5. LA SEGUNDA PÀGINA

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Domingo.

No podía creerlo.

¡Domingo por fin!

Se levantó con el sol, preparó el desayuno del doctor Quijano, dispuso su ropa, agua caliente y todo lo necesario para que su señor lo encontrara perfecto y en orden al despertar, algo muy importante en ese caso, porque los despertares del médico solían ser bastante tenebrosos. Cuando no había tenido pesadillas, le dolía el estómago, y cuando no le dolía la cabeza era porque el día amenazaba lluvia y los pacientes se lo ponían todo perdido, aunque él nunca hubiese barrido, que para eso estaba Eliseo.

Siendo domingo, también había que contar con la resaca producida por los excesos de la noche anterior.

- ¡Aaarg...!

- Buenos días, mi señor. Tenéis a punto...

- ¿Quieres callarte? ¡No sé por qué has de hablar siempre a gritos, mastuerzo!

Se calló.

Durante los minutos siguientes, su amo encontró fría el agua, caliente la sopa, demasiado seca la ropa interior, demasiado húmeda la exterior y desagradable el día porque, aunque lucía un sol esplendoroso, había media docena de nubes que no por blancas dejaban de molestar y hacían presagiar lo peor.

Eliseo no se atrevió a contradecirle.

Faltaba una hora para que comenzara la misa cuando tomó el cesto de las hierbas y se dispuso a marcharse.

Muerto de miedo.

- Espera – lo detuvo el médico.

- ¿S-s-sí, señor?

- Busca algo de menta, flores de cactus, tomillo y dientes de león, raíces...

Suspiró aliviado.

- Intentaré encontrar todo lo que me pedís, aunque ya sabéis que la naturaleza no siempre es pródiga...

- Márchate de una vez, o no llegarás ni para la hora de la comida... ¡Cada día más hablador!

Se marchó.

Llevaba la tarjeta bien oculta en el bolsillo de su pantalón, y andaba tan tieso, para que no se le doblara ni arrugara, que más bien parecía ser víctima de una repentina cojera. Lo peor que podía pasarle era que algún conocido fuera luego con el cuanto al doctor, diciéndole que le había visto cerca de la iglesia, y no en los bosques, cumpliendo su cometido.

Se jugaba más que una paliza.

Comprobó, en el reloj del campanario, que disponía todavía de mucho tiempo antes de que ella apareciera. Si repetían el ritual de la semana anterior, el coche los dejaría a otro lado de la plaza o en alguna de sus calles más próximas, para que así pudieran pasear hasta el templo. Por lo tanto, para contemplarla debía estar muy atento a ese recorrido.

Pero antes...

La tarjeta.

Su mensaje.

<< Mi nombre es Eliseo. Soy el aprendiz del médico>>.

¿Dónde podía dejárselo? Ella tenía que tomarlo sin que nadie lo notara. Eso, más que complicado, parecía... imposible.

Entró en la iglesia y caminó hasta el banco que los Monteagudo habían ocupado el domingo anterior. Si repetían sus acciones punto por punto, como era de esperar, pues la nobleza solía ser ritual en ese sentido, se situarían en el mismo banco y en el mismo orden: el hombre primero, en la parte que daba al pasillo central; a continuación, su esposa, y finalmente, Elena. Habría un lugar vacío por que la institutriz se quedaría más atrás.

HISTORIA DE UN SEGUNDO - Jordi Sierra i FabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora