Entonces los dos subieron a ese autobús para regresar a sus vidas normales.
Un largo viaje en el que aprendieron, que ahora estaban más solos de lo que alguna vez se sintieron. Un largo viaje en el que comprendieron que por más que quieras ocultar tus lágrimas, al final terminas cediendo ante el dolor. Un largo viaje que cambio todo.
Isaach y su madre se sentaron en los viejos asientos de ese autobús.
Con los últimos billetes y monedas en el bolso, pagaron el largo e incómodo viaje de regreso a casa. La gran ciudad los había dejado agotados, cansados y sin dinero.
Pero las horas pasarían y los kilómetros los acercarían a su pequeño pueblo y todo regresaría a estar bien.
Isaach observó a su madre sostener un pañuelo y limpiarse las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos. Tomo su mano, en un intento por calmar sus sollozos.
–Todo estará bien. –Isaach trató de sonar fuerte y calmado, porque, alguno de los dos tenía que ser el muro sobre el que llorar.
Su madre le dirigió una pequeña y temblorosa sonrisa, con un ligero movimiento de su cabeza y con un fuerte apretón de su mano aún puesta sobre la de el, inhaló y suspiro profundo para controlar su agitada respiración.
Alicia Dermore se había quedado dormida junto a su hijo, arrullada por el meneo de las curvas en la carretera, sus ojos se habían cerrado mientras algunas lágrimas se habían quedado pegadas en sus largas pestañas. Isaach siempre había visto a su madre tan fuerte y firme, que verla llorar en tantas ocasiones esa semana, le hizo ver un pequeño lado que muy pocas veces había sido mostrado.
Su madre lo había criado sola desde que él tenía ocho años de edad, después de que su padre saliera corriendo por la puerta de aquella casa a la que alguna vez llamo hogar.
Alicia jamás había llorado frente a su hijo, jamás le dio razones por las que pensar en que era débil, le enseñó a ser fuerte y salir adelante, incluso ante los malos días.
Pero en ocasiones, el dolor puede más que el orgullo, los sentimientos rompen tu campo de fuerza y te rompes, te rompes en miles de fragmentos a los que juraste nunca llegar.
Esa era Alicia Dermore en ese momento, esa era Alicia Dermore en aquel destartalado autobús, esa era Alicia Dermore, un puñado de pequeños pedazos, perdidos entre los bordes de ese polvoriento asiento.
Isaach dejó a su madre descansar y recuperar las fuerzas. La dejo llorar y sollozar mientras dormía. Dejó todo atrás en aquella ciudad y se mantuvo lo más sereno posible.
Dos horas más de camino hacían falta para llegar, habían abordado ese autobús temprano por la mañana, antes de que el sol tocara las grandes montañas. Ahora con el amanecer a su costado, el pudo ver el interior desgastado del autobús y a aquellos rostros soñolientos de las personas en su interior.
Las cabezas abajo y los ojos cerrados, todos excepto los suyos y los de aquel pálido rostro que miraban a través de la ventana. Dos filas más adelante de él y de su madre, un joven que no separaba su mirada de los grandes bosques y las altas montañas en el exterior, el amanecer iluminaba su castaño y enredado cabello, dandole un brillante tono rojizo y, las pequeñas pecas en su nariz y mejillas, le hacían recordar a la pimienta esparcida sobre una intrínseca y reluciente manta.
El agradable chico de la ventana, sonrió inesperadamente hacia afuera del autobús, ante nada en particular, como si a su mente llegara un cálido recuerdo del cual sus labios tenían que reaccionar. Recargo su frente y sus manos en aquel frío vidrio y no se movió de ahí.
Isaach lo observó, lo observó por varios minutos hasta que sus ojos también lo vencieron y las horas sin dormir de aquella mala y triste semana hicieron peso sobre el.

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No Realmente.
Novela Juvenil"Así que olvida todo lo que piensas saber, porque no hay nada que creer, no somos complicados, no somos especiales, no somos un misterio, solo somos personas".