T r e s

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Intenta abrir los párpados. No logra ver nada. Está tan oscuro como cuando los tenia cerrados. Ve un haz de luz difusa a través de la ventana al lado de la puerta. Ahora discierne más claramente las sombras al otro lado de la pared. Las persianas están abiertas, hay una mesa larga y varias enfermeras sentadas a lo largo. Sus caras están iluminadas por el suelo resplandor que parece salir del frente. Vuelve la cara hacia el otro lado. Otra ventana, ésta tiene las persianas persianas cerradas. Gira ahora su cabeza a la posición original. Se siente más libre, más ágil. No hay dolor. Observa hacia abajo, hacia donde deberían estar sus piernas. No están. Una mole blanca de vendas las suplanta. «¿Habré perdido mis piernas?», el pensamiento entra de repente. «¡No! Están allí. Sólo que cubiertas de vendas.» Respira hondo. «Hospital público». recuerda. Se estremece. Ha escuchado historias horrendas de estos lugares para pobres. No hay medicamentos, los médicos no atienden bien. Las enfermeras no están graduadas. Falta equipo. Ahora está en uno de ellos. Irremediablemente, no puede partir. No tiene piernas. Trata de sentirlas, sin éxito. Un gran vacío a tomado el lugar de su torso inferior. Intenta con los brazos. El derecho, nada. El izquierdo, siente un movimiento. Los dedos se mueven. Prueba la mano: la encuentra. Flexiona el brazo. Lo dobla por el codo. Lo trae hasta los ojos. mira su mano izquierda. Pálida pero real. Mueve los dedos, se alegra le dan ganas de llorar. No lo hace por temor a que entre una enfermera. Vuelve el brazo a su lugar, reposa. Sonríe, cierra los ojos y se duerme.

Una voz dulce lo despertó:

—Buenos días, señor Vargas. Es hora de levantarse.

Alguien lo sacude levemente. ¡Odia que lo toquen! Furioso, abre los ojos. Tiene frente a él a una enfermera Sue sonríe. De un vistazo aprecia sus facciones delicadas; sus labios finos y tersos.

—Ha dormido más de un día —agrega la mujer —. Es hora de que salga del mundo de los sueños.

—¿Qué me sucedió? —logra preguntar con voz temblorosa.

—Tuvo un accidente, señor Vargas, un accidente bastante grave.

—Mi auto, ¿Cómo quedó? —pregunta con voz entrecortada.

Recuerda su auto, un deportivo último modelo. Doce cilindros (hay pocos autos con doce cilindros). Dos carburadores, suficientes caballos de fuerza para hacerlo despegar si tuviera alas. ¡Su bebé adorado!

—Destrozado. Perdida total, tengo entendido —dice la enfermera moviendo su cabeza de lado a lado.

El viejo cierra los ojos. Se pone triste.

—¿No va a preguntar por usted? ¿Qué le sucedió? ¿No le interesa si mató a otros?  ¿Sólo su auto? —pregunta la enfermera con tono de reproche.

Mira el rostro hermoso. Facciones aindianas. Siempre le han parecido lindas las mujeres de su país. Con sus cabellos negros, rasgos finos, combinación de razas. Perfectas para la cama, pero nada más. Nitzia es así. Mezcla de negra, india y blanca. Revoltijo angustioso que produce las mejores mujeres...; o las peores. No como su esposa. Al momento de decidir con quién casarse, no dudó ni un instante que su consorte debía ser blanca. De pelo negro, pero blanca. "Blanca de Castilla", como decía su abuela. No importó su insipidez, la superficialidad, ajena a todos salvo sus amigas, sus barajas y su sesión de té. Y, por supuesto, su Iglesia. Siempre si iglesia. Para todo su iglesia. Cuando lo esperaba tarde en la noche —ya no lo hace—, usaba a Dios y al diablo para asustarlo, para tratar de retenerlo en casa. ¡Qué aburrido! Hubiera preferido que tuviera un amante, dos... Seria más divertido. Mejores discusiones. Intercambio de información. Pero, ¿la iglesia? ¡Uggg!

—A ver, señor Vargas. ¿Me escucha?—oye a la enfermera decir con su tono dulce, aunque alto.

El viejo hace un gesto con la mano y balbucea:

—!Basta, basta! No tiene que gritar. La escucho...

—Se nota que está bien —palmaditas—. Que se va a recuperar—palmaditas—. Voy a buscar al doctor.

No desea más palmaditas. Ni consuelo, ni compasión. No quiere nada. Él tampoco da nada nunca. Ni distribuye palmaditas. Debe siempre en que posición están sus manos. Sin excesos descontrolados. Toda su vida a práctica la disciplina corporal. Es tan importante... Muchas cosas dependen de ello. Un contrato. Una conquista. Ni mover un músculo de la cara es esencial en momentos cruciales de la vida. Un gesto involuntario puede delatarnos. Unos ojos demasiado ansioso pueden ser ventanas por donde el contrario atisba nuestra alma. Hay que desviarlos. Cerramos. Apartarlos.

Mira a su alrededor. Ve una cama con sábanas revueltas y un cuerpecito contorsionado yaciendo sobre ellas. Parpadea. Abre bien los ojos para captarlo todo. «¡No estoy sólo en el cuarto!» , piensa sobresaltado. Nota los remiendos en las sábanas de la cama vecina. Están limpias, pero zurcidas en muchas partes. Son verdes. Observa las letras negras pintadas en dos o tres lados: "Hospital San Juan". «¡Hay que pintarle el nombre a las sábanas para que no se las roben! ¡En qué lugar estoy¡» observa su propia cama, las mismas sábanas lo cubren. «¡Hospital de pobres! ¡Tengo que salir de aquí!». Mira de nuevo a su acompañante. Es pequeño. Su piel es oscura. Tiene atado a él un tubo que asciende a una bolsa suspendida sobre la cama. Pelo muy corto. Cenizo. Con parches sin cabellos a través de lo que se le ve claramente es el cuero cabelludo. Las pijamas —también en verdes, con el nombre del hospital pintado de negro en varios lugares— cuelgan como si ingeniera poca carne. Mira los píes, pequeños, raquíticos. Igual que sus brazos, igual que su cuello, que la cara, únicas partes de la piel que se ven. Está abrazado a lo que parece es un muñeco de trapo, hecho de retazos de tela remendada. No se mueve el cuerpo pequeño. Parece enfermo, muerto.

Aparta la vista, disgustado. Reflexiona: «Tengo suficiente para pagar el mejor hospital. Para traer un avión-ambulancia y volar a un mejor hospital, en un mejor país. Para comprar entero el hospital.  ¿Qué se creen? ¡No pueden retenerme! ¡Darme palmaditas y tratar de calmarme!  ¡Hospedarme en un cierto junto a un ser raquítico y a punto de morir! ¡Qué atrevimiento!

Ojitos de ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora