1--Siervos de la tierra

6 3 1
                                    

Marie nació en una pequeña aldea en algún lugar de la Francia del siglo XIII. En aquella época, muy pocas personas sabían con exactitud la fecha o la hora, así que lo único que Marie sabía es que había nacido hacía quince años, en el verano, cuando las flores están en radiante belleza y los animales empiezan a procrear. Había nacido poco después de las dulces celebraciones de Mayo, dulce mes bendito, que daba sus regalos de flores y frutos a los afortunados amantes y adornaba con dulzura el bosque, palacio de la vida misma, mil veces superior al castillo de un rey.
Pero la vida en aquel entonces no era tan dulce, ni tan inocente, como muchos han querido que creamos. Afortunados eran los que nacían en la casa de un señor noble, o aquellos que eran escogidos desde pequeños a ser parte del clero... ¡Desgraciados todos los demás, condenados a ser los asnos del señor feudal!
Marie era hija de campesinos, que al vivir en las tierras del barón local, debían trabajar hasta el límite de sus posibilidades para que éste les permitiera seguir viviendo en sus tierras. Sus vidas mismas le pertenecían al señor. El cura local siempre hablaba de la ira de Dios, de cómo la espada del ángel los castigaría de sus pecados, de cómo arderían en el infierno si desobedecían los mandatos, pero todos temían infinitamente más al mortal barón que al omnipotente creador del mundo.
Se hablaba mucho de lugares como Roma, Grecia, Egipto y hasta de Asia, pero para los siervos de la tierra, el mundo se limitaba a las tierras del barón: èl era su único amo y señor, y el mundo tenía que girar en torno a él y a su castillo, si querían sobrevivir.

Marie se la pasaba en las nubes. Su expresión era dulce y soñadora, muchos dirían, ausente, y desde que nació, su madre supo que ella no era de este mundo. Su cabello rojo, su piel blanca como la leche, sus ojos negros como el carbón, delataban su verdadero origen: ella era una de los del Pequeño Pueblo, un hada convertida en humana por la mano del destino. Su madre temió que la gente alguna vez descubriera que ella no era como los demás, y que los curas la llamaran endemoniada. Por ello, siempre la protegió demasiado, y la alejaba de los demás, con la excusa de que la niña debía aprender los oficios con los que se ganaría la vida. Le enseñó a tejer, a hacer mantequilla, y a cocinar las sobras que llegaban del castillo, pero Marie nunca fue buena en esas cosas. Su verdadera pasión era observar y pensar, la muchacha, a pesar de ser callada, era inteligente, y cada vez que abría la boca, confundía y sorprendía a la gente por su perspicacia y sutileza. Pero lo que más temía su madre no era nada de esto, sino que, en realidad, su madre temía que algún día, Marie hiciera evidente ante todos lo que ella había sentido antes incluso de que Marie naciera: ese brillo fatal de rebeldía e inconformismo que había matado a tantos revoltosos que habían desafiado, antes de ella, las leyes de Dios y del hombre.

Diablillo de la CarneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora