Prólogo

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Permanezco sumergida bajo el agua hasta casi desbordarse; me encanta sentirla, en ella, los problemas se ahogan, la soledad flota para después explotar como una burbuja en la superficie. Como cuando mi mundo explotó.

Sigo sumergida hasta que no puedo aguantar más. Escurro mi pelo oscuro y mientras, intento recuperar el aire hinchando los pulmones y salgo de la bañera. Envuelvo mi cuerpo en una toalla y me miro al espejo. Toco mi clavícula izquierda; un hueso roto que está tardando demasiados años en curar y quizá nunca lo haga. No duele pero es fea y visible.

Ya no era el dolor en sí, sino lo que acarrea su significado; las largas horas escondida dentro del armario o bajo la cama, con la única seguridad del abrazo de Secretosillo, mi oso amoroso preferido. Y aún siendo más mayor, seguía teniendo fe ciega en que aquel peluche pudiera mantenerme oculta.

Las marcas en mi cuerpo me repugnaban y no me dejaban olvidar. Me recordaban lo que echaba en falta, lo que odiaba y a lo que mas miedo tenia: a mi padre.

El miedo seguía ahí. Después de tantos años.

Cierro los ojos y recuerdo aquella paliza; mi padre golpea a mi madre mientras la insulta. Las venas de sus sienes están hinchadas; las de ambos. No recuerdo el inicio de la pelea, pero si como mi padre podía perder el control de sí mismo y ese día estaba fuera de sí.

Nunca supe porque entraba en ese estado de locura irracional.

Mi madre lucha por liberarse de las manos que rodean su cuello. Ni siquiera recordaba cómo cayó rodando por las escaleras, pero si perfectamente el sonido de su cuerpo golpeandose en cada escalón. El sonido de sus huesos rompiéndose.

"Crac...crac...pom"

Rodó como una muñeca rota y malgastada por los años de palizas, rompiéndose como maceta al caer desde un balcón. Un sonido seco y hueco. La tierra desparramada era ahora la sangre de mi madre recorriendo cada junta de las baldosas de la casa. La vi caer desde lo alto de la escalera. Recuerdo que mis manos se agarraban a la barandilla y mi cuerpo no reaccionaba, totalmente bloqueada. La mirada de mi madre se apagó después de verla exhalar su último aliento. Sus ojos marrones dejaron de brillar sin dejar de mirarme fijamente y sin expresión alguna en su cara.

Mi padre se quedó al pie de la escalera mirándome si creer que estaba muerta. Tan bloqueado como yo, pero yo lo estaba de miedo y él... no sé que se le había pasado por la cabeza. Se quedó ausente durante unos segundos.

Entonces es cuando fui consciente de lo que estaba pasando y grité, grité tan alto que me dolió la garganta.

Eso hizo que mi padre reaccionara. Se apartó con furia el pelo de la cara sin dejar de mirar a mi madre. Me buscó con la mirada; sus ojos están rojos y cuando se cruzaron con los míos supe que era mi final.

—Ahora va a por mí. —Pienso —¡Corre! —grito en mi interior.

Mis piernas actúan antes que mi cabeza y eché a correr como si estuviera por primera vez en esa casa.

Sentía sus pasos detrás de mí, me defendí con lo primero que pille sin saber si le daba o no. Pero entonces note un tiron de pelo que me hizo caer de espaldas.

Me cogió del brazo y me empujo hacia delante, mis pies descalzos se tropezaron y caí sobre un aparador, tirando todo lo que había en el. Me levanta tirando de mi brazo sin darme un respiro. Recuerdo el sabor metálico de la sangre en mi boca. Me obliga a mirarme al espejo que hay encima del aparador.

—¿Qué ves? —dice, tirando de mi pelo. Mis ojos se centran en la sangre de mi labio y la brecha de mi frente. —¡¡Te he preguntado ¿Qué qué ves?!!—Me zarandea, mientras con la otra mano me obliga mirarme al espejo.

No contesto. El miedo bloquea mis cuerdas vocales y no sé qué decir.

—¿Sabes que veo Patricia? —se acerca susurrandome. Niego con la cabeza, muda.—¡¡Veo al mismo demonio!!

—Papá... me haces daño... suéltame —suplicó intentando recuperar el aire.

—¿Papá? —suelta en una carcajada —. Esto no tiene solución...

Vuelve a tirar de mí arrastrándome por las escaleras, mi pie se dobla y cruje, mi cuerpo se vence y caigo varios escalones, a pesar del dolor, consigo tragarme el grito. No me da tiempo ni a recuperarme, me levanta con fuerza del brazo y siguie empujándome. Tropiezo con el cuerpo de mi madre. Esta fria y las lágrimas empiezan a salir de mis ojos.

Estaba tan aterrada que se habían mantenido en el límite: ahora salían sin control.

Miro a mi padre intentando entender qué está pasando. Pero no hay nada, está inexpresivo, como el cuerpo de mi madre en el suelo. Me levanta después de esquivar mi mirada, llevándome prácticamente en volandas y cada vez siento menos mi brazo y el pie. Al final, mi padre me mete en la salita y me empuja con tanta fuerza que acabo encima de una mesa de cristal que se hace añicos con mi peso.

—¿Papá qué he hecho? —sollozó levantándome como puedo. —Lo siento papá... si hice algo malo... lo siento...—suplicó, esperando poder salvar mi vida, el miedo tiene el control de mis actos y de mi voz.

—Nada hija... todo es culpa mía...—dijo por un momento que pareció sereno, vi lastima en su mirara —pero pagaremos justos por pecadores...

Suspiró resignado y con la mirada baja me dio la espalda y se dirigió al armario. Un sudor frío heló mi espalda cuando vi el bate de béisbol. Como pude, me levante y cojeando me dirigí al pasillo buscando una salida, grite, juro que grite, pero fui incapaz de escuchar mi voz.

Sentí un golpe en la espalda y caí al suelo, bocabajo. Gire rápidamente sobre el suelo y vi como volvía a levantar su bate para volverme a golpearme, tuve el reflejo suficiente para esquivarlo, pues iba directo a mi cabeza pero me dio en la clavícula, todavía sentía ese dolor fantasmal de cómo el hueso se partía rajando músculos y piel saliendo de mi cuerpo.

Todavía se me erizaba mi piel al pensar en ello.

Fue tan intenso el dolor que me quedé sin respiración, y el grito se quedó en un gorgoteo en mi garganta. Fue tan hondo el golpe que perdí el conocimiento.

No dolería "morir" si estaba inconsciente. Es lo que pensé en ese momento en el que creía que me iba a explotar la cabeza.

Cuando desperté estaba en el hospital, costillas rotas, puntos en la cabeza, un tobillo roto, un ojo hinchado y amoratado, añadiendo a la colección de marcas, clavícula rota con fractura abierta.

La única diferencia, es que esta vez en la cama de al lado no estaba mi madre, sino mi padre, estaba custodiado por dos guardias de seguridad y se debatía entre la vida y la muerte. Pues había intentado pegarse un tiro en la cabeza.

—Ojala te mueras, cabrón —dije con ira y resentimiento.

Pero no le salía del alma. No sabía si realmente quería que ese gran hijo de puta muriera.

Con la toalla termine de limpiar el vaho que se había depositado en lo que quedaba de espejo, estaba claro, que por más que quisiera borrar aquello, siempre permanecerá en mi memoria.

El silencio de su sonrisa [Cicatrices #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora