2.- "Me han ascendido"

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- ¡Hel, espérame!

Frené mi caminata hacia el exterior del edificio y, después de poner los ojos en blanco, esperé a Dam apoyada en una de las paredes del pasillo que enfilaba hacia mi libertad. Él llegó respirando con dificultad, probablemente por la carrera desde los vestuarios del gimnasio, y se apoyó sobre mi hombro derecho mientras recuperaba el aliento.

- Recuérdame no volver a gastarte una broma a principio de curso, por favor. Odio que no me esperes al salir del gimnasio, ¡sabes que los del equipo de lacrosse me odian! Bueno, los de lacrosse, los de soccer, los de baloncesto, los de béisbol...

- Sí, sí, lo sé, te odian todos los deportistas, no hace falta que te pongas a enumerar los apellidos y grupos sanguíneos.

Mi amigo enrojeció y yo sonreí, enternecida. Sacudí el hombro y, en consecuencia, todo su cuerpo se desequilibró. Agarré su codo antes de que pudiese perder el equilibrio, pero una vez estable no pude evitar comenzar a reír con fuerza, al igual que él.

- ¡Diablos, Dam, tienes menos equilibrio que yo!

- ¡Lo sé, cállate!

- ¡Pero si podría tirarte al suelo sólo con soplar!

Tal vez no.

- Inténtalo.- me retó. Fruncí el ceño y me recogí las mangas de la sudadera ancha que vestía. Inché los pulmones todo lo que pude (que no fue gran cosa, teniendo en cuenta mi metro cincuenta y cuatro y mi amada asma) y soplé en su dirección con todas mis fuerzas. Babas incluídas. Contra todo pronóstico mi pelirrojo mejor amigo se inclinó hacia atrás, desconcertado, y luego cayó al suelo de culo agitando los brazos como si intentara aferrarse a algo en el último segundo.

Alucinada conmigo misma, me miré el pecho como si hubiera una especie de fuelle en mi interior. Alterné la vista entre mi cuerpo y los verdes ojos saltones de Damian, y justo cuando pensaba ponerme a bailar como lo había hecho mi padre horas antes en casa, una cabellera conocida apareció de debajo del ancho cuerpo del pelirrojo.

- ¡Mierda, Damian, deja de comer tanto chocolate!

El aludido se levantó del suelo prácticamente con un salto, y dejó al descubierto el cuerpo inmóvil de mi otro mejor amigo: Axel. A aquellas alturas ya no quedaba nadie en los pasillos, y probablemente mi padre ya estaba desesperado esperando en el coche a mi salida.

- ¡Pero mira quién ha aparecido, el caballero sin nombre y sin rostro!- exclamé, sonriente, mientras le tendía una mano y lo ayudaba a levantarse. Él sonrió también, sarcástico, y se quitó el polvo invisible de sus pantalones vaqueros negros y de su camiseta del mismo color.

- ¿Cuánto te han pagado hoy por venir?- le preguntó Dam con curiosidad después de darle un abrazo amistoso. Axel amplió su sonrisa, como si fuera Chesire de Alicia en el País de las Maravillas, y nos pasó a ambos los brazos por encima de los hombros a la vez que los tres comenzábamos a andar hacia la puerta.

- £2. A este paso mi bote crecerá lo suficiente para que nos podamos ir los tres de viaje en unas semanas.

- ¡Yey! - exclamé, eufórica, a la vez que saltaba y estiraba mis brazos hacia arriba, aún estando con el largo brazo de Axel sobre mis pequeños hombros. Mis dos amigos rieron.

- Tranquila, pequeña saltamontes, no nos adelantemos a los acontecimientos. Bueno, ¿alguna novedad?

Esbozó esa sonrisa suya ladeada tan característica que hacía resaltar sus grandes ojos azules, y Dam y yo comenzamos a parlotear de cosas sin sentido, buscando hacerle reir. Por desgracia llegamos demasiado pronto al coche de mi padre, y tuve que montarme tras despedirme de ellos con un abrazo bastante fuerte.

- Por la noche me cuentas.- le dije a Axel al oído, y él, tras la sorpresa inicial, me sonrió con cariño.

- Odio que me conozcas tanto, enana.

Le besé la mejilla, luego a Dam, y me metí en el coche de brazos cruzados y haciendo morritos. Tanto los chicos como mi padre se burlaron de mí, y sólo cuando el coche arrancó me di cuenta de que mi papá estaba nervioso. ¿Cómo lo sabía? Fácil, hacía esa cosa con las manos, como si estuviera estrujando una pelotita antiestrés, y me miraba con nerviosismo cada dos segundos.

- ¿Qué me ocultas, Sherlock?

Mi padre dio un pequeño bote en su asiento y perdió el control del volante un momento, casi sacándonos de la carretera, pero se recuperó y habló con la voz una octava más aguda.

- ¿Qué? ¿Yo? ¿Ocultar algo? Pffff, imaginaciones tuyas.

Alcé una ceja después de recuperarme del susto del volante y lo observé cruzada de brazos. Tras dudarlo unos instantes, suspiró profundamente y supe que la noticia no me iba a gustar ni un pelo. Agarró con fuerza el volante y se mordió el labio inferior con nerviosismo, gesto que había heredado yo. Siempre heredando las buenas costumbres.

- Bueno... Creo que esto deberíamos hablarlo con tu madre delante pero... Me han ascendido.

Sonrío tanto como puedo, entusiasmada, y doy palmadas alegres mientras doy un pequeño grito.

- ¡Eso es genial! ¡Felicidades, papá!

Se rascó la nuca, incómodo, y frenó cuando un semáforo se puso en rojo para nosotros. Me miró con algo de culpa en los ojos, y mi sonrisa decayó.

- ¿Cuál es el pero?

Fijó la vista en la carretera, y cuando se puso la lucecita en verde arrancó en silencio. Sus hombros decayeron, y no me miró a los ojos cuando apenas habló en un susurro.

- Nos tenemos que mudar.

Mi corazón se saltó un latido, y el muy imbécil se paró durante unos segundos.

- ¿Qué?- mi voz sonó demasiado aguda, demasiado estridente, muy poco yo.

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2017 ⏰

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