Abeto

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La naturaleza vence al hombre a medida de que los mismos se encuentren inertes, quietos y silenciosos cerca de ella, como una estatua de piedra en medio de un parque abandonado, con raíces creciendo sobre sus piernas y hojas desorbitando sus ojos.

Abeto no era la excepción, nació de un tronco podrido que bloqueaba el camino hacia el santuario del viejo sauzal, un camino largo y angosto que estaba rodeado a sus lados por arboles tan altos como el cuello de una jirafa.

Un leñador que pasaba por ahí, para recoger de la madera abundante de estos árboles, se topó con un ejército de barbaros que iban saqueando a pueblos pequeños de bonsáis. El ejército se movían en grupo como termitas hambrientas interceptaron al leñador que pasaba muy cerca de ellos, de un momento a otro lo amordazaron ferozmente con unas hojas gruesas de banano.

Que sorpresa, un leñador solitario –Comento uno de los mano derecha del comandante del ejército –Seamos breves, necesitamos un leñador tan fornido como tú para que derribe el sauzal que se ve allá –Señalo a lo lejos el descomunal sauzal que se encontraba en el horizonte –Es un dolor de cabeza ese árbol. "Es un árbol mágico" –Decía entre burlas mirando inquisidor a los soldados para que estos se rían igual que él, aunque algunos temerosos por la maldición de Melida apretaron los labios y ocultaron la vista para que el segundón del comandante no los pille.

Uno de los soldados mandado por el segundon del comandante, paso a revisar al leñador para ver que traía consigo encontrando en su chaqueta gruesa una llave de bronce con detalles de plata y una fotografía del mismo junto a una jovencita de ojos grises opacos, cabellos rizados color oro y de piel como una porcelana refinada que sonreía a la cámara algo perdida. Encontró además unas pepitas de oro, papel para envolver tabaco y un cuchillo pequeño.

Miren que tenemos aquí... ¿Es tu hija leñador? –Dijo el segundón que sonreía de manera tétrica acercando su cara a la del leñador que miraba al suelo de manera ausente como si estuviera completamente perdido –No es tan difícil encontrar tu casa leñador, reclute hombres en tu pueblo y más de uno de mi batallón conocerá donde vives, tengo la llave y te tengo aquí a ti, así que seamos breves como dije desde un principio. Derriba ese sauce llorón y podrás volver con tu hija sana y salva... Tienes hasta que se esconda el sol para hacerlo.

El ejército marcho en dirección al valle de los lilos el pueblo en donde vivía el leñador con su hija, un grupo más pequeño quedo a esperar a segundón que dejaba en orden a dos soldados de buena estatura vigilar al leñador para que cumpla su tarea, la de derribar el gran sauce, mientras que el mano derecha se recostara un momento para descansar bajo un banano.

...

El leñador caminaba lento frente a los dos guardias que empuñaban la lanza con firmeza, estos soldados personalmente no creían en ninguna maldición de una diosa llamada Melida, directamente no creían en dioses ni mucho menos en arboles sagrados que al ser profanados desconectarían al hombre del creador, en este caso de la creadora. En cambio el leñador si creía, creía en una Melida taciturna que observaba a todos cuando sus ojos se cerraban y abrían las pupilas de estrellas, estrellas brillantes que adornaban el firmamento de colores uvas y azabaches, pero más temía por su hija que quedaba sola en la casa para tejer con tranquilidad unos bellos manteles de hilo encerado, su hija, tan joven, tan bella y de mirada ciega.

A unos pocos metros del viejo sauce un tronco podrido bloqueaba una parte del camino, el leñador con sus dos grandes manos tomo con firmeza el tronco arrojándolo a un lado del camino, llevándose así las miradas atentas de los soldados que se sorprendieron por dicha acción sin previo aviso. El leñador no hablaba ni siquiera miraba a sus guardias, solo caminaba, como un muerto viviente en dirección al asombroso árbol que lloraba hojas y gotas de diamantes.

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⏰ Last updated: Jan 28, 2017 ⏰

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La sacerdotisa del sauzalWhere stories live. Discover now