Capítulo único.

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Recuerda dónde lo conoció, también recuerda cómo. Se encontraba en el hospital, su hermano estaba recién operado de una apendicitis y él vagaba tranquilamente por los pasillos, creando un mapa mental para no perderse.

Recorría la gran y blanca instalación con olor a desinfectante cuando lo vio, siendo arrastrado por una enfermera, en silla de ruedas había un chico. No se veía mayor que él, tal vez hasta tuvieran la misma edad, tenía el cabello más largo que el resto en la parte superior de la cabeza y lo tenía teñido de negro y rubio a los costados, sus raíces eran marrones "producto del tiempo que estuvo encerrado aquí" pensó. A pesar de eso tenía un brillo en sus ojos avellana, algo que lo hacía lindo, estaba muy pálido pero con una sonrisa en sus secos labios, que parecían mimetizarse con el resto de su rostro. Llevaba una bata blanca de la que salía un cable que lo mantenía conectado a una de esas extrañas maquinas que miden las pulsaciones y, es su brazo derecho llevaba una vía por la que recibía suero.

Gerard dejó de caminar casi al instante, pero la enfermera no se detuvo en ningún momento. Los dos chicos se miraron y el enfermo lo saludó levantando su mano y agitándola con energía, el otro imitó su gesto y lo siguió con la mirada hasta el final del pasillo ¿qué probabilidades tenía de volver a verlo? No muchas, seguro. El hospital era enorme.

Antes de saber lo que hacía se vio corriendo en la misma dirección que el pobre chico, lo encontró siendo empujado hacia el interior de una habitación situada un un pasillo que cortaba perpendicularmente con el que recorría. Se situó frente a la puerta, esta era blanca sin una mancha ni número que indicara que era un cuarto de estadía para los hospitalados.

—¿En qué puedo ayudarte, cariño?

Se dio la vuelta, encontrando a una mujer de mediana edad vestida de blanco con una pequeña placa con su nombre lo miraba con atención.

—Oh, hola... Karol. ¿Quién se encuentra en esa habitación?

—Esa no es una habitación, es la sala de cardiología —se acercó a un pequeño mostrador y revisó unos papeles—. Ahora mismo están atendiendo a Iero, Frank. ¿Lo conoces?

El pelinegro asintió.

—Es un gran amigo, yo... Nunca me dijo que estaba en el hospital, vine tan rápido como me enteré —mintió. La mujer sonrió.

—No tardará más de unos minutos, puedes esperarlo aquí.

—En realidad... —buscó rápido una excusa, sería raro si el tan Frank se daba cuenta de que lo había seguido—. Muero de hambre, tengo que ir a la cafetería, ¿podría decirme cual es su habitación?

—Claro, dejame ver —tecleó algo en la computadora—. Primer piso, habitación ciento veinticinco.

Le dio las gracias y fue con su hermano, más tarde visitaría al chico, algo en él había llamado su atención.

Y así lo hizo, horas después caminó hacia el primer piso y preguntó por la habitación, siendo guiado hasta allí por una simpática enfermera castaña.

Dio tres golpes a la puerta y no esperó a que contestaran, simplemente entró, encontrándose solo con un cuerpo tendido sobre una camilla
El chico lo miró y le sonrió.

—Hey, ¿qué tal? Eres el chico del pasillo —eso no había sonado como una pregunta.

Gerard asintió y se acercó a la solitaria camilla.

—Me llamó Gerard Way.

—¡Que bien suena ese nombre! —sonrió más—. Es perfecto para ti, sin dudas. Yo soy Frank Iero, algo soso, ¿no crees?

I (don't) love youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora