Caza menor

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  Mi mente interioriza el traqueteo del metro hasta empezar a percibirlo como casi musical. Debería comprarme unos auriculares mejores, estos me aprietan las orejas. Me encuentro de pie en un vagón a rebosar. Vamos hacia el centro de Boston y a mi alrededor no dejo de escuchar los planes de visita de los turistas. Siempre me he preguntado que tendrá Boston.

  Estoy despierto, pero entorno los ojos levemente para no parecer una amenaza. No estoy escuchando nada, necesito estar concentrado. El tren reduce la velocidad hasta detenerse. Un par de personas salen del vagón pero son muchas mas las que entran. Veo un par de oficinistas entrar con sus maletines de persona importante y un cafe de starbucks en la mano. Después de mucho tiempo recorriendo estas lineas de metro he llegado a la conclusión de que a la gente con traje y a los estudiantes mimados no les dejan tener cafetera en su puñetera casa como al resto de los mortales. Entran también lo que parecem ser cuatro trabajadores mas humildes (de esos que si pueden tener cafetera y no les hace falta gastar diez dolares al dia en "frapuchinos"), un chaval con pinta de tener el dia libre y unos cinco turistas. Una pareja de franceses se coloca enfrente mia con un mapa de la ciudad ¿Por que los turistas se comportan como si no existiese google maps?

  Las puertas se cierran precedidas por el leve gemido de su sistema hidraúlico y el tren vuelve a ponerse en marcha. Los nuevos ocupantes del vagón se acomodan como pueden mientras yo analizo a la pareja francesa con un par de ojeadas. Me gusta esta parte del vagón porque no hay asientos a los laterales, lo que significa que no hay tantos ojos de los que preocuparse. Un inesperado giro a la izquierda hace que todos perdamos el equilibrio por un segundo y mi hombro choca levemente con la espalda del hombre frances, quien casi suelta el mapa para evitar que su chica se caiga.

  He terminado mi trabajo. Me bajo en la siguiente estación junto con una mujer mayor que me dedica una mirada desprobatoria y un cabeceo negativo una vez estamos en el andén. Me conoce. Pero no dirá nada.  Lo se porque se parece mas a mi de lo que le gustaría admitir. Yo tambien sé quien es. De todas maneras procuro ir en sentido contrario a ella, solo por precaución.

  Salgo de la estación por una puerta giratoria y el sol matinal me saluda desde el este. Me alejo un poco para asegurarme de que ninguna cámara me está grabando y saco una cartera de piel del bolsillo de mi chaqueta. Saco el DNI frances y lo tiro a la papelera. Dentro hay casi cuatrocientos dolares en efectivo y tres tarjetas de crédito, asi como una foto de una mujer que no se parece en nada a la que estaba en el metro. Seguro que cree que su marido está en Boston "viaje de negocios". En fin, no es mi problema. Las tarjetas a mi no me sirven de nada, pero si me doy prisa puedo venderselas a Raul o a Jonah. Dedico unos segundos a ubicarme y decido que Raul es una mejor opción. Corro hacia su apartamento. Las tarjetas se anulan rápido una vez sabes que las has perdido. En menos de cinco minutos estoy llamando al timbre. Me responde una voz rasposa y algo cansada. Se ve que alguien se paso con las cervezas anoche.
  -¿Quien es?
  -Tu pan de cada dia.
  -Joder. ¿Por que no trabajareis mas tarde?... Empuja.
  Suena un pitido y la puerta se desbloquea. El vestíbulo es pequeño y no esta tan limpio como debería. La mayoría de la gente no entendería por que Raul vive en un sitio así cuando podría permitirse un piso de lujo en pleno centro urbano. El ascensor lleva roto mas tiempo del que puedo recordar asi que subo por las escaleras hasta el tercer rellano, donde me recibe mi comprador en bata. Raul es un hombre de esos que no están gordos pero que se nota que no hacen ejercicio. Tiene la cara redonda aunque lo disimula con una barba descuidada de dos semanas.
  Saco las tarjetas de mi bolsillo y se las muestro mientras recorro los últimos pasos que nos separan.
  -Dos visas y una mastercard. Francesas, de hace menos de diez minutos.
  Me las coge de la mano y las examina una por una.
  -Vale, ¿como quieres que lo hagamos?-me pregunta. Con Raul hay dos opciones cuando le vendes tarjetas. Puedes recibir cien dolares por cada una al instante o puedes esperar a que las vacie (lo que supone un riesgo ya que ninguno de los dos puede saber si las habrán anulado ya) y llevarte el diez por ciento del botín.
  -Me arriesgaré.- decido.
  -Así me gusta.- contesta el con una sonrrisa antes de guiarme al interior de su piso.
  Os preguntareis por que Raul nos ofrece opciones cuando para el sería mas fácil comprovar que la tarjeta no está anulada y ofrecerte cien pavos sin mas. Bueno, supongo que en parte lo hace para que la gente vaya a el en vez de a Jonah. Pero la verdad es que, en un trabajo tan lucrativo, simplemente puedes permitirte cierta dosis de diversión. Es una de esas cosas que nadie entiende hasta que le pasa y entonces todo lo que antes veias absurdo tiene sentido. Como empezar a fumar, supongo.

  La primera habitación que vemos al entrar es el salón, iluminado por la escasa luz que se cuela a través de las persianas. Raul me hace tomar asiento en uno de los sus viejos sofás mientras busca su portatil. Aparte de los sofás, una mesita de café de cristal, una tele y un par de sillas completan el moviliario de la habitación. Un bowll de cereales a medio comer descansa enfrente mia, en la mesita de café.
  A los pocos segundos mi compañero vuelve, deja el portatil al lado de los cereales y se sienta conmigo en el sofá.
  -Veamos que tienes.- Dice conectando una especie de lector de tarjetas casero al ordenador.
  Hay algo hipnótico en ver trabajar a Raul. El ritmo de las teclas simplemente te absorve. Como cuando escuchas una canción que no sabes que tiene, pero lo tiene.
  Al minuto empieza a colocar una por una las tarjetas encima del lector y después de unos instantes se detiene y me mira.
  -No están anuladas.De la mastercard puedo sacar cuatro mil. La primera visa estaba a cero, la segunda tenia dos mil doscientos.
  Decidimos no ser del todo desconsiderados (aunque en realidad deberíamos, después de todo asi es el negocio pero, en fin) y les dejamos doscientos dolares en la visa. Una vez  cubierta su huella y tras haber repartido el dinero por su laberinto de cuentas fantasma, Raul vuelve a dejarme solo en la habitación antes de volver con mi diez por ciento. Seiscientos dólares en efectivo, enrrollados en fajos de trescientos.
  Ha sido un dia de lo mas productivo. Normalmente habría tardado mas de una semana en conseguir un beneficio como el de hoy. Me he ganado un par de dias libres, está claro.

  Después de despedirme de Raul me guardo el dinero donde estoy seguro de que no podrán robármelo y decido volver a casa caminando. Aprovecho estos paseos para escuchar música de verdad y para reflexionar sobre lo ruín que es mi trabajo. Al principio solía ponerme excusas para no sentirme mal. Que si yo lo necesitaba mas que la persona que lo tenía, que si los políticos son peores, bla bla bla. Palabrería barata (como la de los políticos, me repetía). Pero una parte de mi sabía que solo eran eso, excusas. Al final aprendí a vivir con ello, sin mas. No se exactamente cuando me acostumbré y lo cierto es que no espero que lo entendais. Es como empezar a fumar, supongo.
 
 
 

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2017 ⏰

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