Parte III

47 4 0
                                    

Se veía a sí misma en otro lugar, un paisaje imposible, irreal. Recordaba el cielo verdoso que ocupaba sus días y lo purpúreo que era de noche. Las lunas, aquellas cinco que adornaban el cielo, y la más grande de ellas, una de rojo intenso que admiraba desde la orilla de un lago agua brillante. El tercer aro de su oreja comenzó a teñirse de amarillo lentamente, mientras su mente seguía divagando en aquello parajes que aparecían uno tras otro ante sus ojos. Las flores púrpuras eran sus favoritas, porque ella adoraba el color que tomaba su cielo cuando anochecía, todo parecía más bello entonces. Aquellas crecían en la base de un torrente de agua. Alguien de cabello castaño y piel azul trató de tomar una, pero sus pies habían resbalado y terminó por caer al agua. Ella había reído, incluso oía su propia risa, pero luego lo había besado en los labios por el intento, pues había logrado conseguir una aunque ésta no quedara en tan buen estado luego de mojarse. Sus ojos azules la miraban confundido, y ella había vuelto a reír y lo había vuelto a besar, dejando caer la flor purpúrea a sus pies.

El cuarto aro comenzó a tornarse de un opaco naranja apenas aquellos recuerdos dieron paso a otros. La luna roja estaba de fondo, ellos estaban en la orilla del lago, bajo un árbol, y ella colgaba de una de las ramas, porque le gustaba mantenerse suspendida en el aire como si flotara, y le gustaba caer siempre que hubiera alguien que la atrapara. Siempre lo había, porque él siempre estaba con ella. En aquella ocasión él le dio un regalo especial, uno que no se le daba a cualquier persona, porque si se los dabas a alguien, ese alguien era especial. Cinco pequeñas piedras blancas y brillantes estaban en su mano, y pronto adornaron su oreja izquierda, tiñéndose cuando cada etapa estuviese completa.

El primero, que se coloraba de azul, simbolizaba la conexión que existía entre aquellos dos seres, la sinceridad para con el otro. El segundo, que se tornaba verde cuando el momento era el indicado, correspondía al crecimiento de ambos, ya no sólo como seres individuales, sino que marcaba el comienzo de un solo ser. El tercero, el amarillo, quería decir que estaban en buen camino, pues sus almas estaban en sintonía. El naranja los premiaba por su resistencia y fortaleza. Y el último, aquel que se tornaba de color rojo en ese preciso momento, marcaba el final del camino, pues eran dos cuerpos que compartían una sola alma.

Era verdad, todo lo que él le había dicho era cierto.

Gwindor se separó de ella sólo para ver con dicha cómo aquel último aro terminaba de teñirse de rojo como la luna más grande que ocupaba los cielos que hace tiempo no veía, desde que dejara su hogar para buscarla a ella. ¡Cuántos planetas había visitado desde entonces! Pero finalmente estaba ahí, la tenía frente a él, y las piedras habían cambiado apenas ella lo recordara. La conexión entre ambos estaba completa, las cinco piedras habían cambiado al color de las cinco lunas que dirigían su propio planeta.

Cuando ella lo vio directamente a los ojos, le pareció otra vez verlo con su piel azul, mas en esta ocasión aquello no le causó espanto. Su propia piel también estaba tan azul como sus ojos. Entre ambos apareció una flor de color púrpura y múltiples pétalos. Pequeños vestigios dorados comenzaron a flotar en el aire, en un paisaje que no era el de ese planeta, pues el cielo se había tornado verde y los árboles eran de diferentes colores, y otra clase de criaturas volaban libremente.

—Esto es... —murmuró ella.

—Nuestra casa —contestó él, todavía sosteniendo la flor entre ambos—. Esto es nuestro hogar, Ánie.

La chica se acercó a él con apuro para rodearle el cuello con sus brazos y besar sus labios como lo hiciera tiempo atrás, dejando caer nuevamente la flor a sus pies. Si abrazarlo se sentía extremadamente bien, el contacto de sus labios era realmente indescriptible.

—Te he extrañado mucho —dijo Ánie—. ¿La guerra...?

—Terminada, para siempre. Podemos volver y nadie podrá separarnos.

Entonces todo volvió a cambiar, volviendo a aquel entorno que ella consideraba normal hasta hace unas horas, al igual que aquel tono rosa de su piel. Ahora estaban recostados bajo la sombra de un árbol, uno junto al otro. Charlaban acerca de lo que harían en cuanto llegaran a su planeta, los lugares a los que irían, las personas que verían. Todo estaba como antes de la guerra, le aseguraba Gwindor. Muchos retornaban.

El cielo era aún más hermoso en el ocaso, juntos podrían contemplarlo sin interrupciones. Ahora las flores púrpuras crecían en muchos lugares, ya no tenía que arriesgarse a bailar entre las rocas mojadas buscando una para obtener una sonrisa de sus labios. Podrían recoger muchas, y los vestigios dorados de las vidas pasadas se congregarían a su alrededor cada vez que sus ojos se conectaran, pues era su destino estar juntos así como lo hicieron quienes vivieron antes que ellos.

No muy lejos de ahí, dos amigas veían con placer como las cosas habían resultado bien para su viejo amigo. La guerra que azotó su planeta natal había sido dura, ciudades y familias destruidas, almas separadas como aquel par que ahora disfrutaban de la compañía del otro. Nessa era una de ellas, y tendría que esperar  su próxima vida para volver a estar con aquel que compartía su alma. Mientras, se alegraba de quienes tuvieran la dicha de estar juntos. Y esperaba.

—No tardó mucho en recordarlo —comentó Nessa, una joven de rasgos hermosos—. Me alegro, Gwindor en un buen chico, son el uno para el otro.

—¿Sabes? También extraño nuestro hogar —le dijo Anárion, pequeña e infantil—. Me gusta la Tierra, pero no hay hogar como nuestro verdadero hogar.

—¿Crees que Dorthonion quiera venir con nosotras? A menudo quería estar luchando la guerra aunque ésta casi acabara con su vida.

—Pero también le gusta mucho la tierra, incluso el nombre que usa acá. —Anárion hizo una mueca—. No lo sé. Quiero volver, mas no sé si él quiera venir conmigo.

—Te regaló las cinco piedras, ¿no? Eso debe querer decir algo. —Ante la incrédula mirada de su amiga, Nessa rió—. ¿Qué? ¿Creías que no lo sabía? —Volvió a mirar al par sobre la hierba—. Lo único que me pregunto es por qué no las usas.

—¿Qué sentido tendría? —replicó la más pequeña—. No estamos en casa.

—Viste lo que pasó allá, ¿no? Nuestra energía sobrepasa la barrera del espacio. —Nessa le dio una mirada reconciliadora, acompañada de una sonrisa burlona—. Además, debes reconocerlo: Nelson es un mejor nombre que Dorthonion.

—Algunos nombres humanos no son tan malos —le concedió Anárion.

Algo sobre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora