Parte 1

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UN SILENCIO MÁS

Alan T.

Cuando se acercaba a la ventana por la acera, escuchó que la escena se repetía nuevamente, así que decidió esperar fuera. Los gritos de su madre siempre le habían molestado, no le gustaba que los vecinos se enteraran de sus problemas familiares, pero ya era demasiado tarde.

Tampoco es que la culpara, su hermano no dejaba de causar problemas y eso lo molestaba aún más, pero jamás se metía en las discusiones, o no lo había hecho hasta ese día. La situación se estaba poniendo realmente violenta allí dentro, y tenía demasiado frío.

Apenas estaba entrando la primavera, y a pesar de la oscuridad de la noche, la tenue luz, de la pequeña farola que tenían en la puerta dejaba ver el vaho de su aliento perderse calle abajo, corriendo junto a la floja brisa helada que pasaba. Esperó unos minutos más, y entró con tal desgana que el olor del incienso de fresa lo puso de mal humor.

 Su madre estaba llorando en su habitación, su hermano parecía estar arrojando cosas. Encontró a su hermana pequeña sentada frente al televisor, con las luces apagadas; veía caricaturas.

Se acercó a ella por detrás, la niña no notó su presencia hasta que le preguntó que veía y volteó con sobresalto, estaba nerviosa. Lo miró con esos hermosos ojos color caramelo que tanto le gustaban, enrojecidos de llorar, al identificarlo sonrió y le apretó la cara con sus manos, besándole la mejilla.

–¡Hola!, ¿Por qué demoraste tanto? Otra vez pelean...

Terminó de pronunciar sus últimas palabras a la vez que bajaba la cabeza, Alena tenía apenas cinco años, cinco tortuosos años con aquella familia, donde la única persona que parecía saber de su existencia era su hermano mayor.

–Estaba buscando algo para tí, ¿hace mucho discuten?

Preguntó, sacando algo del bolsillo de su chaqueta.

–Ten, ¿ya cenaste? Es el postre –, dijo, y le dio un bizcocho envuelto en papel.

–¡Gracias! Si, esperaba que llegaras para que me lleves a la cama.

Estaba descalza y tenía frío.

–Hace rato lo trajo la policía...

La pequeña se sentía en un campo de guerra, temía, temía que le hicieran daño en su propia casa, por cosas que no tenían ninguna relación con ella.

–Está bien, vamos.

Le dijo y la levantó en brazos. Su cuarto, que también era el de la pequeña y su hermano, quedaba al final del pasillo pasando el de su madre, no se detuvo, apenas dio un rápido vistazo. Estaba arrodillada frente a la cama llorando.

Llegó a su cuarto y vio que su hermano estaba metiendo ropas en su mochila, con mucha violencia, pasó junto a él y pudo sentir el olor a alcohol que emanaba, igual que la rabia injustificada que sentía. Esa rabia estúpida de creer que tenía razón y el derecho a estar enojado. Dejó a la pequeña en la cama, la arropó y le dio un beso en la mejilla.

–Descansa.

Se sentó en su cama, que estaba junto a la de la pequeña y esperó a que su hermano terminara su rabieta, buscó bajo la almohada un libro, Los placeres del condenado, y empezó a leer tranquilamente.

 Cinco o diez minutos después, su hermano salió con su mochila muy deprisa, a la vez que pateó la casita de muñecas de su hermana, que se encontraba cerca de la puerta, Alena no pudo evitar girarse para ver qué había sido aquel ruido, y al enterarse soltó un sollozo que penetró en él tan agudo, que sintió cómo llegaba hasta su pecho y atravesaba su corazón rasgando un poco más. Eso no fue de su agrado, se levantó y empezó a caminar muy despacio hasta la puerta.

Un silencio más. #PGP2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora