Capítulo 2

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El suelo estaba tan minado con cuerpos que me fue imposible transitarlo sin pararme sobre algunas manos. Escuchar sus quejas me devolvió un poco de serenidad al saber que no estaban muertos. Cornelio me guió hasta la puerta por la que había salido, justo detrás del escenario. Dentro había un escritorio de cemento y sillas tambien de cemento pegadas al suelo, que a su vez era de cemento. El sitio no me dio miedo, solo una sensación de haber perdido las ganas de vivir. Cornelio se sentó y me invitó a hacer lo mismo señalándome con sus manos una silla, en ese momento noté que sus extremidades no eran gordas, como las del chofer. Me miró sin decirme nada, con un rostro inquisitivo. Cuando quise decir algo me interrumpió y me dijo: <<¿No sabes cantar? No, no me contestes, no tengo porqué meterme en esos asuntos. Es verdad que el gran líder nos enseña a no forzar a nadie, pero... por lo menos hubieras movido los labios>>. Le expliqué que no conocía las canciones y que si lo hubiera hecho sin duda habría cantado, pero no me creyó. <<Mira, Pertafás, te voy a ser sincero, no me gusta que estés aquí. Te me haces una persona feliz y estúpida; los dos vicios más grandes de la vida humana. Pero si ha sido la voluntad del gran líder guiarte a nosotros, por algo será. Uno no es nada, ni para juzgar, ni para nada. En fin, te voy a perdonar esta sesión, pero quiero que para la próxima te aprendas todas las canciones. No es una amenaza, aquí a nadie se le obliga a nada. Pero..., todo tiene sus consecuencias>> Sus amenazas me importaban un pepino, si nadie me informaba de ella estaba preparado para denunciarlos a la policía en ese mismo instante. Luego de haberme dicho todo eso, bajó a buscar algo en un cajón de cemento que reposaba a sus pies y salió con una carta. <<Esto es tuyo>> me dijo, pero cuando la agarré no me la dio, la sostuvo con más fuerza y dijo: <<Apréndete las canciones, por favor>>, yo le dije que sí y por fin soltó la carta.

Según decía ahí, ella me la había enviado ese mismo día porque de una manera que no se concretaba, su madre le había avisado que yo iría. La carta, usando una figura anónima, me contaba que había sido escogida para una misión de concientización en un pueblo cercano y que volvería en pocos días, dependiendo de la voluntad de salvarse de esas personas, lo cual no me consoló en lo más mínimo, ni me dio prueba alguna de que estuviera viva. Leer la carta fue lo primero que hice, no me fijé en lo que había encima de mi cama, ni en quién era mi compañero. Luego de haberla leído, la guardé debajo de mi almohada, muy fina por cierto, y vi la ropa que había a un costado. Solo dos cambios de ropa para los días que tocara estar ahí; además de diminuta, vieja. Maldije al viento, lleno de impotencia, lo que alertó la simpatía de mi compañero. <<Hermano, ¿qué le sucede?>> me dijo amablemente, <<No se preocupe, no es nada, hermano... mire, ¿usted piensa que voy a poder entrar en esta tontería?>>, soltó una breve risa y me contestó, <<Hermano, con justa razón se enoja, pero acuérdese que incluso eso, por muy pequeño que sea, es más de lo que merece>>, <<¿Cómo va a ser? Si me cobraron porque se suponía que tenían que darme todo>>, <<No, hermano, en eso se equivoca, usted no merece nada. Su dinero no es realmente suyo, es solo un préstamo de la eternidad. Cuando se lo quitan usted no pierde nada; y por eso tampoco puede exigir algo a cambio>>. Porque estaba muy cansado y no tenía ánimos de discutir con personas adoctrinadas, le di la razón y me di la vuelta. No se veía mal tipo, por muy cerrado de mente que fuera; su rostro era amable, y su edad avanzada lo hacía parecer sabio. <<Venga>> me dijo al rato. Me di la vuelta y vi que me ofrecía un pantalón jean raído y una camisa color blanco que parecían de mi talla. Tal gesto me hizo reprocharme el haber pensado que todos eran unos ilusos. Acepté su obsequio y le di las gracias. Mi satisfacción duró muy poco, pues cuando las luces se apagaron quedé a solas con mis preocupaciones. Me revolví en pensamientos dañinos por más de una hora, analizando los peores escenarios y aumentándole desgracias. Cuando se agotaron las malas ideas, brotó un indicio de que a lo mejor solo era mi imaginación la que exageraba las cosas. No tenía ninguna seguridad de que la carta fuese mentira, o de que ella estuviera en peligro. Como estaba muy cansado todo me pareció verdadero y me dormí.

Advertí que corrían afuera y desperté pensando que algo se quemaba. Resultó que no era más que el llamado a la segunda sesión de rezos, anunciada por una campana que molestaba como un mosquito dando vueltas en el oído. El agotamiento dio pasó a la frustración; esta, a la rabia. Considero que el derecho de poder dormir es sagrado. Ella lo sabía, si se me privaba del descanso mi ánimo se volvía explosivo y decía imprudencias como la que hizo que se resintiera conmigo. Como lo expliqué anteriormente, me sentía culpable y en parte eso fue lo que me hizo seguirla hasta ese lugar. Bien hubiera podido esperarla, como siempre lo hacía, pero esta vez ella se había ido por mi culpa. Para distraerme del insoportable ruido, me dio por recordar. Me acordé que cuando nos conocimos, apenas quedamos solos, me tomó la mano delicadamente, con la ternura de un secreto, se acercó a mi oído y me susurró algo muy similar a las canciones que había escuchado; el recuerdo, debido a que ese día había tomado más de la cuenta, era poco claro, no obstante estaba seguro de que luego me invitó a una reunión para salvarme de la mentira de la felicidad. Después no la vi por unos días. Estuve preguntando constantemente por ella a Julia, la amiga que nos presentó, hostigándola al punto de que tuvo que mentirme y decirme que se había mudado a otro país. Como ese día no había tomado me acuerdo claramente que sentí al futuro cristalizarse en un camino a la melancolía; la noticia de haber alcanzado mi maestría con honores se hacía un pelota de lodo inservible comparada con perderla, a esa mujer que había visto unos días antes, una sola vez, en un bar oscuro, alcoholizado, que había querido convertirme a un culto; esa mujer maravillosa que necesitaba en mi vida. La pobre Julia no supo lo que hacía, pues en lugar de disuadirme me motivó y comencé a indagar mas vehemente para que me diera su dirección o por lo menos un número de contacto. Ya estaba preparado para salir a dar la vuelta al mundo y buscarla. Una hora después me llamó y dijo que se había tenido que ir a una reunión, pero que Julia le había pedido de favor que me llamara. Desde ese día no me volvió a comentar sobre sus creencias, ni intentó nuevamente "salvarme de la mentira de la felicidad", fue como si de repente se desanimara. Solo hacía referencia a ello cuando tenía que irse a una reunión, lo cual no me preocupaba, pues desde el principio fue algo que asumí propio de ella, como el lunar en su rodilla.

Me vestí con la ropa que mi compañero me había regalado. Lo hice despacio, por la fatiga, y sin detenerme, por las ganas de salir a reventarle la campanilla en la cabeza a quien la estuviera haciendo sonar. Dejé de escuchar los pasos, pero el sonido del campanillazo se hizo más fuerte. Abrí la puerta de la casita y me encontré al campanillero esperándome. <<Hermano, no se puede demorar así, no ve que la mano se me cansa>>, dijo como si eso fuera a despertarme simpatía. El campanillero se veía diferente; no era pequeño, ni con las manos hinchadas, era más bien una persona de aspecto normal, lo que en ese contexto lo hacía ver extraño. <<Pero hermano, no es necesario que haga tanto ruido. Con una sola vez basta y sobra; ni que fuera sordo>>, le dije disuadido de los insultos que tenía planeados; sus facciones y maneras traslucían ingenuidad, no malicia. <<Mire, hermano, si de mí dependiera fuera otra cosa, pero aquí estamos para obedecer, no para mandar. Si a usted le molesta me apena mucho, pero conmigo no se ensañe. Y vamos yendo, que el gran líder no se va a curar con nosotros conversando>> Su respuesta fue menos amable de lo que esperaba, incluso grosera, pero como quería terminar lo antes posible lo seguí al templo. <<Hasta que te has dignado en aparecer>>, gritó Cornelio cuando crucé la puerta, <<Si tanto te molesta venir a orar mejor te hubieras quedado dormido. Cuando uno viene al templo debe ser porque conoce que es la única forma de rendirle tributo al gran líder y de que le eternidad escuche sus palabras de ruego>> prosiguió a decir. La oferta era muy tentadora, de manera que me di media vuelta y empecé a caminar hacia la puerta. <<¡Cierra esa puerta!>> aulló al campanero, que obedeció bloqueándome el paso y trabando la puerta con seguro. <<Hermanos, la eternidad, en su inmensa sabiduría, ha enfermado a nuestro gran y amado líder; con esto, lo único que ha logrado es castigarnos. Sí, hermanos, la enfermedad del gran líder es culpa nuestra. Ha sido la falsa alegría, el pecado de la soberbia y la falta de penitencia lo que ha hecho que la eternidad enferme al gran líder para castigarnos. Siéntanse culpables, pues lo son. Llénense de vergüenza, de reproches, condenen sus acciones y sufran; oh, hermanos, sufran cuanto se pueda sufrir. Se lo merecen, todo el sufrimiento es su castigo por desobedientes. Oremos y suframos por la salud del gran líder. Empecemos, hermanos>>.

Mientras cantaban nadie me miraba, por lo menos nocuando yo los veía, sin embargo, en los intervalos que el sueño me hacía cerrarlos ojos por unos momentos podía sentir sus miradas clavadas en mi boca,esperando a ver si se movían o no. Balbuceé incoherencias por una hora tratandode imitar sus cantos. Luego de las canciones, Cornelio se fue a su oficina ypensé que nos mandarían a dormir, pero saltó alguien y dijo que era momento deorar. Las luces se apagaron. Me senté, cerré los ojos y me dormí.    

Para no morir quemadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora