capitulo 1.

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El sol rojo se posa sobre las crestas mas altas de las montañas, y las estribaciones parecen arder bajo su luz menguante. Una brisa fresca viene del Sol barre los pastizales altos y resecos que ondean como llamas doradas en las laderas hacia él valle umbrío y feraz.

Hundido hasta las rodillas en el pastizal, las manos en los bolsillos de su chaqueta, contempla los viñedos a sus pies. En el invierno podaron las viñas. Acaba de empezar la estación de los cultivos. Han segado la vistosa mostaza silvestre que floreció entre las hileras durante los meses más fríos, y roturado los rastrojos con la tierra. La tierra es negra, fértil.

Los viñedos rodean un granero, varios cobertizos y la casa del administrador. Solo él granero es mas grande que la casa victoriana de los dueños, con tejados, buhardillas, rejas forjadas bajo los aleros, y él frontón de piedra tallada sobre los escalones del porche.

Paul y Laura Templeton viven en la casa todo el año; su hija Sarah suele venir de visita desde San Francisco, donde cursa estudios en la universidad. Se supone que pasará el fin de semana en casa de sus padres. Sumido en un ensueño, contempla la imagen mental del rostro de Laura, nítida como una fotografía. Curiosamente, los rasgos perfectos de la joven evocan suculentos racimos de uva negra y morada con su traslúcido hollejo púrpura, saturados de azúcar. El sabor invade su boca al imaginar como sus dientes revientan las uvas quiméricas.

Al bajar lentamente detrás de las montañas, el Sol derrama una luz de colores tan cálidos, tan abrasadora que donde roza la tierra esta parece húmeda y teñida indeleblemente. El pastizal también se vuelve rojo, no como un ardor sin fuego sino como una marea roja que lame sus rodillas.

Vuelve la espalda a la casa y los viñedos. Mientras paladea el sabor cada vez más intenso de las uvas, dirige haciendo él poniente y se hunde en las sombras lanzadas por las altas crestas arboladas.

Le llega el olor de los animalitos de los prados, agazapados en sus madrigueras. Escucha el susurro de las plumas de un halcón cazador que navega las corrientes a decenas de metros de altura, y percibe él frío centello de estrellas aún invisibles.

En ese mar alucinante de trémula luz roja, las sombras negras de la bóveda vegetal se deslizaban sobre en parabrisas, veloces como tiburones.

Laura Templeton conducia al Mustang por él sinuoso asfalto de dos carriles con una destreza que despertaba la admiración de Chyna, pero a una velocidad excesiva.

—Eres peona—dijo Chyna.

—Mejor eso que culona—dijo Laura con una sonrisa maliciosa.

—¿Quieres que nos matemos?

—Mamá es exigente con el horario de la cena.

—Mejor llegar tarde a cenar que muertas.

—Lo dices porque no conoces a mi mamá. Es muy estricta con las normas.

—No mas que la policía camionera.

—A veces hablas igual que ella—dijo Laura, riendo.

—¿Igual que quién?

—Que mi mamá.

—Bueno, una de las dos tiene que portarse como una adulta seria—dijo Chyna, aferrándose mientras Laura tomaba una curva a gran velocidad.

—Quien diría que solo tienes tres años mas que yo—dijo Laura, afectuosa—¿Veintiséis años?¿No serán ciento veintiséis?

—Soy una anciana—dijo Chyna.

Habían salido de San Francisco bajo un implicable cielo azul al comienzo de un feriado de cuatro días de la Universidad de California, en la cual en mayo ambas recibirían su licenciatura en psicología. Los estudios de Laura no se habían atrasado a causa de la necesidad de trabajar para pagarlos, mientras que Chyna, durante los diez años anteriores, había estudiado en sus ratos libres a la vez que trabajaba full time como camarera, primero en casas de comida rápida y últimamente en un lujoso restaurante de mesas tendida con manteles blancos, servilletas de tela y flores naturales, y cuyos clientes —benditos fueran— dejaban propinas de diez al quince por ciento. Después de una década sin vacaciones, se habia tomado unos dia en casa de los Templeton.

intensidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora