El nacimiento de un héroe.

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—¡El rojo es el color de los héroes!— exclamó con demasiada energía, esa compañera de clase tan rara...

Sentía vergüenza ajena, esa tal Tateyama, de la cual poco sabía, había leído frente a todos sus compañeros una lamentable redacción, era corta, tenía numerosos errores de coherencia y cohesión, y encima su argumento era tan pero tan bochornoso y emotivo, que le dieron deseos de arrojarse por una ventana mientras vomitaba arcoíris de colores.

Y es que además de que a nadie le interesaba escuchar sobre sus sentimientos hacia un personaje de cómic, el cual acabó creyendo como real, ¡aquella última frase no tenía sentido!

¿Qué creía? ¿Que cualquiera que vistiera una prenda roja, podría convertirse en un súper héroe? Si eso fuera así, la ciudad estaría llena de hombres y mujeres ridículos, haciendo buenas obras de dudosa legalidad.

Las clases no tardaron en terminar, y con aquella estupidez en mente regresó a casa, sin embargo al llegar algo inesperado sucedió, algo que cambiaría su vida para siempre...

—¡Shintaro, olvidé comprar una cosa, necesito que vayas al centro comercial!

—¡¿Qué?! ¡Pero mamá!— se quejó lastimeramente —¡Acabo de llegar de la escuela!

—Puedes comprar lo que desees con el vuelto...

Su madre, aquel ser inescrupuloso conocía perfectamente sus puntos débiles.

—Deja que me cambie— accedió finalmente dirigiéndose a su habitación, ya podía saborear aquel negruzco líquido de los dioses que lo esperaba en alguna máquina expendedora.

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Regresando a casa, luego de tan ardua tarea, se topó con un vil delito frente a sus ojos; aquellos niños de no más de ocho años, estaban lanzándole piedras al pobre perro callejero que habían amarrado a un poste.

Ellos reían, el perro les ladraba... Y Shintaro sintió pena por el animal...

Pero no era asunto suyo así que continuó...

Pasó a un lado de los chicos indiferente, y entonces, una de las pedradas casualmente lo golpeó en la pierna, nada serio, esos niños no tenían mucha fuerza, pero no podía dejar aquella ofensa impune.

Los observó feo y continuó su camino maldiciendo a esos párvulos del demonio, ojalá alguien les diera su merecido, no podía ser tan difícil, sólo eran dos, no tenían mucha fuerza y no le llegaban más que a la cintura... Si se los tomaba por sorpresa seguro no serían demasiado peligrosos.

Y entonces se detuvo en su lugar, observó la manga de su jersey...

Rojo...

"El rojo es el color de los héroes" recordó...

Era una estupidez, pero tal vez... Sólo tal vez... En esta ocasión podría ser él quien arreglara las cosas...

El único problema era que alguien lo reconociera y fuera con el chisme a su madre... Observó la bolsa que llevaba en su mano con sus compras, y la solución a todos sus problemas apareció.

Cerró hasta arriba el jersey, se colocó una de las medias de red de su madre en la cabeza, y latita de cocacola en mano, corrió hacia esos niños.

El primero fue fácil, una patada en la espalda que lo hizo caer de cara, tragando tierra y probablemente perdiendo algún diente de leche.

El siguiente se resistió un poco más...

—¡¿Qué hace?!— chilló al ver a su amigo llorando en el suelo —¡Voy a acusarlo!

—Si tú me acusas yo te acuso con tu mamá— lo amenazó señalándolo con su dedo pulgar.

—¡Noo! ¡No le digas a mi mamá! ¡No lo volveré a hacer!— sollozó el pequeño aterrado, levantando a su amigo y llevándoselo casi de arrastro.

Puso ambas manos en sus caderas, y sonrió...

¿Qué era esa extraña pero agradable sensación? ¿Orgullo? ¿Satisfacción? ¿Que algo le hubiera salido bien? En cualquier caso, aquella sensación era aún mejor que la que esa lata en su mano le proporcionaba...

Los ladridos del perro aún amarrado a la columna lo alertaron, y recordó que ese animal era la víctima...

Su trabajo aún no estaba terminado, no podía dejar al animal allí amarrado y herido e irse como si tal cosa.

Fue así como descubrió una nueva sensación; la empatía. Se acercó al perro, se inclinó a su lado y le dio un par de palmadas en la cabeza.

—Tranquilo, todo terminó— le dijo con cariño —. Aquí tienes... Esto acabará con tu dolor...

Después de su segunda buena obra del día se marchó sintiéndose un hombre nuevo... Uno sensible y comprometido con el dolor de los otros...

El perro se quedó allí, aún amarrado al poste, observando confundido esa lata roja frente a él que ni abierta estaba.

Y éste... No sería un hecho aislado... Éste sería conocido por las posteriores generaciones, como el nacimiento de un héroe.

Fin de la parte 1.

Notas de la autora:

¡¿QUÉ ESTOY HACIENDO CON MI VIDA?!

Super Red ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora