14 de febrero - One Shot

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PoV Sherlock.

Si tuviera que elegir un día del año que realmente odiara, probablemente sería el 14 de febrero. Había intentado borrarlo de mi cerebro incontables veces, pero Londres lo impregnaba en todas partes. Las tiendas se llenaban de aquellas formas que se suponía que se asemejaban a un corazón, aunque claramente aquel órgano no tenía dos curvaturas en su parte superior y una punta en la inferior. ¿A quien se le había ocurrido semejante idiotez? No importa.

En los años precedentes a mi niñez, en cuanto tome conciencia del significado de tal fecha, simplemente me encerraba en mi cuarto, intentando que la estupida decoración no me acechara.

Cuando me volví un joven adulto decidí que era inmaduro de mi parte esconderme simplemente porque había parejas a mi alrededor y mucho color rosa en las vidrieras.

En mis años de universidad probablemente pase el 14 de febrero drogado hasta la médula, pero no termino de recordarlo completamente. Mejor así.

Volví a tomar la costumbre de evitar salir del lugar en el que me estuviera quedando los años siguientes, pero no es como si saliera en general en aquellos días. A veces la fecha llegaba y se iba sin que lo supiera, sumergido en algún caso o en una dosis más controlada de mi estupefaciente favorito. Si lo notaba era porque a los días que le seguían mujeres y hombres aparecían en mi puerta pidiendo mi asistencia son sus parejas, que probablemente los habían engañado en San Valentín. Cada uno de ellos me hacían perder mi valioso tiempo, y eso volvía al 14 aún más odioso para mi.

Entonces conocí a John Watson. Mis acciones y reacciones no cambiaron, pero se sentía diferente. Él salía con una nueva novia cada vez, porque estas jamás duraban más de un mes. Y me sentaba en mi sofá tomando una taza de té, esperando a que volviera. Y me pasaba toda la noche tocando el violín como distracción, aquellas que no lo hacía. Mi comportamiento era inexplicable para mi, pero me dejaba llevar, me llenaba de excusas por las que nadie había preguntado. Pasaba el 15 y probablemente el 16 sin soltar una palabra en todo el día, pero John jamás preguntaba, ni se quejaba. A veces deseaba que lo hiciera.

El primer 14 de febrero después de mi falso suicidio estaba en Alemania, escondido, planeando mi siguiente paso. No le di importancia, porque había problemas más importantes que resolver que un estúpido día en el que se celebrara el amor. ¿Acaso no deberían hacerlo cada día?... Recuerdo haberme hecho esa exacta pregunta, y haberme autoabofeteado al segundo siguiente, por simplemente dedicarle un segundo en mi cerebro. La telaraña que había tejido Moriarty aún era fuerte, y ¿qué sentido tenía pensar en el amor, cuando las únicas personas que yo... que yo amaba estaban en peligro por ella?

El segundo año que pasé aquel día de febrero 'muerto' fue diferente. Mi cabello llegaba a mis hombros, mi barba me volvía irreconocible; aunque ese era el plan. Yo no era Sherlock Holmes, yo era un vagabundo en las calles de Vratsa, Bulgaria, en los límites de Serbia. Pero mientras me cocina una herida en mi brazo frente a un espejo opaco recordé que en alguna parte de Londres, había un doctor llamado John Watson. Un nombre que no había borrado, porque jamás lo haría, pero en el que no me permitía pensar. Demasiado doloroso, demasiado innecesario. Recuerdo haberme enfrentado a mis propios ojos por mucho tiempo y simplemente haber susurrado:

- John -

Mi voz se escuchaba extraña en mis oídos y recordé que no había soltado una palabra en varias semanas. No había nadie que las oyera, de todas maneras. No estaba en mi hogar, mi único hogar, con una taza de té en mis manos esperando a que aquel hombre regresara. En ese momento me sentí completamente idiota por haber permitido que aquello me doliera en esos 14 de febrero. Al menos John estaba cerca, aunque estuviera con otra persona. Al menos John no me daba por muerto. Pensé en pedir un teléfono, pensé en llamarlo. Idiota. Sentimental. Errático.

La historia sobre nosotros - Serie de OneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora