Parte I

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Ana estaba con sus amigas en la plaza como cada tarde, disfrutando del viento que las acariciaba en aquellos calurosos días de verano. Por aquel entonces se encontraban en las vacaciones de la universidad, y tanto Ana como sus amigas y otros universitarios disfrutan de poder usar la pensión para estudiantes sin tantas reglas como cuando están en el periodo de clases, y es que durante época estival a algunos alumnos les pagaban mientras que los encargados estaban de vacaciones para que ellos se hicieran cargo de que la casona. Como ella provenía de otro país, contaba además con algunos privilegios por ser extranjera, como lo era el tener una habitación propia, mientras que Julia y Emilia, por el contrario, compartían una.

Julia es de estatura promedio y rostro hermoso, piel morocha y ojos negros de gitana, de rasgos finos y cierta gracia al caminar. Emilia es lo opuesto, pequeña y blanca como un fantasma, de cabello teñido en tantas ocasiones y de tantos colores que ni siquiera ellas recuerdan cuál es el color real, y que por esos meses lo conserva corto como una melena de un rubio gastado con toques de verde; es bastante infantil aunque con un buen corazón. Comparada con ella Ana es bastante promedio: mantiene su cabello castaño a la altura de sus hombros, su piel no es muy clara ni tampoco muy oscura, aunque sí es la más alta de las tres. Lo único que ella considera la hace sobresalir pequeñamente son los aros que tiene en su oreja izquierda, cinco perforaciones que se hizo en su adolescencia y que lucía orgullosa.

—Ana —la llamó Emilia de pronto, y le señaló una dirección—. Ahí viene Carlos otra vez.

Carlos era su novio hasta hace dos semanas, y es que tuvo la brillante idea de engañarla con otra chica en la misma fiesta y esperar que ella no se diera cuenta. Desde que comenzó a salir con chicos de la universidad siempre ocurría lo mismo, o terminaban peleando porque ella no accedía a tener relaciones con ellos, o la engañaban basándose en el mismo motivo. Ana no era virgen, pero sencillamente sentía cierta aprensión cuando alguien del sexo opuesto se le acercaba demasiado, así que terminaban peleando. Carlos era su quinto novio en los dos años que llevaba de universidad; con ninguno de ellos llegó a pasar mucho más allá de los dos meses, y este último apenas si superó el mes.

—Ana, quiero hablar contigo —dijo el joven en cuanto estuvo frente a ella.

—Pues yo no quiero. —La chica se cruzó de brazos y volteó el columpio en el que estaba sentada.

—Ana, por favor.

—No.

—Aquí vamos de nuevo —dijo Julia, levantándose resignada de su columpio y tomando la muñeca de Emilia—. Ven, vamos a ver a quienes van a entrar a la universidad en tres semanas.

—Escuché que llegaron algunos bastante buenos —le siguió la más pequeña.

Cuando sus amigas se marcharon, Ana seguía dándole la espalda a su ex novio, por lo que éste tuvo que rodearla. Molesta, la chica se levantó y se dispuso a irse, pero él tomó su muñeca y la detuvo. Nuevamente le pidió una oportunidad.

—Ya supéralo, Carlos —bufó ella—. Lo nuestro sencillamente no funcionó.

—Pero yo quiero estar contigo —replicó él, terco.

¡Ánie! —gritó alguien.

—Se nota —ironizó ella, liberando su muñeca. Carlos insistió en acercarse, tanto que podía sentir el aroma de su colonia, una que odiaba por lo demás—. Ya déjame en paz, entiende que no quiero estar contigo, ni tú conmigo, o de lo contrario no me habrías engañado con esa chica.

¡Ánie! —volvieron a gritar, más alto esta vez.

—Estaba borracho, bien lo sabes.

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