Capitulo uno: Lunes.

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PI. PI. PI. PI…

Apago el despertador con un golpe.

6:30. Hora de levantarse.

Lunes: el peor día de la semana. El día más deprimente de todos. Después de un lindo fin de semana, tener que despertarse a esta hora. Debería ser ilegal.

Mi cama está tan cómoda, las sabanas me envuelven dándome un calor acogedor.  Dormiría todo el día, pero no, no, y no. Debo levantarme para ir a la escuela.

Bostezo. Estiro los brazos y las piernas, lo máximo que pueda. Suspiro. Me siento en la cama y miro a mí alrededor, las sabanas por el piso con todos mis almohadones. Mi habitación, como siempre, desordenada. Lo único libre eran las paredes lilas lo demás estaba lleno de papeles, libros, peluches, ropa y mis posters de los Jonas Brothers.

Me quedo sentada un minuto y caigo de cara a la almohada. >>Debo levantarme, debo levantarme, debo ir a la escuela, tengo prueba de matemática y si no voy, las plantas llegaran hasta el cielo, con mi ventana, y, y…<< pensé bostezando, hasta que un sueño me atrapó.

Casi me quedo dormida hasta que la voz de mi mamá me despertó.

-¡Liliana! ¡LLEGAMOS TARDE!-Gritó con su aguda voz, era posible que rompa las ventanas con aquella voz de pito.

Me levanté de un salto. Ya eran las 6:53. Casi a la velocidad de la luz me puse el uniforme del colegio: Remera blanca, pollera escocesa rojo y negro, y zapatos marrones.

Estúpido uniforme. No, estúpida escuela.

Subí las escaleras de a dos escalones. La radio se escuchaba desde ahí, siempre el mismo periodista hablando siempre de lo mismo: los problemas en el gobierno.

Llegué a la cocina, saludé a mis padres y me senté a desayunar leche sola con una magdalena. Mucha gente veía extraño que no le ponga ni siquiera azúcar, pero para mí era lo más normal.

Mi papá, sentado con la computadora, un mate, el diario y planos de arquitectura. Apenas me vió sentada ahí, no escuchaba ni al pobre hombre de la radio.

Peiné mi pelo marrón, dejando mis ondas sobre los hombros. Agarré mi mochila rosa y saludé a mis padres.

Tomé el ascensor, y como siempre me encontré al portero en la puerta, que supuestamente es gay, o eso dicen. Me despedí y fui camino al colegio.

Soy Liliana Blacke, y esta es mi vida… (Acá es cuando debería sonar una canción)

Solo soy una chica normal de dieciséis años. Vivo en la pequeña ciudad de Catchville, que odio. Mido 1.57, la más bajita de todo tercer año. Y comparto una casa con mis padres y mi gatito Brus. No soy una chica “linda” pero tampoco un asco, simplemente normal, aunque todas envidian mi flacura.

Camino las siete cuadras hasta llegar al colegio. El rector todas las mañanas parado en la puerta, donde arriba hay un cartel que dice “Colegio María de las magdalenas” y en grafiti “…y tortas.”

Paso por la puerta y me saluda con buenos días.

-Buenos días.- Le contesto de mala gana.

Todos los alumnos estaban hablando en ronda, con sus respectivos amigos.

Bienvenidos a la secundaria, el lugar donde además de estudiar, te juzgaran por cómo vistas, como luzcas y como actúes. Suerte.

No soy de esas chicas “populares”, pero tampoco soy antisocial, estoy en el medio. Tengo muchas amigas, y le caigo bien a la mayoría. Soy de esa clase de persona en la que podes confiar, no te juzgare, y seré amigable. Pero no llego a ser “popular” porque para eso me faltaría maldad, y tendría que ser creída, salir con cualquier chico, y criticar a todo el mundo, a y llevar los ojos delineados cuatro tonos más oscuro de lo normal.

Amores y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora