1. Apruebo las opos

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Apruebo las opos

Guau, no me lo podía creer. Allí estaba, delante de las listas con los resultados del último examen. ¡Y había aprobado! Eso quería decir que ya no tendría que preocuparme nunca más de buscar trabajo. Ya era funcionaria.

Miré a mi compañera, María Angustias. Estaba llorando, la pobre. Se había pasado años estudiando para esas oposiciones, yendo de sus trabajos de mierda a casa, estudiando de madrugada como una loca… y nada. Quería consolarla, pero era imposible. Esa misma noche le tocaba turno de limpieza en unas oficinas. Como para darle ánimos. Uf.

—He aprobado —le dije.

—Ya lo veo, ¿me lo estás restregando o qué?

Me mordí el labio. No soportaba que mi amiga me tratara así. Qué culpa tenía yo de haber aprobado. Ojalá hubiera podido hacer que aprobara ella. Aunque, pensándolo bien, si ella hubiera aprobado podría haberme quitado la plaza, y eso no me hacía gracia, pero no podía decirlo; no era ético.

Me sofoqué solo de pensar en que mi vida acababa de dar un giro de quinientos grados. Es que era muy fuerte. Por fin podría tirar todos los malditos currículums de mierda que jamás nadie leía y hacer un corte de mangas a los entrevistadores que nunca volvían a llamar.

—¿Y ahora qué va a pasar? —dijo, entre llantos, Angustias.

—¿A qué te refieres?

A veces era difícil entender a mi amiga.

—Pues que ahora eres funcionaria. Yo solo soy una limpiadora temporal. Y tengo que seguir estudiando para preparar más oposiciones. Me pasaré la vida estudiando, mis mejores años, nunca voy a conocer a nadie ni casarme ni tener hijos ni nada.

Sí que era difícil comprenderla. Como si no pudiera tener hijos sin ser funcionaria. Es que decía unas cosas.

—Yo te voy a querer igual —le dije, emocionada, acariciándole la mejilla asolada por las lágrimas—. Y claro que encontrarás a alguien que te quiera por cómo eres y por lo bien que limpias.

Ella pareció sentirse aliviada de momento. Suspiró.

—Menos mal que me tienes a mí —le dije, y nos abrazamos, emocionadas.

Sin embargo, a pesar de esa aparente cordialidad, notaba que se había abierto una brecha entre ambas. Claro, yo tenía el futuro solucionado, mientras que ella seguiría viviendo al borde del abismo, como todos los que no estaban en la función pública, mirando cada euro y sin poder irse de vacaciones ni nada. Y se quejaba de que no encontraría a alguien; ella al menos no era virgen.

Hacía años, cuando tenía quince, había estado a punto de dejar de ser virgen, pero tuve una experiencia traumática que me da mucha vergüenza contar, bueno, quizás lo haga más adelante. El caso es que los tíos me daban mucha grima desde entonces. Solo de pensar en ver a uno desnudo me producía escalofríos.

Sin embargo, Angustias no tenía esos problemas. Como su madre era finlandesa estaba acostumbrada a estar en la sauna con toda su familia. Estaba harta de ver pollas, la verdad, y también las había tenido dentro y eso, bueno, no las de su familia, de otros, como Pavel, un checo que habíamos conocido el verano pasado y que estaba buenísimo. Rubio, alto, con un pecho como el de Beckham y lleno de tatuajes. A mí me gustaba mucho pero él se fijó solo en Angustias.

Su amigo, que no sé ni cómo se llamaba, me persiguió todo el rato mientras estuvieron en España. Lo que más recuerdo de él eran sus horribles granos purulentos. Además, hablaba rarísimo. Al agua la llamaba “voda” y todo así. No congeniamos. Pero Angustias se tiró a Pavel y, al parecer, lo pasó muy bien con él.

Al día siguiente, ni rastro del checo. Tuve que consolar a Angustias, que ya se veía viviendo en Praga. Es que mi amiga es muy buena, pero enseguida se monta castillos en la arena. Solo con ver a un tio que le gusta ya se imagina que se hacen novios y se casan y todo lo demás. Así, sin salir ni nada antes para ver cómo es y si son compatibles y si él sabe cocinar. No me extrañaba que los novios le duraran dos meses como mucho. Solo se fijaba en si eran guapos. Bueno, yo también me fijo, para qué nos vamos a engañar. Ahora que lo pienso, me hubiera encantado liarme con Pavel. Hubiera sido la ocasión de dejar de ser virgen.

Tenía entonces treinta y tres. Y ahora, treinta y cuatro.

Del Gris al Blanco - Vol. 1 (Gris casi negro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora