Capitulo 9

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Demoró sus dedos sobre mi mejilla y sus ojos en los míos. Se inclinó lentamente y por un momento desvarié con que iba a besarme. Un grito imperioso nos sacó de la inercia: —¡Marti! ¡Martina! ¡Amiga...!

Miré aturdida en dirección a la casa y divisé la inolvidable imagen de Samanta corriendo hacia el coche. El pelo rubio ondeaba detrás de ella en tanto la verja se abría hacia el interior del parque. Destrabé el cinturón de seguridad y me lancé del auto. Troté al encuentro de Sami hasta que tropecé con una raíz y aterricé en el césped aparatosamente. Mi amiga, riendo, se desplomó a mi lado para abrazarme. Así rodamos, a pura carcajada, encimándonos en las preguntas, confesándonos cuánto nos habíamos extrañado. Agotadas, quedamos tendidas de costado, con manos y pupilas unidas en la sonrisa perenne del reencuentro.

—Pensé que no iba a encontrar otro ejemplar como mi mujercita —manifestó en inglés una agradable voz varonil.

Levanté la mirada y me topé con el rostro afable de un hombretón de pelo rojo, al menos diez años y diez centímetros más que el gurka. Me agradó no más verlo. Tendió una mano hacia mí y otra hacia Sami y nos levantó como si fuéramos inmateriales.

—¡Darren! ¡Ella es Marti! —exclamó Samanta.

—Si no me lo decías, no lo hubiera imaginado —dijo con placidez—. Encantado de conocerte, Marti —declaró y me dio un abrazo—. Desde que llegamos Sam me ha deleitado hablándome de ti.

Me causó gracia su declaración: —Querrás decir que te aturdió —enmendé con una sonrisa.

Habíamos pasado del castellano al inglés y supuse que el marido de Sami no hablaba nuestro idioma. Yo me sentía cómoda tanto con una lengua como con la otra. Guille se acercó y abrazó a su hermana: —Hace medio año que no nos vemos, desamorada —la regañó al besarla.

Ella se le colgó del cuello y le dio varios besos: —¡Te los merecés por haber traído a Marti! Y ahora entrá el auto así se refrescan antes del almuerzo.

Entre ellos se hablaban indistintamente en ambos idiomas, cosa que no parecía importarle a Darren. Se nos adelantó y cuando entramos en la casa estaba cerrando el portón automático después de que Guille introdujo su vehículo.

—Dile a Bill que suba las valijas —le indicó Sami—. Yo la acompaño a Marti a su habitación.

Subimos a la planta alta adonde se abrían cinco puertas al pasillo. Recordé la excusa de Guille para no invitar a Noel y no pude evitar una sonrisa. Dejé el bolso sobre la butaca y me volví hacia la entrada del dormitorio. Samanta estaba apoyada sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados y me miraba con atención.

—¡Estás igual, Marti! El tiempo no pasa para vos —afirmó con naturalidad.

—No creas. Si te fijás bien, ha dejado sus huellas sobre mí —alegué.

—No tanto como en mí —torció el gesto—. Debí salir morena como mamá y no rubia como papi. Así Guille estaría un poco más calvo y yo menos ajada —consideró.

—No creo que al Colorado le importe —dije riendo.

—No. ¿Verdad? He sido afortunada, Martina —expresó ilusionada—. Después de dos fracasos creí que la vida en pareja no era para mí. Y apareció Darren para enamorarme y darme la certeza de que podía aspirar a una familia propia. Y vos, Martí, ¿en que andás? —preguntó con vivacidad.

—Noviando desde hace varios años —respondí.

—No parecés muy entusiasmada —juzgó.

—Es que son años... —dije con despreocupación y rogando que no insistiera.

CONFLICTOS DE  AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora