Capítulo 05

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Casi que prefería seguir en la cárcel. Ahí me sentía más protegido y en cierto modo, controlado. Había vivido en una cárcel, donde la única diferencia es que no había barrotes, pero si una mano dura que apenas te dejaba respirar.

Lo que si tenía claro que durante los cuatro años que estuve en la cárcel, fueron los cuatro años más felices - por así decirlo- que había vivido, si, esta privado de libertad, pero es que nunca la tuve.

Mi casa fue un infierno y viví mi infancia en una pesadilla, y no solo para mí, sino para todos aquellos que vivíamos en ella.

Pero ¿qué diferencia había de esta cárcel, a la otra?

Ninguna, en todos lados solo había una ley, "supervivencia". Mi supervivencia me había llevado aquí, a donde estaba ahora. Sobre mi espalda –y mi conciencia- pesaba la muerte de mi mujer Vera y el intento de asesinato de mi hija, Patricia, mi Patri.

No quería hacerlo... pero lo hice. Quería acusar a mi padre de aquello, y por aquel entonces, me lo creí. Pero cuando fui consciente de la realidad, me miré las manos, y entonces supe que por más que quisiera adornar mi vida, bajo de ella, habitaban demonios, que nunca se irían. El vivir bajo ese estrés desde que tenía uso de razón, había desarrollado una esquizofrenia paranoide gracias al maltrato de mi padre - y mi santo hermano- , gracias a Dios hasta ahora estaba controlada. Mientras me tomara mí medicación y siempre y cuando supiera diferencia entre lo real y las voces de mi padre, estaríamos todos a salvo.

Mi padre estaba muerto; no podía torturarme. Y punto.

Terminé de colgar mi chaqueta en el perchero, pase por la cocina, cogí un cafelatte de esos que se compran ya preparados en los supermercados. Salude a Félix mi compañero de la condicional, ambos compartíamos el piso tutelado junto a otros 2 ex-presidiarios. Ambos tenían regímenes abiertos, no necesitaban dormir en la cárcel, los jueces creían que ya eran "buenos" pero solo tenías que sentarte a su lado, darles unas cuantas cervezas y de repente, escupían como si nada, todas las atrocidades que habían cometido; a cual la más peor.

Nikolay era el peor, de nacionalidad rusa, había matado y violado a 5 muchachas, solo cumplido condena diez años porque solo encontraron dos cadáveres. Debía de medir casi dos metros, pelirrojo con barba espesa y ojos negros. Su brazo derecho estaba totalmente tatuado y estaba bien fornido. En cuanto se iba el de la condicional, sacaba de debajo de su cama; cocaína, marihuana, LDS y anfetaminas. No es que yo las consumiera, ni loco. Pero en la cárcel al final aprendías esas cosas.

El segundo más peligroso –de ese apartamento- estaba Oscar un estafador que no había dudado en mancharse las manos de sangre por llenarse los bolsillos de dinero.

Félix era un chico de 25 años que sus amigos traicionaron, robaron a una mujer con tan mala suerte que murió, pero solo cargo con 1 año de pena, los otros seguían encerrados en la cárcel.

Quería pensar que ellos eran peores personas que yo. Quería buscar una justificación a lo que hice. Pero cuando me miraba al espejo solo veía en mi rostro miedo. Actué por miedo. Quería proteger todo aquello que me importaba.

Ni fue mi padre, ni Gregory, ni Félix, ni Nikolay ni Oscar, los que mataron a mi Vera. Sino Yo, Fernando. Quizás los dos primeros encaminaron mi carácter, pero yo tenía la elección de qué camino tomar. Tome el equivocado, porque estaba tan perdido que ni siquiera era yo mismo. Y sabía que eso tampoco era escusa.

Y lo poco que tenía para ser feliz lo destruí. Como todo Soto; me moldearon así, en un mundo de vejaciones, destrucción, pisar primero antes de que te pisen, disparar y preguntar después, - o no-.

El silencio de su sonrisa [Cicatrices #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora