Capítulo 2

11 2 3
                                    

Me juré a mi misma no mostrar debilidad, no ilusionarme cuando volviera a poner un pie en aquella casa, aquella de la cual me alejé kilómetros y kilómetros; esta casa, esta casa en la que me encuentro en la entrada. Me resulta imposible. Miles de recuerdos me abruman de golpe. Su mirada, clavada en la mía, muestra mil y una emociones: asombro, ternura, e incluso me parece ver algo de…¿cariño, amor?, pero deben de ser imaginaciones mías, ya que, alguien como él, nunca aprendió a amar.

-Ha pasado mucho tiempo, Malía- dice mientras una sonrisa se expande en sus labios.

-Sí, lo sé-para ser exactos 2 años, 3 meses y 5 días, pero eso él no lo sabrá. No sabrá que he estado esperando este momento durante todos estos meses, que se dice pronto.

-Estás muy cambiada- y otra vez me parece ver esa expresión en su mirada, le queda bien. Vuelvo a convencerme de que es mentira, creo que la emoción del momento me ha jugado una mala pasada.

-La gente cambia-digo sonando algo borde-Sobre todo cuando alguien que quieres se va. Cuando le pediste, le suplicaste incluso, que no te olvidara, que intentara conocerte, que eras más que un cuerpo y una cara bonita-me mira con los ojos como platos-. Definitivamente, la gente cambia.

Al escuchar mis duras palabras su expresión cambia, es todo un poema. El dolor aparece reflejado en sus ojos, esos ojos marrones que un día me tenían locamente enamorada, se tiñen de negro al escuchar mis duras palabras.

Salgo de aquel lugar que tantas emociones me causó porque, si me quedo un minuto más, no seré capaz de resistirlo. Le di a elegir, le rogué que no se alejara… pero decidió no hacerme caso, que no merecía la pena, y así me perdió.

Creí que soltar todo lo que llevaba dentro me iba a hacer sentir una euforia infinita, pero me ocurre todo lo contrario, noto un vacío en el pecho que hasta me duele. No logro sacarme de la cabeza esos ojazos marrones.

Han pasado dos semanas, dos semanas en las que el vacío ha desaparecido y solo queda rencor. Todo este tiempo he estado vagueando, no lo voy a negar, pero mi entrenador ya ha conseguido a alguien que lo sustituya en su trabajo. Estamos a lunes, 16.30 de la tarde y acabo de tener una reunión con mi nuevo preparador físico. No soy la típica modelo que mide lo que come y se pasa las horas en el gimnasio para quemar las calorías de más, pero sí que me cuido. Jaime me a comentado que tendré un compañero con el cual entrenaré todos los días, ya que ambos preparamientos tienen mucho que ver.

Es pronto, pero me han dicho que el gimnasio se llena rápido, así que después de hablar con Jaime sobre mi rutina un poco más, me adueño de una cinta. Dicen que cuando haces algo malo, el karma te lo devuelve. Bien, pues yo he tenido que hace algo extremadamente horrible para que el universo esté tan en mi contra, y no me refiero al haberme dejado los cascos en casa, no, hablo de la razón por la que casi me caigo de morros mientras corro, y esa razón está justo delante de mí.

-Malía, te presento a Eric Pasquarelli. Será tu compañero de entrenamiento, así que a partir de este momento entrenareis juntos. Cualquier duda que tengáis,  consultadme sin ningún problema.-dice mientras se aleja de nosotros, ajeno a la cara de pasmarote que se me queda. Me entran ganas de pegarle al Jaime este. Pobre, no sabe en qué marrón me acaba de meter con esa simple frase.

-Parece que el destino vuelve a unirnos-a Eric se le enciende una enorme sonrisa socarrona en los labios.

Hago uso de toda mi fuerza de voluntad para no tirarle la botella de agua a la cara. Anda que no había gente en todo el gimnasio para que mi compañero de entrenamiento tuviera que ser precisamente él. Geniaaaal.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 09, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Ahora lloras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora