Nelhyam se despertó al amanecer, con esa inquietud tan conocida últimamente provocada por la falta de descanso. Ese maldito sueño, que se repetía cada noche cuando por fin cerraba los ojos y se dejaba arropar por el sueño, se estaba volviendo tan intenso que casi parecía real… Cuando despertaba, su respiración estaba acelerada y hasta podría jurar que sentía el dolor lacerante en el costado, allí donde apenas le había quedado una minúscula cicatriz rosada. Pero la herida que más dolía era la del corazón, esa que jamás curaría lo suficiente como para dejar de sangrar. Lo que realmente la jodía de toda esa pesadilla era el no llegar hasta el final. Siempre se despertaba poco antes, con la plena consciencia de que algo quedaba oculto entre la bruma espesa que eran sus recuerdos.
Se levantó con cuidado de no despertar a Pixie, que dormía acurrucado plácidamente a sus pies. La temperatura en la habitación era agradable, la calefacción estaba funcionando a tope, y no pudo evitar fruncir el ceño al reparar en el irremediable momento de salir a la calle. Pensó en permanecer un rato más arrebujada entre el calor de las mantas, disfrutando de esa placentera sensación de paz suscitada por la calidez que la cubría y tan largo tiempo olvidada. Quizás debió salir antes de la asfixiante atmosfera de recuerdos que envolvían las cuatro paredes de su apartamento, romper con todo y no dejar pasar esos tres largos y caóticos meses…
En fin, ya no había vuelta atrás.
Dirigió sus pasos hacia el baño y abrió el grifo del agua, se miró al espejo mientras esperaba a que saliera la caliente, que pronto inundó de vapor el pequeño habitáculo. Bueno, no estaba tan mal, al menos no eran demasiado evidentes los estragos de un mal descanso continuado. El cristal se cubrió por el vaho y evitó la tentación de dibujar corazoncitos atravesados con estacas con su nombre debajo. Suspiró, había visto demasiado cine de terror a lo largo de los años.
Diez minutos más tarde salía revitalizada de la ducha, con ganas renovadas de enfrentar el día. Se incorporaba a su nuevo puesto de trabajo y aunque le provocaba cierta impresión de desconocida inseguridad ante lo que pudiera encontrarse, no era de las que se dejaba amilanar por algo tan trivial como eso. No ahora, después de todo lo que había pasado. Lo único positivo de ello fue salir reforzada de toda esa mierda de alcohol y drogas por la que se había dejado arrastrar.
Sacó un jersey de lana de la mochila que había llevado consigo y se vistió con rapidez, enfundándose en el vaquero de la noche anterior. Las botas, la cazadora, sus pistolas… y ya estaba lista.
Miró hacia la cama, Pixie —que aun descansaba sobre la manta— levantó levemente la cabeza cuando la vio aproximarse a la puerta y coger las llaves del coche. No le quedaba otra que dejarlo en la habitación, no podía cargar con el gato de un lado a otro durante todo el día, hecho que manifestaba la urgencia de que su futura casera acabara con la limpieza de su nuevo apartamento lo antes posible. Comprobó que la caja de viaje del felino tuviera comida y agua para el resto de la jornada, y sin entretenerse más, salió y colgó el cartel de «no molestar».
Cuando bajó a recepción no quedaba rastro del joven moreno que la atendió, en cambio, había una preciosa rubia sonriéndole educadamente a un cliente mientras éste la increpaba sobre unos desperfectos en su habitación. Esperó pacientemente a que acabara la conversación, cambiando el peso de un pie al otro mientras giraba las llaves entre sus dedos. La chica tomó nota y cuando el cliente se marchó, se dirigió a ella con la misma sonrisa perfecta. Intercambiaron unas frases breves mientras en su mente implantaba la idea de que nadie accediera a la habitación —mucho menos la señora de la limpieza— y a la vez rezaba para que funcionara; todavía no dominaba del todo ese rollo mental vampiro. Si descubrían a Pixie, seguro la harían pagar alguna multa mientras su gato acababa en la unidad de control de animales. Ese pequeño cabroncete sin duda se lo merecía, pensó con regocijo, quizás hasta fuera buena idea que lo encontraran, pero inmediatamente desechó la imagen con una punzada de culpabilidad. Pixie había sido su única compañía durante esos meses en los que no había querido ver a nadie, quejándose como un maldito condenado, sí, pero se merecía al menos que cuidara de él.
ESTÁS LEYENDO
Noches de Seducción · Serie Cuando cae la Noche
ParanormalLa vida puede cambiarte en cuestión de segundos. Yo misma soy la prueba viviente de ello. ¿Viviente? Bueno, no podría asegurarlo, aunque mi corazón sigue latiendo, ya no soy la que era antes de aquella maldita noche. Todo ha cambiado desde entonce...