Capitulo 16

0 0 0
                                    

          

No le contesté. Miré sin fingimientos su figura acomodada en postura de yoga, el semblante esperanzado por ese silencio que no otorgaba pero tampoco negaba. Me pregunté por qué no le había dado una respuesta contundente que le extinguiera la ilusión... Supongo que exigía una refutación comprometedora y por el momento no estaba en condiciones de asumirla, de modo que me incorporé e inquirí: —¿Podemos volver, Guille?

Estuvo de pie al instante.

—¿Estás bien? —se interesó.

—Sí. Nada más que un poco cansada —disimulé mi ambigüedad.

Me contempló con inquietud. Su mano apretó mi brazo con delicadeza: —Martina... —murmuró— No quiero que te sientas presionada ni perseguida, querida. Prometo no perturbar tus vacaciones con ninguna alusión que pueda molestarte, ¿vale? —formuló con ansiedad.

—Te tomo la palabra —dije con una sonrisa apagada.

Antes de soltarme, sus ojos me interrogaron. ¡Ah, no, gurka!, pensé. Ni yo sé lo que quiero, ¿cómo decírtelo a vos? Me separé con suavidad y fui a llamar a Sami.

Guille se había vestido cuando llegamos a la camioneta y esperó afuera hasta que estuvimos listas. Fuimos nula compañía para el conductor, adormecidas por el tibio interior del vehículo y la sorda vibración del motor. Entre la bruma del sueño advertí que Guillermo había detenido la camioneta delante de la casa. Se volvió hacia mí y me observó con una expresión que excedía lo puramente amistoso. Presumo que ese fue el comienzo de mi capitulación y no, como supuse en ese momento, por estar debilitada por el letargo sino por lo que leí en su mirada trascendente. El deseo de ser besada me avasalló y él debió leerlo en mi rostro sofocado porque se inclinó para alcanzar mis labios entreabiertos. Cubrió mi boca con la suya como si quisiera devorarme y deslizó su lengua en una caricia que me estremeció como un torbellino. Estaba conmocionada, jamás nadie me había besado con ese poderío que oscurecía mi raciocinio. Reaccioné cuando me encuadró la cara entre las manos apremiado por la pasión.

—¡No! —impugné apartándolo. Y acusé con un mohín de reproche—: Aprovechaste que estaba dormida...

Del estupor pasó a la hilaridad. Apoyó la espalda contra la portezuela y declaró aún risueño: —Sos deliciosa, milady. ¡En todos los aspectos...! —enfatizó.

No quise averiguar a qué otros aspectos se refería porque era obvio que "deliciosa" estaba relacionado con el sentido del gusto; aún así estaba por echarle en cara que esa aclaración podía considerarse una indirecta, cuando irrumpió la voz de Samanta: —¿Llegamos? —preguntó aturdida.

Respingué y sentí que estaba colorada hasta las orejas. ¡Me había olvidado de que ocupaba el asiento de atrás! Rogué porque no nos hubiese escuchado... ¡Ni visto!

—Así es, marmota —confirmó su hermano con celeridad—. Ya pueden bajar y darse una ducha refrescante.

Salí del auto y le abrí la puerta a Sami. Una ojeada me bastó para comprobar que seguía teniendo el sueño pesado. La tironeé de la mano para ayudarla a bajar.

—¡Gracias, amiga! —Rió— ¿Qué te parece despabilarnos con una buena ducha?

—¡Fantástico! —aprobé.

Me desnudé antes de entrar al cuarto de baño y me miré en el espejo grande. Mi piel estaba perdiendo el tono rojo de la insolación y mutando a un saludable cobrizo. Recorrí mi cuerpo minuciosamente, con la atención que pocas veces le prestaba y sentí que bien podía ser deseable para cualquier hombre. Pero yo era algo más que un cuerpo bonito. Tenía inquietudes y deseaba realizarme en alguna actividad que me significara, así como la habían encontrado Noel y Guillermo.

CONFLICTOS DE  AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora