14 de Julio de 1991

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14 de Julio de 1991

ANDREA

¡El desayuno era el mismo que la cena! ¡Es increíble! La cocinera o cocinero no debe calentarse mucho la cabeza, o quizás es que no tienen dinero suficiente. Lo que sea, me da igual, no quiero nada de este monasterio, es tan horroroso. Claro, que el jardín y ese chico se escapan.

Ese chaval que me aconsejó aquello de irme, no come nada de lo que ponen aquí, siempre está en el jardín o velando a su padre.

Esta mañana lo he vuelto a ver en el mismo árbol.

-          ¿Te pilló?.- me preguntó.

-          No, creo que no; me hice la disimulada haciendo que estudiaba la capilla, y mi madre me salvó diciendo que iba a estudiar arquitectura.

El chico sonrió.

-          Me alegro por ti.

Arrancó una manzana del árbol y me la ofreció, la cogí encantada, tenía un hambre voraz y aquél fruto era realmente apetitoso.

-          ¿No desayunas con ellos?

-          No, no me gusta el desayuno, es la misma cena de anoche.- le contesté.- ¿A ti te gusta?

-          No, - me dijo serio.- y no variaran de comida. Al mediodía tendrás de nuevo ese cuenco, y mañana y pasado... todo lo que te quede por vivir aquí.

-          ¡Cielos! Qué cocinero tan vago.- el chico río.- A propósito, me llamo Andrea. Perdona si anoche fui algo descarada, estaba de mal humor.

El muchacho bajó del árbol y me ofreció su mano a forma de saludo.

-          Encantado, soy Julián, tu vecino.

-          ¿Vecino?.- le pregunté asombrada.- ¿Estás en la puerta de enfrente?

-          Sí, en la “Z”. Con mi padre, está enfermo, muere de pena.- me explicó volviendo a ponerse serio.

Le miré en silencio unos momentos que parecieron eternos. Él me había dado la espalda y miraba al cielo.

-          Yo estoy aquí por mi abuela. Está muriendo de cáncer.- le dije a sus espaldas.

Se giró, sonrió triste.

-          Todo el mundo que está aquí se muere de algo.- su tono de voz era firme y algo melancólico.- Espera, estate atenta y verás porqué se mueren en realidad.- me miró a los ojos.- Si pudieras, deberías irte.

Negué, eso ya lo había pensado yo nada más entrar por las portezuelas negras.

-          Es imposible, mi madre no me dejaría, y tampoco puedo dejarla sola, estoy atada a ella. Me gustaría mucho irme, pero no puedo.- le di un mordisco a la manzana.

-          Entonces, - volví a mirarle.- ten cuidado.

¿Por qué? ¿Qué había en este castillo de peligroso? ¿El padre Lafcadio? La verdad era que su mirada no me había gustado nada, tampoco el interior de mis próximos días de residencia.

Pero Julián se refería a algo más. ¿Pero qué?

JULIAN

Padre está peor, ya ni siquiera se levanta para comer, simplemente duerme, duerme todo el día. A veces abre los ojos, pero no parece verme, ni aún cuando estoy a su lado. Creo que aquí está pasando algo raro, y ya va siendo hora de averiguarlo.

La chica se llama Andrea, es misteriosa, piensa mucho lo que va a decir, o al menos eso parece. Se ha disculpado por su desconfianza de anoche, dice que estaba de mal humor.

Su madre la ha obligado a venir, aunque Andrea me dicho que no es eso, sino que depende de ella. ¿Por qué? Tiene suficiente edad como para independizarse.

Su abuela está muriendo de cáncer, su padre no ha venido con ellas. Quizás esté trabajando.

En todo este tiempo que llevo residiendo aquí creo que ella y yo vamos a ser los únicos que salgamos vivos, porque todo el mundo que toma esa asquerosa comida, es la que está muriendo, y no de golpe, sino poco a poco. Como padre.

Nunca debí haberlo traído, nunca. ¡Maldita sea! ¿Por qué no se me cruzaron los cables e investigué algo de este lugar antes de venir?

Estaba ciego por el bienestar de mi padre.

Miro por la ventana el exterior, la tarde está cayendo, pronto será de noche. Andrea no ha aparecido al mediodía. Espero verla mañana. Mientras tanto, haré lo que tenga en mis manos por padre.

El monasterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora