Adán y Eva en el Paraíso

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"Adán y Eva". Todo el año seguí esa maldita serie de la televisión española solo por morbo. Era estimulante ver la osadía con la que esos hombres y mujeres se presentaban sin ropa ante el mundo entero, sin complejos e inhibiciones, solo con una premisa: "Encontrar el amor, desnudo, sin prejuicios, sin artificios, sin nada que esconder... y sin ropa, el amor verdadero".

Al ver el primer capítulo ya me dije: «tienes que intentar participar», y acomodando mis gafas, miré al pelotudo que tenía a mi lado en la cama desde hacía 8 meses. «Hay que ser idiota para salir en ese programa», dijo como si hubiera leído mis pensamientos. Fruncí el ceño y pensé en echarlo de mi casa. No lo hice.

La siguiente semana y el segundo capítulo, estaba suspirando como una boba cuando el susodicho entró a mi habitación y replicó: «¿Otra vez viendo esa estupidez?». Mmmm, lo miré con mala cara y pensé en echarlo por enésima vez. Tampoco lo hice esa vez.

La tercera semana vi el programa sola. El pelotudo se interponía entre el paraíso y yo, así que exactamente el día que cumplimos 9 meses juntos... lo eché de mi casa. Prefería la isla de Mljet en Croacia, antes que ver su cara de idiota un día más.

Y lo conseguí, averigüé dónde hacían las pruebas y luego de arduas semanas de castings, pasando de un nivel a otro y mostrándole "mis partes privadas" a cuanto idiota se ponía delante y me ordenaba: «desnúdate», logré llegar al último escalón para ser aceptada. Me despidieron con un «te llamaremos» que tuve atragantado durante quince días antes de recibir la bendita confirmación: «Estás dentro, prepárate, viajaremos en un mes».

¡¡¡Aaaaaleluya!!! Lo había logrado.

Desde que me comunicaron mi participación hasta que me subí al avión me arrepentí dos docenas de veces y otras 25 ratifiqué mi decisión. Mis padres, mis amigos, mis parientes en general creyeron que no lo haría. Celeste, mi mejor amiga, incluso aseguró riendo a carcajadas: «No subirás a ese avión, no tienes las agallas necesarias». ¡Oh, por Dios! Sus reacciones y una frase que leí en internet: "Si no haces nada estúpido mientras eres joven, no tendrás nada de qué reír cuando seas viejo" me motivaron a hacerlo. Me consideraban poco audaz y valiente, sin coraje alguno. ¡Cómo no! Yo misma me veía y sentía así, aburrida y predecible... pero le demostraría a ellos y al mundo entero otra realidad.

Tenía 28 años y necesitaba un cambio, con urgencia. Lo primero que hice fue ir al oftalmólogo y comprarme lentes de contacto ¡No podía ir al paraíso con gafas! Aparte de eso, disponía de 30 días para prepararme. Lo admito, mi cuerpo es... agradable. Soy más alta que el promedio, delgada y bien formada, tengo buenos genes y todo en su lugar... todavía. Pero un poco de firmeza adicional no me vendría mal. Con esa premisa recordé que hacía meses pagaba la membresía de un gimnasio a dos cuadras de mi casa, sin embargo no lo frecuentaba más que una vez a la semana, a lo sumo dos.

Aproveché la oportunidad de sacarle jugo y de paso, dos cosas: UNO, endurecer un poquito más mi retaguardia y quemar algunos kilitos de más alojados en mi estómago. Y DOS, deleitarme visualmente con su dueño, un adonis puro-músculos de casi dos metros que se paseaba en calzas y camisilla, nos saludaba y nos daba indicaciones constantes, pero jamás sociabilizaba con nadie. Mis compañeras de ejercicio llegaron a la conclusión de que Mister Músculos –como lo llamaban– debía ser gay, según ellas no existía otra explicación para que no le hiciera caso a ninguna, ¡si ni siquiera llevaba anillo de compromiso puesto!

Además del gimnasio pasé por una peluquería-spa a una cuadra de mi casa unos días antes para hacerme todo tipo de tratamientos, desde masajes y exfoliación de la piel hasta depilación completa, incluyendo un bronceado perfecto sin marcas. Era necesario. En mis vacaciones soñadas –era así como consideraba este viaje– no tendría ropa alguna para ocultar nada.

Adán y Eva en el ParaísoWhere stories live. Discover now