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- Hace frío, sensei...

Tras un pequeño susurro el viento se alzó en una tersa y fría caricia que lo hizo tiritar, escondiéndose aún más entre sus ropas, rechazando la atención que el clima otoñal le otorgaba.
Algunas hojas secas que hace instantes se dejaban llevar en pequeños remolinos por el viento, acabaron atrapadas en los cabellos dorados del cyborg, quien no se molestó en quitarlas de sí, sino del sitio donde se hallaba sentado sobre sus rodillas descansando.

- ¿Tiene frío sensei? - Genos extendió su mano encendida, queriendo dar abrigo. Pero a pocos centímetros de llegar, cerró su mano y sonrió apenado - Lo siento, ha sido tonto de mi parte preguntar eso. Usted ha soportado la fiereza del clima y tantas cosas más... esto no es más que una brisa veraniega para usted...

El silencio a su alrededor era tan profundo... carente de las voces de la vida humana, voces, maquinaria, vehículos... que por un momento el joven creyó que el mundo tal como lo conocía había dejado de existir si no fuera que desde la cima de aquella colina, podía vislumbrar con claridad las luces de ciudad Z encendiendose una tras otra. Se estaba haciendo de noche muy pronto. Y no le gustaba. No quería moverse de allí, no quería regresar a casa.

- No quiero volver... sensei... - Genos se volvió hacia su maestro con tintes de aflicción en la voz.
Nuevamente extendió la mano, dubitativo. Él estaba tan cerca... no obstante nunca podría alcanzarlo. Se mordió el labio, embargado por la impotencia que llegaba cada vez que tenía que abandonarle y sus manos crepitaban contra la piedra al aferrarse, renuente a dejarlo ir. Como si aún pudiera hacer algo para retenerle a su lado.

- Quisiera poder quedarme aquí para siempre, poder seguirlo donde sea tal y como le juré que haría, sensei...

Y es que la herida debería haber sanado, sin embargo la sentía, abierta y sangrando, torturandole cada día, a cada hora.

Habían pasado ya seis años, pero Genos trazó aquel nombre vigorosamente con la punta de sus dedos tal como lo hizo la primera vez después del entierro.

- Me sigue doliendo, maestro. No sé que hacer - el rubiales se encogió sobre la tumba, doblegado por un dolor al parecer interminable - Estar vivo me duele... ¿Qué puedo hacer? Se lo suplico... - el blondo miró la lápida, la tierra bajo ella, el cielo - Ayúdeme...

☆☆☆

Todos los días era igual. Despertar en su futón y virar a su izquierda para contemplar el sitio vacío a su lado. Preparar desayuno, almuerzo, merienda y cena para dos, poniendo lis respectivos utensilios de su difunto maestro en el sitio delante de él en la mesa.
A veces, mientras realizaba alguna tarea doméstica o navegaba en internet, se olvidaba de que Saitama había muerto y se sorprendía a sí mismo, charlando con la nada como si fuera a recibir respuesta alguna, para luego llevarse la gran decepción de que efectivamente estaba solo. Hace seis años lo estaba.

- Oh... hay ofertas en el centro de la ciudad... - murmuró sin emoción alguna mientras se levantaba lentamente de su lecho para enprender camino al supermercado.

Estaba en uno de sus días malos, donde la depresión era tanta que su mente y cuerpo estaban extremadamente aletargados. Generalmente en aquellas ocasiones se limitaba a estar echado en el suelo con el apartamento en penumbras. Y así debió permanecer.

Ahora estaba a punto de ser asesinado por una hora de kaijins encontrados a mitad de camino. No pudo esquivarlos ni defenderse y en menos de dos minutos acabó hecho pedazos, a la espera de su tan ansiada muerte. Bueno, lo había intentado ¿no? Superar la muerte de Saitama y seguir adelante. Eso era todo lo lejos que había conseguido llegar, así que podría correr hacia el paraíso sin remordimiento alguno.

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⏰ Last updated: Jan 23, 2017 ⏰

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