Capítulo único

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'Unas vacaciones nunca caen mal a nadie.' Pensó Yuuri en cuanto entraba al Onsen de su familia en Hasetsu. La temporada había concluido y tendrían al menos unas semanas para relajarse antes de volver a entrenar.

Viktor le propuso a Yuuri tomarse unos días para ayudar a los padres del japonés y descansar un poco en las termas. Habrían estado en modo luna de miel si un imprevisto no hubiera retenido al ruso en su tierra natal. Parecía ser que un pariente cercano al patinador había fallecido y heredó las pocas pertenencias que tenía, las cuales eran unas verdaderas antigüedades. Aunque Viktor se negó a aceptar, de todas maneras tenía que viajar a San Petersburgo a rechazarlo con propiedad después de haber evaluado el fideicomiso que le fue dejado. Ambos decidieron que el pelinegro se adelantaría a Japón, mientras que el otro arreglaba el asunto para después alcanzarlo en la casa de sus padres.
Tal vez, si se apresuraba, podrían pasear juntos en el festival de Tanabata.

Ya se cumplía el tercer día de su llegada a Japón y se sentía con una sensación de vacío sin Viktor a su lado. ¿Cuánto más demoraría el molesto papeleo?
En su última llamada, Viktor le dijo que, entre las cosas que heredó, había encontrado algo que debían ver juntos, el menor sólo dio una afirmativa sin atreverse a pedirle que se apresurara en volver.

Entre suspiros caminaba y ayudaba a su madre, más parecía un robot en automático que un ser humano.
Hiroko sonrió ante el desánimo de su hijo. Ella siempre supo que tanto Viktor como Yuuri eran el uno para el otro.

En medio de sus lamentaciones, Yuuri escuchó como su madre le pedía arreglar el segundo almacén.

En la casa de los señores Katsuki habían dos almacenes uno dentro de la posada y otro que estaba donde el terreno finalizaba, este era una pequeña construcción donde ponían viejos cacharros y objetos familiares que con el tiempo quedaban olvidados.
Yuuri recordaba que la última vez que había limpiado aquél lugar, iba en el último año de preparatoria, ¿qué recuerdos se habrían acumulado todos esos años?
Al abrir la puerta lo que le recibió fue una gruesa cortina de polvo.
— Mamá, ¿Cuándo habrá sido la última vez que se limpió esto? — Se quejó el chico sabiendo que su progenitora no estaba presente.
La duda se resolvió cuando vio las cosas acomodadas exactamente igual a la última vez que había limpiado el lugar solo que con unas cuantas cajas a un lado de la entrada.

Resignado salió de ahí y fue por unos trapos, bolsas y una cubeta de agua para comenzar su tarea.
Para cuando el sol estaba en su punto más alto, se encontraba terminando de barrer el polvo restante para enseguida acomodar las cosas de las cajas que se amontonaron en sus años de ausencia.
Su madre llegó con una jarra de té helado y bocadillos en cuanto el joven se hallaba abriendo la primer caja.

— Ya casi terminas, ¿no es así? — habló la pequeña mujer.

Él murmuró un '' bajito, aún absorto en su trabajo.
Hiroko puso a un lado del patinador la bandeja con los aperitivos y, aún con su eterna sonrisa, regresó a la posada dejando solo a su hijo.

Lo que vio dentro no eran más que libros, cartas y un reloj de bolsillo que parecía ser de oro y que, por alguna extraña razón, se le hacía conocido.
Sacó primero las cartas y el reloj; las misivas no tenían remitente ni destinatario alguno, el papel se había puesto amarillento y se maltrató por el tiempo; el reloj, por otra parte, estaba casi nuevo, como si hubiese sido comprado hace solo unos días.
Luego de unos momentos de dudar, finalmente, abrió el reloj y en la tapa unas iniciales y un mensaje estaban grabados.

"Tu cuerpo hace música, incluso en medio del silencio.
Para: Y. K.
De tu caballero, V. N. N. "

Una vida juntos ||Victuuri||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora