Capítulo 1: ¡Benvenuto, Cassie!

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Pareciera que el chico da saltitos en el asiento del piloto.

Tamborilea el volante al ritmo de la canción en la radio y silba la melodía. A través del silbido se percibe una sonrisa.

Se me escapa un bostezo. Y luego otro.

—Es muy temprano para morir, Iván—le digo arrepegándome a su hombro—. Sostén bien el volante—. Él lanza una risilla.

—Me parece que a la parca le es indiferente la cuestión del tiempo—pero de todas maneras, vuelve a sostener con firmeza el volante.

Hace dos semanas que Iván consiguió su licencia para conducir y es la primera vez que hace un recorrido tan largo. El último par de días se ha dispuesto a llevarme a la escuela y traerme, se ha comprometido tanto con su familia como con la mía a hacer las vueltas al supermercado y ha puesto su licencia para conducir en el primer separador de su cartera para que cuando vaya a pagar por lo que sea (la gasolina, el mandado o un chicle), tenga la oportunidad de decir: "¿Ya viste qué bien salí en la fotografía? Usualmente esos retratos están como para ponerte a llorar, ¿no? ¿Ya te había dicho que sé conducir?". Literalmente le dijo eso al hombre que nos atendió en el centro comercial la semana pasada.

De cualquier manera, a diferencia del supermercado o la escuela, el aeropuerto está a cuarenta y cinco minutos desde mi casa. No es la misma darse una vuelta por la tarde que conducir por una hora a las cinco de la mañana cuando aún está oscuro. Estoy nerviosa y sé que él también lo está, pero sé que además de nervioso, está que revienta de la emoción porque 1) es su primer recorrido a larga distancia y 2) vamos en camino a ver a Cassandra. Su mejor amiga.

Jamás he tenido alguien a quién llamar mejor amigo, pero creo que debe ser lindo referirte así a alguien más. Alguien a quien consideres tu hermano aunque no forme parte de tu familia de sangre y te entienda en casi todo.

Iván me ha contado maravillas de Cassandra. Parece que le entusiasma mucho la idea de que también nos llamemos "mejor amiga" la una a la otra.

—¿Ves cómo a ti te gusta separar las gomitas de piña del resto?—me dijo el jueves pasado durante el receso. Asentí—. ¡Ella también lo hace! Y también se burla de mí cuando vamos a la piscina pública porque no sé nadar. Créeme, se encantarán— me aseguró antes de estamparle una mordida a su emparedado.

A veces siento que ya conozco a Cassandra. Como yo me mudé el año pasado a la ciudad y Cassandra se había apuntado en un programa de intercambio, nunca coincidimos. Se supone que ella debía volver a casa a principios del verano, pero Iván me contó que había conseguido un permiso especial por parte de la escuela y el programa que le permitió quedarse durante las vacaciones y llegar una semana iniciado el ciclo escolar.

A pesar de nunca habernos cruzado en la vida, somos amigas en Facebook (aunque nunca hemos intercambiado mensajes) y sé cosas. Datos que se les escapan a Iván. Como que le gusta la comida tailandesa, que fue a clases de natación la mayor parte de su infancia, que es tremendamente buena en química, que ha aprendido a hablar italiano como si siempre hubiera vivido en Italia y que tiene el mejor amigo que cualquiera pudiera desear.

—Eh—me dice Iván tomándome la mano—, ¿estás dormida?

—No—respondo. La voz me sale ronca. Carraspeo.

—¿Tienes sueño?

Asiento.

—Duérmete. Aún quedan veinte minutos para llegar— dice y me besa la coronilla. Suelta mi mano—. Te prometo manejar con precaución.

Y sé que lo dice en serio.

Cuando despierto, en la radio están pasando una canción que ninguno de los dos se sabe, pero Iván ha decidido pretender que sí que la sabe. Rapea rimas sin sentido que no tienen nada que ver con la letra original de la canción y mueve su cabeza al ritmo de la música. Se me escapa una risa.

Interponiendo el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora