Prólogo

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- Helene, ¿qué narices haces?
Me aparté con rapidez de la ventana de mi habitación y me tiré encima de la cama para disimular. Bueno, lo intenté, ya que en mitad de mi desplazamiento me tropecé con el borde de la alfombra y terminé con el culo en el duro suelo. Me levanté restregándome las posaderas con las manos, adolorida.
- Auch.
Mi madre, acostumbrada a mis excentricidades, se limitó a poner los ojos en blanco y a cruzarse de brazos apoyada en el marco de la puerta abierta de mi habitación.
- ¿Sabes? Da igual, mi mente está mejor sin saberlo.- asentí con la cabeza rápidamente, dándole la razón y sacándole una sonrisa divertida.- Tu padre y yo habíamos pensado en ir al centro comercial a comprar unas cosas, ¿necesitas algo?
Me quedé unos momentos reflexionando, haciendo un inventario mental de todo el material de escritura y pintura que tenía, y finalmente me encogí de hombros.
- Un par de carboncillos nunca vienen mal.
Mi madre asintió, con sus largos cabellos rubios agitándose al compás de su movimiento de cabeza, y repentinamente sonrió con un brillo extraño en sus grandes ojos grises.
- Por cierto, ¿para cuándo el siguiente boceto del vecino? Aunque creo que para el próximo deberías pedirle una fotografía, así no tendrías que usar esos prismáticos viejos de tu padre.
Abrí la boca, en estado de shock pero dispuesta a protestar, pero para cuando me quise dar cuenta mi madre ya me había guiñado un ojo y había salido corriendo escaleras abajo. Minutos más tarde escuché el sonido de la puerta de casa precedido del grito de mis padres al unísono.
- ¡Te queremos, cariño!
Rayos. ¿Tanto se notaba que observaba al vecino? Hasta mi madre se había dado cuenta.

Hel, esto se nos está yendo de las manos.

Lo sé, Bichito, lo sé.

Bichito, la extraña voz que de vez en cuando escuchaba en mi cabeza, hizo acto de presencia mientras volvía a mi puesto frente a la ventana. Con mi cuaderno de dibujo apoyado en mi regazo y un carboncillo de dureza media en la mano derecha, miré a través del cristal. A unos quince metros, la silueta de mi vecino se distinguía con claridad mientras él hacía cualquier cosa en su propio cuarto. Mis dedos rozaron ligeramente los laterales del material de dibujo y luego mi mano fue moviéndose sola, de manera silenciosa y rápida, a lo largo de toda la página en blanco. Alternando la vista entre el papel y la figura tumbada en una cama de dos plazas, tracé líneas para crear un rostro que tantas veces había esbozado, con los pómulos altos y marcados, los labios tan carnosos arriba como abajo, la nariz recta aunque ligeramente respingona en la punta y los grandes ojos azules enmarcados con espesas pestañas albinas. Dibujé también los cojines alrededor de su cabeza y cintura, la manta hasta la altura de las caderas y su pecho tapado con una camiseta negra de tirantes en la que difuminé el carboncillo para crear mayor efecto de realismo en las sombras. Sus largas piernas estiradas completamente como apenas una insinuación bajo la manta oscura y sus brazos flexionados bajo sus cabellos blancos complementaron uno de las decenas de retratos que ya tenía de aquel peculiar chico. Pasada media hora, di los últimos retoques y admiré mi obra. La mirada penetrante de sus ojos me provocó un escalofrío, y levanté la vista para observar a mi muso. Di un pequeño brinco en mi asiento, sobresaltada, cuando mis ojos se encontraron con los suyos y me sonrió amistosamente para después saludarme con un gesto de mano. Con una gran amenaza de sufrir una taquicardia, levanté ligeramente mi extremidad superior y moví estúpidamente los dedos de atrás hacia delante, casi hiperventilando.

¡Oh por el Gran Táborlin, me ha saludado!

O quizás saludaba a otra persona.

No hay otra persona en esta habitación.

¿Y si te pilló acosándole, se asustó y ahora quiere vender tus órganos en el Mercado Negro?

No creo que valiesen mucho. Además, acaba de despertarse, es imposible que me pillara.

Eres una loca acosadora, ¿lo sabías?

Seh.

...

Sacudí la cabeza para alejar a Bichito de mi cabeza y observé de nuevo por la ventana. Me puse colorada hasta las orejas cuando me di cuenta de que mi vecino se estaba cambiando, así que rápidamente me giré en la silla giratoria de mi escritorio y observé el interior de mi habitación minuciosamente, como si no la viera todos los días.

Estúpida, podías aprovechar para echar un vistacito.

¿Quién es la loca acosadora ahora? Además, no puedo, estaría rompiendo unas cuantas normas...

¿Qué normas?

Norma número uno: Nunca hablar con tu vecino crusheado.

¿Qué estupidez es esa? Si no le hablas nunca cómo pretendes que deje de ser tu crush?

Ahí está la gracia de tener un crush, que es inalcanzable. ¿Lo pillas? IN-AL-CAN-ZA-BLE.

Ok, ok.

Me vuelves a decir ok y te dejo en visto (leído) infinito.

Ok.

...

No irás en serio, ¿no?

...

Oh, demonios. Lo que sea, el caso es que yo que tú aprovecharía para mirar. Aunque sea un poquito.

Haciendo caso a las palabras de Bichito, y dejándome llevar por la curiosidad, lentamente giré de nuevo la silla hacia la ventana.
- ¡Mierda!- exclamé sin querer en voz alta cuando, al darme la vuelta por completo, caí en la cuenta de que mi crush había cerrado precavidamente las opacas cortinas. Diablos.

My NeighborDonde viven las historias. Descúbrelo ahora