Llegada.

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Las llantas del autobús rechinaron al frenar por completo en la pequeña estación del pueblo, en la cual, cabían no más de diez personas en su interior y, que sólo contaba con dos compañías de transporte.

Estaba claro que el pequeño pueblo llamado Ámbar, no era una gran capital repleta de personas y grandes tiendas comerciales, pero la vida ahí era agradable y había lo suficiente para que todos se sintieran cómodos y fueran felices.

Isaach despertó a su madre, por más que él hubiera deseado dejarla dormir, solo un poco más.

El despeinado cabello de aquella mujer, lucia como dorada pasta con queso, sus ojos estaban hinchados y las funebres  manchas negras bajo ellos, dejaban a relucir las agotadoras horas en vela.

Tomaron su equipaje y las valijas repletas de ropa que se encontraban arriba, en los huecos antes del techo del autobús, donde se guardaban las maletas, pero que en su lugar, lo ocupaban costales de frijol y papas.

Cruzaron el estrecho pasillo en el que se amontonaba aquella multitud de cinco personas para salir.

Isaach miró a su madre quedarse atorada en el pasillo ante el viejo señor Averent, quien trataba de bajar una pesado costal del portaequipajes, Isaach bajó del autobús, dejó sus maletas en el suelo y volvió a entrar, observó la constante lucha de su madre por jalar un extremo de aquel polvoriento costal, para auxiliar al cansado hombre.

–Yo me encargo mamá. –Hablo Isaach condescendientemente y después dándole una saludo al arrugado rostro de Averent.

Tomaron la carga entre los dos y la alzaron por todo al pasillo hasta la salida, su madre aun seguía atrás, y al volver su mirada hacia ella observó a aquel chico de la ventana levantarse, el joven toco el hombro de Alicia, abrió la boca como preguntándole algo, pero Isaach no pudo escuchar nada porque estaba muy lejos de ellos.

Al dejar el pesado cargamento en una camioneta lodosa, el le agradeció con un gesto y le dio la mano antes de irse.

Averent subió a su camioneta y bajó el vidrio para dirigirse otra vez a Isaach.

–¿Tu madre y tu quisieran que los llevará a casa? –dijo con aquella áspera y ronca voz.

–No, gracias, dejamos la vieja camioneta de mamá con Elba, atrás de su Bar.

–Bien. Los veo más tarde entonces. Por cierto... –dijo haciendo una alargada pausa. –Yo sé que ya lo saben, pero dile a tu madre, que Martha y yo estaremos en casa para lo que necesiten.

–Muchas gracias. –Isaach bajo la cabeza y alboroto su largo y despeinado cabello, mientras, a través del vidrio retrovisor, Averent bajaba su sombrero con una mano, dirigiéndole un último gesto de despida.

El cansado cuerpo de Isaach se dirigió hasta la pequeña central de autobuses, pasó por entre dos puertas de vidrio que tenían la estampa de un zorro amarillo con sombrero negro, y se sentó en la única y solitaria banca de metal que había ahí.

Dando un gran suspiro y viendo el desolado lugar, empezó a quitar pequeños pedazos de pintura blanca de un costado, sus párpados le pesaban y su adolorido cuerpo le pedía recostarse por toda una semana.

Después de unos minutos, su madre entro al lugar y despertó a su cansado hijo.

–Isaach, vamos –dijo ella con una dulce sonrisa, mientras las luces de un auto se alejaban tras de sí.

–Si, lo siento. Vamos. Ya quiero llegar a casa.

Los dos caminaron por la obscura calle iluminada por solo un parpadeante cartel de neón de Coca-Cola, del aún más viejo bar de Elba. Arrastrando su equipaje con las últimas fuerzas que les quedaban.

La camioneta de Alicia se encontraba atrás, en el estacionamiento, en donde Elba le podría dar un ojo mientras ellos no estaban.

Los dos aventaron las pesadas maletas a la parte trasera, y subieron al mismo tiempo a la cabina, dando un fuerte resoplo, como sintiéndose aliviados de estar por fin ahí.

Después de varios intentos de encender la camioneta y de girar la llave tantas veces que perdieron la cuenta, está dio un gran rugido, y soltando el polvo de aquel motor que estuvo inmóvil durante días. Por fin estaban yendo hacia casa.

Dejando atrás el solitario y cerrado bar, Isaach condujo por la calle principal junto a su madre hasta la última granja arriba de la colina, la cual se vislumbraba por la gran lampara atada a un poste de madera junto al tanque de agua.

Lo habían logrado, habían llegado, su bonita y cómoda casa, su antigua y conocida rutina, su viejo y querido pueblo, todo retomaría su lugar y los viejos y asfixiantes recuerdos, se quedarían en el pasado.

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⏰ Last updated: Jan 31, 2017 ⏰

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