1
Miré al diplomático inglés. Él me miró a mí.
—¿Sir Guy Hollis? — pregunté.
—En efecto. ¿Tengo el placer de hablar con John Carmody, el psiquíatra?
Asentí. Mis ojos examinaron disimuladamente a mi distinguido visitante. Alto, delgado, con el pelo rojizo y el tradicional bigote. Y el traje de mezclilla. Sospeché la existencia de un monóculo en el bolsillo de pecho de la americana, y me pregunté si se habría dejado el paraguas en la oficina exterior.
Pero, más que eso, me pregunté qué diablos habría impulsado a Sir Guy Hollis, de la Embajada británica, a ponerse en contacto con un forastero aquí, en Chicago.
Sir Guy no me ayudó lo más mínimo mientras tomaba asiento. Se aclaró la garganta, miró nerviosamente a su alrededor y golpeó su pipa contra el borde del escritorio. Luego abrió la boca.
—Mr. Carmody —dijo—, ¿ha oído usted hablar de... Jack el Destripador?
—¿El asesino? —pregunté.
—Exactamente. El más monstruoso de todos. Peor que Landrú. Jack el Destripador. Jack el Rojo.
—He oído hablar de él —dije.
—¿Conoce usted su historia?
—Escuche, Sir Guy —murmuré—. No creo que nos sirva de nada desempolvar antiguos cuentos de viejas acerca de famosos criminales de la historia.
Sir Guy me miró fijamente.
—Esto no es ningún cuento de viejas. Es un asunto de vida o muerte.
Estaba tan obsesionado, que incluso hablaba en tono melodramático. Bueno, estaba dispuesto a escucharle. A los psiquíatras nos pagan para que escuchemos.
—Adelante —le dije—. Oigamos la historia.
Sir Guy encendió un cigarrillo y empezó a hablar.
—Londres, 1888 —empezó—. Finales de verano y comienzos de otoño. Ésa fue la época. Surgida de ninguna parte, apareció la sombría figura de Jack el Destripador... una sombra furtiva con un cuchillo, vagabundeando por el East End de Londres. Acechando a las escuálidas divas de Whitechapel. Nadie sabe de dónde llegó. Pero trajo la muerte. La muerte en un cuchillo.
»Aquel cuchillo descendió seis veces para hundirse en las gargantas y en los cuerpos de mujeres de Londres. Busconas. El 7 de agosto fue la fecha del primer asesinato. Encontraron el cadáver de la mujer con treinta y nueve cuchilladas. Un crimen horroroso. El 31 de agosto, otra víctima. La prensa empezó a interesarse por el asunto. Los habitantes de los suburbios se interesaron todavía más.
»¿Quién era aquel desconocido asesino que vagabundeaba por allí y mataba a capricho en las desiertas calles de sus barrios? Y, lo que era más importante: ¿cuándo entraría de nuevo en acción?
»La fecha fue el 8 de septiembre. Scotland Yard nombró comisionados especiales. Los rumores iban y venían. La espantosa naturaleza de los asesinatos era tema de las más descabelladas especulaciones.
»EI asesino utilizaba un cuchillo... con gran pericia. Seccionaba gargantas y cortaba... ciertas partes de los cadáveres después de la muerte. Escogía víctimas y lugares con diabólica premeditación. Nadie le vio ni le oyó. Pero los guardias, al hacer su ronda al amanecer, tropezaban con la desdichada víctima del Destripador.
»¿Quién era? ¿Qué era? ¿Un cirujano loco? ¿Un carnicero? ¿Un científico demente? ¿Un enfermo mental escapado de un manicomio? ¿Un noble psicopático? ¿Un miembro de la policía londinense?

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Atentamente suyo, Jack el destripador. Robert Bloch
DiversosAtentamente suyo, Jack el destripador. Robert Bloch »EI asesino utilizaba un cuchillo... con gran pericia. Seccionaba gargantas y cortaba... ciertas partes de los cadáveres después de la muerte. Escogía víctimas y lugares con diabólica premeditació...