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Sus pies se deslizaban con tal sutileza y naturalidad que parecía ser parte del piso de madera. Pulcro como la bailarina de una caja musical. Delicado como una flor, Keith era lo más hermoso que los ojos de Lance habían contemplado jamás. Sostenía la cintura de una muchacha y la alzaba por los aires, bailaba y se perdía tras la tela en movimiento del tutú, una ola de tul rosa que no lograba opacarlo ni por un segundo, no al menos a los ojos del moreno.

Cuando la bailarina toco el suelo siguieron la coreografía con una serie de pasos dobles. Complicados giros, saltos y demás acompañados por las notas del piano y las palmas de la directora marcando los tiempos.

-Más alto, Keith, yo sé que puedes llegar más alto. -dijo a voz en cuello como si los bailarines no estuvieran a un par de metros de distancia. -Ángela, cuidado con el empeine, por el amor de Dios, ¿No pueden hacer nada bien?

Lance se la quedó mirando medio irritado y medio indignado. Quién se creía esa para gritarle a Keith, a su Keith. Ya, era la directora, pero aun así, estaba mal. De haber podido hubiera entrado a la clase a hacerla callar.

La mujer extendió los brazos y como si fuera un ser todo poderoso todo movimiento dentro de salón se detuvo. El piano dejó de sonar, Keith y su compañera dejaron de bailar, y Lance hasta hubiera jurado que el resto de los bailarines dejaron de respirar. Su nombre era Helga, y según lo que Keith había dicho, la mujer había aprendido a bailar ballet mucho antes de caminar. Tenía el cabello grisáceo firmemente atado en un moño alto y vestía mallas de práctica, era alta, delgada e increíblemente intimidante. Se acercó a sus dos alumnos que ocupaban el centro, Ángela retrocedió hasta chocar contra el pecho de Keith, y aunque él no lo demostró, quería ser tragado por la tierra, todo con tal de no tener que escuchar lo que se avecinaba.

-¿A ustedes qué les pasa? Esto no es la academia de niños, se supone que son los futuros profesionales del país y ni siquiera pueden hacer una coreografía simple. -la mujer los escrutó con la mirada severa. Ángela temblaba ligeramente, Keith hizo algo que sorprendió al moreno; bajó la cabeza con los labios apretados y se quedó en silencio. -Ángela, estás bailando ballet, no espantando moscas. Mueve bien los brazos o te sacaré antes de lo que piensas.

-S-sí, señora. -dijo ella en un susurro.

-Keith. -el azabache alzó la vista muy serio. Lance sentía que en cualquier momento comenzaría a echar espuma por la boca y le saltaría al cuello a la maestra. ¿Cómo es que Keith estaba tan tranquilo? Si le decía algo más se volvería loco. -puede que hayas sido el mejor en la academia juvenil, pero esto es diferente. No aceptaré a nadie que no alcance como mínimo un nivel perfecto, ¿Me oíste?

-Sí, señora. -dijo sin titubear y su voz retumbó en medio del silencio. La directora se llevó una mano al entrecejo y suspiró.

-Bien, dejémoslo por ahora. -dio un sonoro aplauso para llamar la atención de su ya atenta audiencia. -todos frente al espejo, vamos a practicar giros.

La orden no tardo en cumplirse, fue cosa de un segundo para que el grupo estuviera dando vueltas frente al gran espejo que ocupaba la pared desde el piso hasta el techo. Al parecer aquello era cosa de todos los días, nadie parecía demasiado afectado por el regaño de la directora, ni siquiera la misma Ángela que volvía a su postura erguida de bailarina y se movía sin problemas. Pero por más que tratara de ignorarlo, Lance no podía obviar la creciente impotencia de no poder correr y abrazar a Keith ahí mismo. Lo miró por el espejo, el azabache se había recogido el cabello, pero eso no había impedido que el calor de la sala y el ejercicio lo tuvieran acalorado. Una gota de sudor le resbalaba por la sien mientras giraba y volvía a su posición.

Clase de ballet (Klance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora