi burbuja personal.

—Hey —comienza quien inició la conversación—, ¿cómo te llamas?

Me descruzo de brazos ante tal pregunta, obviamente no le diré mi nombre a un desconocido, podría rastrearme.

¿Qué te importa? —hablo en tono infantil.

Entrecierra sus ojos verdosos, acercándose un paso.

Come torta. —Imita mi tono para después sacarme la lengua.

La sorpresa no tarda en apoderarse de mi semblante al percatarme del buen dominio de mi idioma, además de su comportamiento.

— ¿No has visto a una chica que se llama Alexandra? —interroga el de camiseta azul apartando a su copia idéntica. Dirijo mi borrosa visión a este.

—Oh, claro, como todas las personas tienen un letrero en la frente con su nombre escrito. —Uso mi tono sarcástico volviendo a cruzar mis brazos, ambos tocan su pecho, ofendidos.

Creo que pasar tiempo con el chico emo me contagió su mal carácter.

—Pero qué antipática —sisean al unísono.

Entono los ojos soltando una pequeña risa. Me es gracioso cuando dos personas dicen lo mismo sin planearlo, es como un súper poder de telepatía.

Una latina en apurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora