Incertezza colore

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Voy a serte honesto, está vez no te hablaré de Amapola, créeme no es porque no quiera, es porque después de esa vez no la volví a ver en casi dos semanas... así que te contaré sobre ese tiempo en que no nos vimos.

Mi vida no es tan interesante así que no te hagas muchas ilusiones, no quisiera desilusionarte. Como dije antes, no la vi hasta muchos días después, pero su pongo que si debo poner fechas, esto sucedió a los dos días de conocerla...

Salí del taller, el sol deslumbrante como siempre y el viento soplando más que de costumbre. No tenía planeado ir a ningún lado, solo quería salir y preguntar si alguien conocía a Amapola, era indispensable que volviera a verla, por el bien de mi pintura.

Caminé a la estación más cercana y tome el primer tren a la ciudad; iría al Centro de Información y los lugares más visitados por turistas y locales, con la esperanza de encontrar alguna información sobre ella.

El calor de la gente y sonido del vaivén del tren causaba una sensación de repulsión propia de alguien que había sentido todas las cosas que le daban asco penetrar en su piel y extenderse por todo su cuerpo, haciendo de un huésped indeseado. El habitual murmullo de la gente se sentía apagado, o más bien, acumulándose poco a poco para que en algún momento estallara y creará un caps ruidoso.

Y así sucedió, el repentino frenar del transporte causó varios empujones y golpes contra las puertas y asientos; causando que más de un bebé llorase, que una señora gritase y que muchos adolescentes armasen un revuelto. La metálica voz del conductor, que apenas se distinguía y entendía, sonó de las bocinas escondidas en algún lugar del vagón.

—Lamentamos el repentino freno, pero parece ser que hay un problema de horarios y no podremos llegar a la siguiente estación hasta dentro de 30 minutos. Nuevamente, lamentamos el incidente y agradecemos por su comprensión.

Era justo decir que, si el ruido ya era demasiado ahora era tan fuerte uno de los encargados tuvo que llegar a tranquilizar a la gente para no perturbar a los demás pasajeros que se encontraban en su propio enojo.

Me levante, no esperaría a que aquel tren se decidiera a que el horario estaba lo suficientemente en tiempo para seguir; muchas personas pensaron igual que yo y todos exigimos bajarnos, la ciudad se encontraba ya a unos tres kilómetros –distancia razonable para caminar, en mi opinión–. Como era de esperarse no lo permitieron, pero dada la amenaza de un motín improvisado, decidieron dejarnos ir.

Estábamos todos los que habíamos decidido bajar ya afuera de ese ataúd a grandes velocidades cuando un pequeño, de no más de diez años, se me acercó y comenzó a seguirme a todos lados por ninguna razón aparente. Intenté preguntarle por sus padres, pero no contestó.

Caminamos por un campo abierto, el niño siempre a cinco pasos míos, cuando la gente comenzó a hablar los unos con los otros. Fragmentos de sus conversaciones llegaban a mis oídos: que si la esposa les engañaba, que si la jefa había decidido subir la carga de trabajo o incluso cosas como la lista de compras y demás. Emplee mi mayor esfuerzo y me acerqué a un hombre, que hablaba de su más reciente expedición a un museo, e intente entablar una conversación, no sin antes carraspear miserablemente para llamar su atención.

Por favor, haz de tomar en cuenta que no solía salir mucho y era bastante receloso de mi privacidad.

—Disculpa, ¿es posible acaso que conozcas a una dama de nombre Amapola? Es la mujer más hermosa que podrías ver jamás y he estado buscándola; ella suele frecuentar lugares de arte y naturaleza— esto último no lo sabía, pero valía la pena intentarlo. El hombre rió, dejando ver una pequeña sonrisa en sus labios.

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