Verdaderamente sensible

38 0 0
                                    

Despierto sobresaltado, sudoroso y con mucho frío, miro hacia la ventana y, anonadado, advierto que aún es de noche.

Me cuesta un poco levantarme del témpano de hielo que tengo por suelo, este invierno ha sido uno de los más frígidos que he experimentado en toda mi vida. Ya de pie, me doy cuenta de que tengo fiebre y que estoy padeciendo un dolor agudo en el abdomen, como si hubiese recibido un descomunal puñetazo. Me apresuro a dirigirme a tientas, en la oscuridad del pasillo, hacia la cocina, a por algo de agua. Estoy verdaderamente sediento y el ambiente no ayuda, se torna seco, impasible, a tal punto, que comienzo a temblar involuntariamente sin poder diferenciar si es por la fiebre o por la congelada atmósfera que me cala hasta los huesos.

Puedo diferenciar en la negrura de la noche, al final del pasillo donde hay un solitario reloj de madera, que son las 3 de la madrugada.

En el viaje a la cocina, tropiezo con la mesa del comedor y empiezo a pensar que sería una buena idea ir a por la linterna, he aprendido a no encender las luces de la casa desde que ocurrió aquello, así, "ellas" no me ven. Busco entre los cajones de la cocina y encuentro la preciada luz que me va a salvar, pero al intentar activarla ilumina con un fulgor deslumbrante para posteriormente apagarse abruptamente en señal de que acaba de quemarse el foco.

-¡Genial...!

Suspiro frustrado y entiendo que tengo que ir a la tienda a por otra linterna, igualmente me anima la idea de salir de casa, me siento mejor fuera que dentro, aunque en la calle también me encuentro a muchas de "ellas".

Me baño, visto y marcho, no sin antes agarrar las llaves y el dinero. Esas putas monedas están muy frías. Abro la puerta y me espera una bocanada de aire fresco que me hace toser de inmediato.

-Creo que voy bien abrigado.

El choque seco de la puerta al cerrarse retumba en toda la callejuela, extrañamente no hay ni una sola alma por estos lares. Por un segundo me da la impresión de que los árboles que antes me hablaban, ahora me observan con ojos vidriosos:

-Pasa de ellos, Lucas, si no miras no están -intento consolarme caminando en dirección contraria a ellos.

Atravieso varias avenidas, no, más bien, muchas avenidas, antes de reparar que todo está totalmente solo, lo único que me acompaña es una terrorífica y alarmante tiniebla:

-¿En qué estás pensando, Lucas? ¡Son las jodidas 3 de la mañana! ¿Qué carajo haces en la calle a mitad de la noche?

Ya no sé qué está pasando en mi cabeza, no puedo seguir con esta paranoia que está quemando la poca cordura que me queda.

-Espera un momento...

Miro hacia el suelo, me parece haber sentido algo subir por mi pierna, algo de muchas patitas y una rapidez envidiable. Con la escasa luz proveniente de una farola, puedo ver que he plantado el pie en el inicio de un pequeño nido de hormigas.

-¡QUÉ HAS HECHO! -grito sin darme cuenta, pero es que...- ¡HAS MATADO A 5 HORMIGAS!

Esto no puede estar pasando, se me entrecorta la respiración, siento mi cabeza pesada y mi vista se nubla. Caigo al suelo de espaldas, sobre el abrigo que de nada sirve para amortiguar el impacto.
Soy un monstruo, he arrebatado la vida de 5 inocentes hormigas, ¿qué dirán ahora sus familiares?¿de qué magnitud inimaginable habrá sido el dolor que les he propinado?
Rompo en llanto y en la calle lo único que se escucha son mis gritos de desconsuelo. ¡Ah!, y también el motor de un coche acercándose a mí.

SensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora