Wild.

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Puedo estar seguro de que fui feliz desde el día en que nos conocimos, fue en el verano que cumplí los siete años, él tenía casi ocho y el destino nos puso en la misma playa a menos de medio kilometro de distancia y caminos contrarios que se cruzarían en algún momento, que llegó mientras yo regresaba con papá a casa y él se alejaba de la suya con los gritos de su padre acercándose detrás. A pesar de lucir enfadado caminaba con mucha tranquilidad, y como yo era un niño y solía hacer preguntas le pregunté que sucedía. Pero su respuesta fue: —¿Quieres jugar? mi papá me regaló estas espadas de pirata.

No puedo recordar mucho porque a los ocho años no sabía la importancia de conservar recuerdos, pero nos hicimos amigos jugando, mi padre y el suyo nos miraban a lo lejos mientras compartían una caja de cerveza. Por alguna otra razón del destino llegó un vecino nuestro y mi padre descubrió que tenían un amigo en común.

Pasamos toda la tarde juntos mientas ellos charlaban y bebían algunas cervezas. Papá no tomó más de dos, pero el padre de Matt estaba acostumbrado a beber como si las botellas contuviesen agua.

—No es tan complicado, yo también me he divorciado y pedí la custodia de mi hijo, mi ex esposa tenía tantas deudas que no hubiese podido mantenerlo por mucho tiempo —dijo mi papá, viéndonos mientras construíamos un castillo de arena— somos Troye y yo ahora.

—Para mí es nuevo, pero ya conseguiré alguna para que cuide de él, no tengo tiempo para vigilar los problemas que causa a diario.

Papá negó con la cabeza y volvió a mirarme. Estaba feliz con un amigo nuevo, no solía gustarme ir a la playa porque no había niños cerca.

—Yo cuido de Troye, es mi hijo.

—No es trabajo de hombres.

—No existe ningún trabajo de hombres o de mu...

—Yo no estoy aquí para escuchar a un idiota contradecirme —dijo poniéndose de pie— pro supuesto que hay trabajos para mujeres, ¿o no, señorita? —preguntó en son de burla al chico que estaba con ellos. Llevaba el cabello largo hasta el cuello y fruncía el ceño cada vez que el papá de Matt quería tocarlo.

—Ya basta, amigo —respondió el más joven guardando compostura. Estuvo así por unos segundos más y mi papá decidió intervenir con sutileza para que se tranquilice.

—Escucha, tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer —amenazó con una mano sujetando el peso de su cuerpo a una silla de madera y la otra con una cerveza y un dedo indice hacia el pecho de mi progenitor, sentía el efecto del alcohol recorriendo su cuerpo, dio una ultima mirada rápida a mi papá y luego gritó:— ¡Matthew! Ya nos vamos.

Yo dejé de sonreír al escucharlo y nos miramos unos segundos. Le pregunté si regresaría al día siguiente pero solo levantó los hombros y corrió hacia su padre que daba zancadas largas hacia su casa. Luego papá me llamó a mí, esperó a que llegue a su lado para darme la mano y caminamos conversando hasta nuestra casa.

Mathew no regresó al día siguiente, pero esa misma tarde descubrí que vivíamos en el mismo vecindario. Papá me dejaba ir a su casa casi todas las tardes, pero él nunca me acompañaba. Solía pensar que era porque tenía miedo del padre de Mathew, después descubrí que era porque no congeniaban en nada cada vez que se encontraban, mi padre era tranquilo pero al de Matt le gustaba gritar por cualquier cosa que sucedía, sobre todo cuando estaba ebrio, que era la mayor parte del tiempo.

Yo siempre pasaba tiempo con Matthew. En el patio de su casa, en la playa o en mi casa. Me gustaba más cuando venía a la mía, y a Matt le gustaba también porque papá nos preparaba galletas en el horno viejo que teníamos y nos dejaba desordenar la casa cuando hacíamos campamentos con las sabanas y sillas del comedor, jugábamos ahí dentro o a veces papá venía a despertar a Matt cuando nos quedábamos dormidos para que regrese a casa, cuando era muy tarde su padre venía y tocaba la puerta ebrio y enfurecido.

The Blue NeighborhoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora