Capitulo 1

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Una tormenta de invierno anunciaba nieve para el día de Acción de Gracias. A Camila, la idea de dar las gracias le resultaba irónica. Tenía poco de lo que sentirse agradecida.
Una nueva ráfaga de viento sacudió los cristales de las
ventanas del tejado a dos aguas del desván, y Butch, con un gemido, apoyó todo su peso contra la parte posterior de las piernas de Camila.
—Ya lo sé, muchacha —dijo con aire ausente.
Le dio unas palmadas sobre el pelaje espeso y blanco. De algún modo, Butch siempre sabía cuando empezaban a escasear las provisiones. Si Camila no iba al pueblo y volvía antes de la tormenta, iban a tener que comer judías en lata el día de Acción de Gracias y varios días más.
A Camila le apetecía quedarse incomunicada por la nieve. Si la Madre Naturaleza la apartaba del mundo durante unos cuantos días, el aislamiento no habría sido por propia elección. Era
su segunda Acción de Gracias sin Sabrina. Se preguntó cuándo dejaría de contar.
—Vamos, muchacha —dijo. Se puso la parka a cuadros y las botas de nieve.
Cuanto antes saliera, menos posibilidades tenía de que a la vuelta se viera obligada a poner las cadenas. Butch no necesitó que le insistieran.

Salió de la casa adelantándose a Camila y, cuando la puerta de la camioneta se abrió, introdujo de un salto sus cuarenta y dos kilos de husky de Alaska y se sentó en el asiento del acompañante.
Cuando Camila cerró la puerta tras ella, Butch ladró una vez.

—Vale, vale, ya me doy prisa.

La ida a Bishop no fue difícil: la camioneta era lo suficientemente pesada para resistir un poco de viento. Peccon cuando salió del mercado, caían pequeñas ráfagas de nieve. Puso rápidamente las bolsas de papel en el suelo, debajo de Butch, que jadeó y se relamió.

—Como se te ocurra mordisquear ese pavo, no verás ni un solo muslo.

Camila no sabía por qué había comprado el pavo; lo único que se le ocurría era que estaba a muy buen precio. Conservaba esa especie de tacañería en las pequeñas cosas, propia de su educación religiosa, independientemente del estado de su cuenta corriente.

En el fondo de su mente, tenía pensado poner la mesa con una silla​ vacía para Sabrina. A lo mejor el espíritu de ésta la visitaba y al fin la dejaba sentirse entera otra vez, en lugar de seguir vagando como un fantasma, como si fuera ella la que se hubiera ahogado.

Se detuvo rápidamente en la oficina de correos. Había dos cartas y un paquete que recogió en la ventanilla.

Una carta era de su madre.Camila no sabía si leerla. La otra era de Rosie y Valentina, amigas insistentes que seguían escribiendo a pesar de que Leah no contestaba.
La dirección del remitente en el paquete hizo que Camila contuviera el aliento. Se frotó los ojos con la manga de la parka. ¿Por qué no había cancelado los pedidos a la tienda de artículos de arte? Cada vez que llegaba una de esas cajas, era como si le clavaran un puñal en el pecho.
Las ráfagas arreciaban cada vez más. Tuvo que inclinarse ante el viento para que la nieve no le azotara la cara mientras regresaba a la camioneta.

¿Por qué todo le costaba tanto?

Golpeó el volante con los puños. El estallido de rabia se desvaneció con la misma rapidez que había aparecido, y Camila cerró los ojos con un cansancio indescriptible.

Butch gimió y le mordisqueó la manga de la parka. Ella la apartó el intentó calmarse. La nieve caía con una absurda y constante firmeza... no tenía tiempo de darse el lujo de sufrir.

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La historia no es mía, esto es una adaptación del libro "Pintando la Luna" de Karin Kallmaker. Obviamente todos los créditos van ella, solo lo adapte a mi Shipp favorito por qué me parece una muy buena historia para compartir con los que no hayan leído el libro original.

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⏰ Última actualización: Jun 03, 2019 ⏰

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