1.

10.4K 360 2
                                    

-¿Qué sucedió esta vez? –Preguntó Luisa después de habernos sentado en una mesa cerca de la ventana-

-Se molestó porque no tenía preparada la comida –ella me miró en silencio por un largo tiempo-

-¿Cuándo me dirás que necesitas los papeles? –Los papeles para solicitar el divorcio, ya lo habíamos platicado ya que Luisa era abogada-

-No lo sé, no he pensado aún…

-Deberías pensarlo, no falta mucho para que tu “amado” esposo te disparé porque no le preparaste bien el café –su voz sonaba dura, como debía serlo, me quedé en silencio-

-Los quiero… -su rosto se ilumino- pero tengo miedo, miedo de que no me quiera dar el divorcio, miedo de que me quite todo lo que tengo, miedo de él, simplemente… tengo miedo.

-Dime algo… ¿lo amas?

-Si… -murmure- pero estaría dispuesta a sacrificar ese amor, porque lo que dijo el padre aquel día cuando nos casamos “El amor no se trata de sufrir, con amor no se sufre, se ama” y él me hace sufrir, no me ama.

-Esta todo decidido amiga, dejaras ese infierno –me dio una sonrisa, la cual no pude corresponder- Oh vamos alégrate, mira vamos al parque a caminar.

No me dio tiempo de contestar, le di un último sorbo a mi café y me levanté, sentía que una carga en mi espalda se hacía más ligera. Por fin.

Dábamos vueltas y platicábamos animadamente, estaba, relativamente, feliz. Me sentía libre, “pelirroja”, escuche pero no voltee “pelirroja”, cuando sentí un delicado tirón en mi hombro.

-Oye –mire la mano de la persona sobre mi hombro, levanté la vista-

-Lo siento –menciono el hombre de ojos marrones- les he estado llamando desde hace media cuadra, pero no escuchaban –lo mire ceñuda-  dejaron un bolso en Starbucks.

Me lo entrego, era mi bolso, mire a mi amiga pero ella estaba entretenida hablando con unos pequeños. Escanee al hombre de arriba abajo, alto, tez morena clara, camisa sin mangas negra, un pantalón caqui y sandalias negras. Se miraba igual de amenazador que Mario, pero cuando mire su cara, tenía una sonrisa encantadora, una nariz un poco aguileña y unos ojos suaves y pacíficos que sonreían.

-No me llamo pelirroja –protesté-

-¿Perdón? –preguntó-

-Si, por eso no podía escucharte –él me dio una sonrisa burlona, fruncí el seño- ¿Qué?

-Bueno… no podía llamarte de otra forma, ya que no se tu nombre –sentí como mi cara se calentaba “tonta”-

Diario de un Maltrato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora