1: Mar Dothraki

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Lo encontraron al tercer día, jalando la puerta de madera que se rompió en las manos morenas del responsable. Se encogió en sí mismo, sabiendo que solo había dos opciones para él; ser asesinado o esclavizado, esto último anudado con la posibilidad de que le confundieran con una mujer y tratasen de violarlo, lo que posiblemente terminaría con él siendo asesinado como si fuera su culpa de que el cerebro de esos salvajes fuese tan pequeño como para asegurarse de que estaban tomando a la persona del sexo correcto.

Levantó la mirada por mero instinto cuando se dio cuenta de que no pasaba nada, y sus ojos verdes se encontraron con unos oscuros como el carbón. Lejos de mostrar miedo, le desafió con la mirada, como si estuviese tentando al otro a matarlo de una vez, pero el Dothraki* no se movió ni pareció enojado, simplemente lo analizó con la mirada atentamente, permitiéndole a su vez hacer lo mismo, mirando su piel bronceada por el sol, sus ojos afilados e intimidantes, su cabello largo, aceitado y en una trenza llena de pequeñas campanillas; su cuerpo fuerte, surcado por cicatrices y por una pintura azulada que contrastaba con su piel y aunque no era demasiado alto, lo fornido de su cuerpo lo nivelaba perfectamente.

Ninguno de los dos se dio cuenta en principio de la llegada de otro compañero del hombre frente a él, sino hasta que intentó lanzarse encima de él, impedido por el primer hombre, que lo agarró por el hombro y susurró unas palabras en un gutural idioma, recibiendo una reacción muy agresiva por parte del otro, que le doblaba en altura, pero que no fue en absoluto rival para él, que sacó su arma, el Arakh* si no mal recordaba, y rebanó el cuello del otro sin siquiera dudarlo, empujándolo con el codo e ignorado el gorjeo que hizo tratando de hablar mientras se desangraba, limpiando su arma con indiferencia y luego tendiéndole la mano.

— Conmigo –dijo secamente, con dificultad. Yuri le observó con duda, sabiendo bien como podría terminar eso, pero se sentía como una polilla atraída por la luz, y cuando se dio cuenta, su mano estaba sobre la de él, grande y morena, sacándolo de la choza donde se encontraba.

Entrecerró los ojos al recibir el sol de frente, mirando alrededor, notando con cierta desazón los cadáveres apilados, la sangre esparcida por todo el lugar, algunas casas en llamas, o medio destruidas, los Dothraki tomando todo lo que habían saqueado y preparándose para irse, cosa que provocó cierto acceso de terror, ¿qué iban a hacer con él? Otro de aquellos hombres se le acercó, de rostro menos exótico, ojos grandes y azules, piel más morena que el hombre que le sujetaba y más alto, quien lo evaluó con rapidez sin la hostilidad del que se encontraba muerto en el suelo de la choza y miró a su captor, hablando rápidamente en el idioma con los que aquellos barbaros se comunicaban, recibiendo respuestas que tampoco entendió. El más alto le miró, con una sonrisa.

— Eres la única persona que ha llamado la atención de Otabek, pequeño. Siéntete afortunado. —Yurio le miró, sorprendido de que supiera el idioma común y lo hablara tan bien, sabiendo que el comportamiento más lógico sería quedarse callado y no responder nada, su temperamento se adelantó, apretando los labios y dedicándole una fea mirada.

— No soy ningún pequeño, tengo dieciséis. –bufó antes de llevarse una mano a la boca. Maldición, aquello podía costarle la cabeza, pero el otro se rio, como si estuviese complacido ante esa respuesta.

— ¡De verdad que eres interesante, gatito! Mi nombre es JJ. Si necesitas comunicarte con Otabek con algo más que con señas, solo dime. –le revolvió el cabello y se marchó trotando, dejando al rubio indignado, antes de darse cuenta de que de nuevo estaba solo con...

— ¿Otabek? –preguntó, mirándolo. El nombrado le devolvió la mirada y asintió, sin soltar su mano.

— ¿Nombre? –preguntó a su vez, en aquel tono dificultoso y gutural, y aunque era una sola palabra, él le entendió.

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