Capítulo 2.

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Tomé uno de los cuantos bolsos que estaban apilados al lado de la puerta principal y me lo coloqué bajo el brazo derecho, salí de la casa, siguiendo el camino que había hecho unas cuantas veces, es decir, hasta el baúl del auto. Lo lancé a duras penas dentro de este, ya que a diferencia de chicos con abdominales, bíceps, tríceps y todas esas mierdas, yo carecía de fuerza. Obviamente que esto era por falta de ejercicio, pero me da igual, soy feliz así.

Miles me dió unas cuantas palmaditas en la espalda, como si eso me reconfortara y luego dejó una valija dentro del baúl. Se limpió el sudor de la frente, hoy hacía un calor abundante en la ciudad, algo peculiar en Auckland, ya que el clima se mantiene normalmente estable, ni mucho calor, ni mucho frío.

-Ánimo.- Aplaudió unas cuantas veces con una amplia sonrisa en el rostro.- Falta poco, pequeño saltamontes.- Dió saltos frente a mí enérgicamente, para luego ir por más cosas.

Miré la punta de mi calzado blanco, el cuál ya estaba más bien gris por la falta de limpieza y me paré a pensar si en este preciso instante habría alguien aún más desafortunado que yo. Inspiré ondo, llevé mis manos a la nuca y luego las dejé caer, frustrado. Fruncí los labios, debatiéndome seriamente en mí cabeza las tremendas ganas que sentía de llevar el equipaje de Miles de regreso a dentro, cerrarlo todo bajo llaves y obligarlo a quedarse. Ganas no me faltaban, eso lo tengo por seguro.

Perdí la cuenta de los minutos que estuve allí parado, pero pronto me recuperé, al sentir una buena patada en el culo.

-Al menos trae el último.- Se cruzó de brazos, ofendido. Bufé.- Esto recién es el comienzo, hermanito. Imagina cuando tengas que cambiarle los paña..- Gruñí, antes de que él termine la frase, comencé con mi trabajo, otra vez.

Lancé con fuerza lo último del equipaje hacia su pecho, haciéndolo tambalear hacia atrás. Lo colocó junto a lo demás y cerró el baúl, exhausto de tantas vueltas. Se limpió el sudor de sus manos con la camiseta gris que llevaba puesta.

-Debería despedirme.- Habló despacio.- Mándame fotos de Max, ¿si?- Asentí, inseguro, ya que mi celular funcionaba cuando quería, era hora de cambiarlo.- Si llega a haber algún problema llámame y veré que puedo hacer, si necesitan ayuda le dicen a mamá, ya sabes que ella no tiene problema en venir un rato.- Volví a asentir, rogando que cierre su boca.- Puedes recurrir a Susan como segunda opción, pero recuerda que ella y mamá estarán a tu disposición sólo esta semana, ya que se van juntas a un viaje organizado por vaya a saber quién.- Puse mis ojos en blanco y creo que lo notó, ya que me miró de una manera no muy bonita.- Adiós.- Me dió un corto abrazo y subió al automóvil.

Se oyó un rugido del motor y a continuación, comenzó a avanzar lentamente, como si no quisiera abandonar su lugar, hasta desaparecer por el camino. Ese maldito coche sería la mismísima alegría en persona para mí, cuando lo viera estacionado frente al garaje y con mi hermano arriba, listo para volver a su trabajo de padre.

Una vez en la sala, me dediqué a prestar toda mi atención en la consola y el mando que me conectaba a ella, el cuál tenía en manos. Mis dedos se deslizaban agilmente sobre los botones, como si supieran qué hacer sin que yo se los dijese. Supongo que estaban acostumbrados, ya que normalmente es lo que hago todo el día.

Mi celular vibró, por lo cuál esperé a terminar la partida para poder ver qué sucedía. Habían dos opciones; se apagó de lo loco que está o vibró sólo por su antojo.

Me sorprendió ver que en realidad se trataba de un mensaje de Samay, el cuál sólo rezaba un "Sal de casa.". Cansado de decirles que toquen la puerta en vez de enviarme textos, me levanté con pereza del sillón, estiré mis músculos e hice lo que Samay me ordenó.

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⏰ Última actualización: Feb 20, 2017 ⏰

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Nick RiceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora