XXI: La noche de los gusanos

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El señor Bollingen y sus tres acompañantes fueron recibidos con aplausos y exclamaciones de júbilo cuando entraron en villa Cerulei. Dinkens venía con ellos, amordazado, sin mandrágoras y sin su violín. El alborotador sería encerrado en la prisión del pueblo y los problemas de los lugareños acabarían al fin.

Las familias de las muchachas secuestradas fueron las más agradecidas. Entre todas organizaron un gran banquete esa misma noche para homenajear a los héroes, a quienes agasajaron con manjares de la campiña. Nada se escatimó en la celebración y las jóvenes realizaron la danza tradicional de la villa con sus vestidos ceremoniales y sonrisas radiantes en sus rostros

—¡Por Demián, nuestro salvador! —brindó Winger alzando el vaso en nombre su amigo.

—¡Demián, eres mi héroe! —exclamó Soria, muy alegre por el reencuentro inesperado.

En cuanto al aventurero, simplemente atinaba a rascarse la nuca y reír con nerviosismo frente a tantos elogios.

El señor Bollingen había estado ubicado juntos a ellos, pero se paseaba entre las mesas y platicaba distendidamente acerca de las hazañas de ese día. Si antes era una figura respetada en el pueblo, tras el rescate se había convertido en una eminencia.

La música fue haciéndose más animada y Soria ya no pudo continuar sentada. Tomó a Demián del brazo y lo arrastró a la pista de baile. Winger no permaneció mucho tiempo solo, pues enseguida se acercó aquella muchacha llamada Marina y lo invitó bailar con ella. Desde la distancia, el señor Bollingen lo miró y alzó un pulgar. Winger se limitó a sonreírle mientras daba vueltas y más vueltas al compás de los instrumentos.

El mago y el aventurero resistieron durante algunas canciones y acabaron dándose por vencidos. Aquel era un campo de batalla en el cual ambos eran torpes y poco agraciados. Mientras Soria seguía divirtiéndose con las demás jóvenes del pueblo, los dos amigos aprovecharon la ocasión para conversar.

—Otra vez llegaste justo a tiempo —comentó Winger—. En verdad no sé cómo habríamos salido de esta sin ti.

—Oye, fuiste tú quien rescató a esas chicas —repuso Demián—. Además, te encargaste de la mayoría de las mandrágoras por tu propia cuenta. No te restes méritos. Tú eres el héroe auténtico aquí.

El mago esbozó una sonrisa humilde.

—De acuerdo, quizás hice mi parte —acabó reconociendo.

Una mujer se acercó a su mesa y les sirvió un poco de té con una porción de tarta de requesón y frambuesas. Unos pétalos blancos adornaban el interior de las tazas.

—¿Acaso esta gente le pone suspiros a todo? —se asombró el aventurero.

Winger asintió con la cabeza, pero se había quedado absorto y con la vista fija en las flores.

—Demián, ¿sientes el aroma del té?

—¿Eh? —El comentario tomó desprevenido al aventurero. Olfateó un par de veces antes de responder—. No huelo nada. Hace poco Jaspen me zambulló en un lago. Estoy un poco resfriado.

—Lo que sospeché —murmuró el mago—. Creo que es por eso que el violín de Dinkens no te afectó. Tal vez la melodía haya tenido un poder sugestivo, pero era el aroma que liberaban las cuerdas al vibrar lo que realmente controlaba nuestros movimientos. Y eso es porque estaban untadas con cera de suspiros.

Winger había comprobado eso antes de salir de la cueva, al acercarse a las astillas del instrumento que Demián destruyó. Mientras su té se enfriaba sobre la mesa, comprendió que cada vez experimentaba un mayor rechazo frente a esas flores.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora