Capitulo Único

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Una delicada figura se deslizaba grácil sobre la superficie cristalina de un lago recientemente congelado debido a las altas temperaturas que alcanzaban los inviernos rusos.
Aquel cuerpo era diminuto y elastizado, podía percibirse la juventud de aquella silueta danzante.
La luz de la luna, apenas bastaba para irrumpir  en la oscuridad reinante del sitio escogido por el joven patinador que movía su cuerpo al son de una melodía inexistente.
Detrás de la frondosa espesura de los árboles y oculto entre algunos arbustos cubiertos de escarcha, el afamado patinador Víctor Nikiforov admiraba embelesado el baile silencioso del hada rusa.
¿Hada? Aquel apodo era poco para describir la belleza y la gracia con la que Yuri Plisetsky se  deslizaba sobre el hielo, sí porque aquel precioso adolescente poseía una belleza fuera de los estándares humanos. El pequeño rubio era un ángel, un ángel de corazón solitario.
Apenas y si se podía apreciar el lento y silencioso descenso de pequeñas gotitas de agua deslizarse desde aquellos ojos aguamarina hasta la superficie de helado cristal. El hada rusa, el ángel solitario de Víctor lloraba.
El motivo del lamento del precioso niño se debía a la partida de la persona más importante en su vida. Plisetsky no tenía nada, solo unos viejos patines y el amor de su abuelo su único pariente con vida, al menos hasta hacía una semana atrás.
Lentamente Yuri había logrado conquistar su sueño. Se convirtió en patinador profesional. 
    Afamado y vitoreado, amado por el público y envidiado por aquellos que podrían considerarse colegas.
El rubio solo deseaba poder ayudar a su abuelo haciendo lo que más amaba y aún habiendo cumplido sus expectativas no había conseguido llegar a tiempo para enseñarle la medalla de oro a aquel que había sido todo en su vida.
El dolor era intenso y ligeros espasmos sacudían el cuerpo del menor que yacía derrumbado sobre la espesa capa de hielo.
Desde su escondite el hombre de cabellos platinos sentía como su corazón se encogía de dolor ante la desgarradora imagen.
Él que amaba a aquel jovencito como a nada debía callar, sí porque ellos eran rusos y su país estaba totalmente en contra del amor, por qué claro ¿quién dice que dos hombres no pueden amarse? Rusia defendía la preservación del matrimonio y la familia “natural”. ¿Cómo se atrevían a encasillar un sentimiento tan maravilloso como lo era el amor en algo normativo, en algo reglamentado? Si solo pudieran sentir una décima parte de lo que él experimentaba cada vez que accidentalmente cruzaba su mirada con la del pequeño rubio, sabrían que no hay nada de normal o normativo en el amor.
Lamentaba su situación; lágrimas de impotencia, silenciosas y sutiles comenzaban a bañar su rostro mientras oculto seguía contemplando a su pequeño amor desarmarse por el dolor de tan terrible perdida. Como quisiera refugiarlo entre sus brazos y reconfortarlo con múltiples palabras de amor pero aquello no podía ser.
Su adorado ángel contaba con apenas quince años, no era un niño pero era aún muy joven como para poder acarrear con todo el mundo en su contra por un amor que tal vez no sería eterno y claro que no era por él, no. Víctor estaba seguro de su amor, pero comprendía que Plisetsky aún era inexperimentado en el mundo del romance y aún y cuando existiese la posibilidad de que este correspondiese su amor, temía las represalias  y las consecuencias que  acontecían luego del primer amor. Siempre tan fugaz, apasionado precioso pero que como todo, concluiría.
  Sí porque Víctor lo sabía, el primer amor nunca era para siempre y él no quería que aquel amor concluya, era por ello que a pesar de su idilio y de saberse como el posible ejemplar neoplatónico de Yuri prefería mantenerse al margen y ser el sostén del pequeño cuando este lo necesitase.
Porque así era su amor, incondicional , responsable y adulto… Porque tal vez su Yuri al crecer lo comprendería y lo perdonaría.
Porque su reencuentro llegaría y aquel día una sola alma serían.
El pequeño cuerpo de Plisetsky dejó de hipar y lentamente se reincorporó con la gracia de un alma destrozada, un alma bellísima desde el punto de vista de aquel observador furtivo y oculto.
Yuri cambió su calzado y tras limpiar su rostro, emprendió su camino de regreso al hotel en el que ahora vivía. Solo, abandonado, olvidado… Así era como se sentía el ángel que ignoraba la presencia masculina que a hurtadillas lo había seguido para corroborar que llegara a su destino a salvo.
Tampoco oyó el susurro que citó: “Buenas noches mi amor”.

Un amor jamás confesadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora