Recuerdo claramente la escena; solo imagínalo por mí: el color de su cabello descontrolado, brillando con las pocas luces que entraban por las ventanas al ver de un lado a otro, contrastando con los tonos insípidos y deprimentes de mis pinturas. Era algo alegre, refrescante. Lo sé, lo sé, no paro de repetir y de afirmar mi obsesión con ella, pero qué más puedo decir que ella se adueñó del lugar en el instante en el que entró por esa puerta.
Ella iba y venía sin reparo alguno de mi presencia ¡ja! Incluso el aparente cansancio en su rostro no era obstáculo alguno para su curiosidad... Claro, solo por un momento. ¡Porque para cuando me di cuenta ella parecía estar posando! Y déjame decirte que era una pose digna de tanta belleza...
La dama se había sentado en el banco más cercano a la mesa de trabajo. Su rostro se encontraba ladeado un poco a la derecha, pero sus ojos me miraban a mí y sólo a mí. Miró a su alrededor, hasta que postró su vista en uno de mis cuadros —"La caída de la gracia" solía llamarle—. Su mirada era inexpresiva, como si aquella pintura, con la que había ganado cierta fama, de cientos de personas batallando la una contra la otra no fuera más que un cuadro en blanco y, poco tiempo después abrió la boca como queriendo decir algo, solo para cerrarla de nuevo sin haber dicho ni una sola palabra.
Delicadamente, o lo más delicadamente que pude, me acerqué a ella y le toqué el hombro, un tanto inquietado ante su reacción de sorpresa. Ella me sonrió y tomo mi mano, quitándola de su hombro y soltándola unos segundos después.
—Em... ¡Empecemos!— Dije con lo que ahora me parece un tono extremada e imposiblemente... ahh... estúpido.
Tomé mi pincel y pinturas y, sentado frente al cambas, viendo a mi bella modelo, comencé a idear la escena perfecta; una pose que hiciera justicia a su imagen —y a mi imaginación—. Después de cambiar de posición varías veces para lograr lo más cercano a aquella expresión con la que me había visto cuando se
había acomodado comencé dar pincelazos en negro, siguiendo su figura con movimientos recelosos. Pronto, el triste y vacío infinito del lienzo tomó forma y unos atisbos de negro.Habían pasado ya horas y el bosquejo de la pintura había sido casi terminado. Los ojos me pesaban ya, mi cuerpo se sentía como si fuera de piedra y mi respiración era errática, todo natural cuando se trataba de mis pinturas, habían sucedido ocasiones en las que incluso me desmayaba por el esfuerzo, solo para luego ser felicitado por el trabajo y regañado por mi esfuerzo, típico de mi "representante" y mejor amigo, Miguel.
Toc, toc, toc, toc. El molesto sonido de la puerta del taller me sacó del sopor. Toc, toc, toc. El insistente llamado continuó por mucho tiempo y después, con resignación, me levante para abrir. El familiar rostro lleno de años de comida chatarra enrojecido de enojo en la puerta me "saludó" empujándome para poder entrar. Hablando del rey de Roma...
—¡¿Por qué no abres la puerta?! No, sabes qué, no me interesa solo-solo dime que ya terminaste todo.
—¡Miguel, cálmate! Todo estará listo para la apertura; ya encontré la inspiración para mi última pieza. Mira, estaba con una invitada, ella es... —volteé hacia dónde Amapola estaba sentada y, como haríamuchas más veces en el futuro, me interrumpí.— umm... ¿Dónde está? Por dios ¡Miguel, la espantaste!
—¿De qué estás hablando?—mi cara era una mezcla de confusión y enojo. El asiento en donde ella se había sentado estaba vacío. Una única flor de amapola se encontraba asentada en su lugar.— ¿Una flor? Estás más loco de lo que pensaba, y no te atrevas a culparme por tu torpeza e ineptitud para recibir invitados.
Caminé hacia la amapola y, tomándola delicadamente, la asenté en un vaso con agua antes de acariciar los pequeños pétalos rojos de la flor.
—Pero ella estaba aquí...
—Thiago... —me llamó Miguel interrumpiendo mis pensamientos— solo cállate y escúchame. Los de la galería no han dejado de fastidiarme por tu trabajo,
¿Por lo menos haz comenzado a hacer algo? No me digas que pierdes tu tiempo con tu "invitada" esa. A este paso tendrás que darme varias razones para que no renuncie y te abandone. Ya tengo bastante con tus constantes abusos.— cualquiera pensaría que él estaba enojado, pero le conocía demasiado bien para saber que no lo estaba. Era su táctica para tratar con los otros artistas para los que trabajaba, "mano dura" le llamaba— Muéstrame aunque sea unas líneas de colores o lo que sea.La punta de sus dedos frotaba dramáticamente sus sienes al mismo tiempo que cerraba los ojos mostrando un gran cansancio en su expresión. Me sentí mal por él, pero de ninguna manera iba a sentir lástima y cambiar para que él sintiera la satisfacción de hacerme recapacitar.
—¡Ah, cierto!— rápidamente deje la flor y tomé el cambas, que apenas estaba terminado, del caballete y puse el bosquejo frente a Miguel mientras decía con una sonrisa llena de orgullo —Miguel... esta es mi pintura central, la pieza que mantendrá unida la presentación como la gravedad lo hace con nosotros a la tierra ¡la cúspide de mi carrera que me hará envidiable ante cualquiera! Ni siquiera tú puedes negarme que será un éxito.
Lentamente, Miguel abrió los ojos, analizó el bosquejo mientras lo arrebataba con fuerza increíble de mis manos y exclamó.
—Thiago... ¡Esto es perfecto! Quiero decir, aún le falta mucho trabajo, pero es-es...— Miguel comenzó a tartamudear, algo habitual en él cuando no podía pensar bien lo que quería decir— ¡No sé cómo describirlo, posiblemente este sea tú mejor trabajo desde que comenzaste!— Miró el bosquejo una vez más, silbándole antes de preguntar— ¿Es esta la misteriosa mujer con la que estabas? Vaya, ahora veo por qué no abrías la puerta— rió— ¿Cómo la vas a llamar?
—¿Cómo la voy a llamar? Pues por supuesto que se llama...— me detuve a pensar. "¡¿Cómo llamaría a mi obra maestra?! No puedo llamarla Amapola, eso es muy aburrido y para nada digno de tan bella imagen..."— umm... Aún no tiene nombre...
—Bueno, bueno, eso no importa mucho. Aún tienes tiempo para pensarlo, ¡deja que el nombre fluya desde tu alma!— Miguel dejó el bosquejo a un lado y me
dio unas ligeras, pero firmes palmadas en la espalda— Buen trabajo chico, ahora continúa, no hay tiempo que perder. Ahora debo irme para contarle a los de la galería las buenas nuevas.—Miguel, tú bien sabes que no haré nada por el resto del día. Mejor vete a hablarles a los de la galería del increíble artista que soy antes de que empieces a gritar de aquí a allá y te tenga que sacar a patadas.
Una risa, o quizá un gruñido, fue lo único que el hombre hizo antes de despedirse con un ademán y salir del taller. Un suspiro escapó de mis labios; hablar con Miguel siempre me agotaba, por más corta e insignificante que fuera la plática. Este iba a ser un largo día.
Volteé hacia el bosquejo y una sensación de tristeza me envolvió por completo junto con una violenta necesidad de terminar lo que había comenzado por lo que, sin perder ni un segundo más, prepare todo para continuar trabajando.
O eso es lo que hubiera querido hacer pero Amapola se había esfumado y, por más que dijera que podía pintar sin ella, los colores no salían como recordaba que ella lucía. Ninguno le hacía justicia a tan bella persona, por lo que termine decidiendo que sería mejor dejarlo como estaba, en vez de arruinar mi más preciada obra.
***
AndreaArroyo039 está va para ti bby ;)