Hacia el helado norte: parte 2

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  - Sí, le dan ataques  --decía el hombre, ocultando su mano herida de los ojos del encargado del vagón, a quien le atrajeron los ruidos de la pequeña lucha--. Lo llevo a San Francisco por encargo del patrón. Dice que allí hay un veterinario que cree que puede curarlo.

     Con respecto al viaje de esa noche, el hombre hablo muy frecuentemente en un cobertizo levantado en la parte trasera de un despacho de bebidas del muelle de San Francisco.

     - Todo que estoy ganando son cincuenta  --refunfuño--, y no volvería a hacerlo ni por mil dólares al contado.

      Tenía la mano vendada con un pañuelo, que chorreava sangre, y la pierna derecha del pantalón estaba echa girones desde la rodilla hasta el tobillo.
      - ¿Cuanto ganó el otro tipo?  --preguntó el tabernero.

      - Cien  --fue la respuesta--. No quiso venderlo ni por un centavo menos.

      - Con eso son ciento cincuenta  --calculó el tabernero--, y los vale, o soy un idiota.

    El secuestrador deshizo el sangriento vendaje y se miró la mano lacerada.

     -Si no me enfermo de hidrofobia...

     -Será por que naciste para morir en la horca  --le interrumpió el tabernero con una risotada sarcástica--. Ven, dame una mano antes de irte --agregó.

    Aturdido y sufrimiento un dolor desgarrador en la lengua y garganta, medio ahogado por la maldita cuerda, Buck intentó hacer frente a sus atormentadores; pero lo arrojaron  al suelo y ajustaron la cuerda repetidas veces, sin piedad alguna, hasta que lograron limar el hermoso y pesado collar de bronce que tenia al cuello. Luego le quitaron la cuerda y lo dejaron, dentro de un esqueleto de madera parecido a una jaula.

        Allí descansó durante el resto de esa larga y atormentadora noche, dominado por la ira y por su orgullo herido. No podía entender lo que ocurría.  ¿Qué querían de él? ¿Por qué lo tenían encerrado en esa pequeña jaula?  No sabía por qué, pero sentía sofocado por el presentimiento de un inminente desastre. Varias veces durante la noche, se paraba de golpe cada vez que se abría la puerta del cobertizo, esperando ver al juez o a sus hijos; pero todas esas veces era la cara del tabernero la que lo observaba a la luz de una sin vida de una vela de sebo. Y cada vez que ocurría, el ladrido gozoso que asomaba en la garganta de Buck se convertía en un gruñido salvaje.

     Pero el tabernero lo dejo tranquilo, y a la mañana siguiente entraron cuatro hombres y cargaron con su jaula. Más torturas, pensó Buck, pues eran criaturas repugnantes, descuidados y llenos de piojos y algún que otro moretón. Les gruño furioso por entre los barrotes. Los muy tontos no hicieron otra cosa que molestarlo con palillos, a los que el perro mordía con los dientes hasta darse cuenta de que eso era lo que los hombres querían. Por tanto se echó en un rincón con actitud hosca y dejo que cargaran con la jaula en una carreta. Luego él, y la jaula en la que estaba prisionero, comenzó pasar de mano en mano. Los empleados de las compañías de transportes se hicieron cargo de él; lo transportaron otra carreta, un camión lo llevó, junto con variedad de cajones y paquetes, hasta un vapor; del vapor fue a parar al ferrocarril, finalmente lo depositaron en un vagón de carga.

        Durante dos días y noches el vagón de carga fue arrastrado por ruidosas locomotoras; y durante dos días y noches, Buck no comió ni bebió. En su ira, recibió los avances amistosos de los empleados del ferrocarril, con gruñidos salvajes y llenos de sufrimiento, y ellos lo retribuyeron molestando lo vilmente. Cuando se arrojaba contra los barrotes, tembloroso y arrojando espuma por la boca, se reían de él y lo llenaron de insultos. Gruñían y ladraban como perros detestables, maullaban, y movían los brazos, cacareando. Todo era una tontería, él no lo ignoraba; pero pero le resultaba más un insulto a su dignidad, y su furia aumento por momentos. No le molestaba tanto el hambre, pero la falta de agua le producían un severo sufrimiento y eso alimento su furia hasta convertirla en una fiebre maligna. Por esa causa, estaba nervioso y terriblemente sensitivo, los malos tratos le produjeron un estado febril, empeorando por la inflamación de su garganta sedienta y su lengua inchada por la falta de agua.

     
  

El Llamado De La SelvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora